El Seis

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Ecos de muerte

 

                                                                                               El Seis

 

 “No es fácil morir, aunque siempre hay alguien que piense lo contrario”. Las calles estaban ardiendo; mientras caían del cielo ráfagas de aire hirviendo, y del suelo emergían burbujas de fuego. Las casas habían perdido su estructura real y una “nueva” visión virtual, reflejaba el paisaje urbano, como una maldición eterna. El cielo lleno de cólera se mostraba en todo su esplendor… y se desnudaba todo, con la finalidad de hacer del entorno un infierno. Llamaradas de odio candente invadían las avenidas principales, hasta llegar a los bulevares de la ciudad enferma. Todo era una caldera al rojo vivo… “Ojalá llueva hierro derretido, y se pegue sobre nuestras epidermis blancas, para sentirnos con algo de vida, vida”. El pavimento estaba llorando de calor, y sus lágrimas negras, eran chapopote. Las banquetas en otro tiempo firmes y fuertes de tanto concreto; hoy estaban endebles, débiles, y hasta parecía que serpenteaban todas y trataban de huir de semejante caos… Las alcantarillas salían volando sin rumbo fijo, cuál corcho de botella de champaña, y se creía que llegaban hasta las faldas de la luna decapitada. “Estoy agonizando todos los días, y lentamente me voy acercando a mi ataúd morado, para descansar mis huesos quebradizos”.

   Los árboles frondosos en otros tiempos, estaban extinguiendo su vida verde, y entregados al sopor, sólo esperaban ser cortados con serruchos eléctricos. Era un panorama de locura, todo se consumía entre los aires llameantes, que cubrían toda la urbe adolorida. Un perro lanudo y blanco, sacaba la lengua, como buscando con ahínco un poco de brisa fresca del mar ebrio, mientras su cuerpo estaba apunto de reventar todo. Un pájaro azul claro, con pecho amarillo, y cabeza escarlata, hizo algunas piruetas desordenadas y cayó muerto sobre las manos de una prostituta bella, hermosa, preciosa, agraciada, y esta dama, lo tomó en sus manos suaves, como si fuera su hijo. “Un hilo de sangre sale de mis labios, pero en lugar de preocuparme me siento agradecido y hasta me palpita el corazón de dicha como un condenado, aún existo”.

   Desde una cloaca sale una mujer como cadáver, vestida de luto riguroso, pintado su rostro de blanco, con retoques en los párpados de azul, como la tristeza. Un canto extraño van elevando dos mujeres sin rostro, mientras muestran sus carnes preciosas, exquisitas a la muchedumbres: Somos festín de hombres de verdad, no de esos remedos y aproximaciones de personas mediocres, normales, e impotentes. No hay mejor belleza en una cortesana, que la verdad, aunque algunos la consideren cruel y despiadada: cuando comentan que en realidad se venden, y como consecuencia esperan que el cliente pueda pagar sus honorarios profesionales. Las féminas “decentes” e hijas de familia, son ruines, despreciables, detestables, y al igual que las rameras se venden, sólo que el método es diferente, pero… los resultados son idénticos. “Una noche me encontré a un `amigo´, estaba casi desnudo por el excesivo calor, y parecía que buscaba un poco de convivencia con otro ser, que aún conservase un halito de existencia. Se sentó como un esqueleto, después de ser interrogado por la Inquisición, y antes de morir exclamó: Dios nos ha abandonado, no cree usted…”.

   Una iglesia gótica de construcción antigua, echó a volar sus naves sobre el cuerpo del infinito; al momento que los rosetones empezaron a girar sobre los cuerpos de los caídos, como desertando de las filas de los creyentes. El (sa)cerdote aventó el hábito al arcón de la nada, y corrió despavorido, sin rumbo fijo, más bien, lo guiaba el temor, el pecado, hasta el arrepentimiento… (si es que un tipo como éste lo puede tener). Unas adolescentes otrora lindas, y un puñado de jóvenes adorados, amados (por los ministros de la iglesia), gritaban a viva voz: No nos dejéis aquí en este mundo de llanto, deseamos estar con vosotros, queridos y venerados padres nuestros. Una anciana de buen ver, se levantó el vestido mostrando su perfecto trasero, y se los mostró a los transeúntes, para despertar las pasiones, y desterrar el miedo al abrazante calor… “Oh, recuerdo a Ofelia, cuando de su cuerpo salía toda la pasión que necesita un hombre, para ser feliz, hasta un poco más… Su organismo era y estaba hecho para el amor sexual, de tan sólo verla u olerla, mi miembro viril era la erección misma, uff, cómo la extraño”.

   La metrópoli en estado de esquizofrenia no se sentía normal, como de costumbre, y alarmada tratada de verse a sí misma, para percatarse de todos los cambios sucedidos. Una antigua casona se caía a pedazos; y parecía que su estructura se aferraba a no sucumbir: era todo un espectáculo. La tristeza se añadió a las olas del ardor cósmico, y todo era el desconcierto total. Las ráfagas de calor se clavaban en las espaldas encorvadas de los ciudadanos; y la congoja en todo su esplendor se apoderaba de sus mentes extraviadas, embotadas. El hábitat lloraba como loco, lágrimas de vodka. Un hombre vestido de riguroso traje azul, y corbata roja, se tocaba el pelo con suavidad, mientras esperaba entrar a un inmueble, donde se realizan negocios, y se planea como despojar de su patrimonio a los humanos. “Estoy qué me muero en este preciso momento, y es pues menester recordar a aquella mujer de pelo rubio; de ojos azules, y de un cuerpo primoroso, y que olía al más puro sexo animal. Rememoro que le encantaba hacer el acto sexual en los lugares más insospechados, y poseedora de esa maestría, me volvía trastornado siempre. El nombre no lo retengo en mi mente, pero no tiene importancia, pues evoco con gran pasión, esa escultura de carne y sangre, que al tocarme alguna parte del cuerpo, me dejaba marcado, como si se encontrase al rojo vivo. Hasta creo que nuestros cuerpos se estaban esperando siempre; sólo nos separaba el eterno azar del destino, que nos creó en diferentes lugares y escenarios, para algún día juntarnos de un modo perfecto y bello”.

   La urbe ardiente se desquebrajaba toda; se venía abajo, y sólo quedaba el sonido espantoso de cuando algo desaparece, y deja como único rastro el polvo. Los ríos de desconsuelo corrían presurosos en búsqueda del mar de la aflicción, para sumergirse entre el regazo del océano atormentado. “¡Oh,  todo muere!” Allá a lo lejos se miraba un anciano abatido y en su espalda cargaba un ataúd negro… El polvo era el único vestigio de que en ese espacio había existido una ciudad; donde los hombres alguna vez se estrecharon

 

EL SEIS

Turquía

2010

 

EL SEIS

Los derechos de autor (copyright) son míos única y exclusivamente.
 

 

EL SEIS

En Estado de Alucinación Total.

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Escritor mexicano


El Seis, también conocido como El padrote de la muerte nació en la Perra Tapatía. Se inicia a escribir desde su primera cópula, contaba con 14 años de maldad, la amante fue una hermosa dama llamada: La Prostituta Cósmica. Sus estudios los ha realizado en la Universidad, como en las piernas calientes de la ciudad.

 

Ha fundado un gran número de trípticos, dípticos, plaquettes, y revistas literarias, de las cuales sólo se mencionan: Tonsol, Pensamiento y Tequila.

 

También ha participado en las más diversas publicaciones, pero la que más le agrada es la revista V.L. 2,000, de la cual fue cofundador. Ha participado en lecturas en diversos foros; incluyendo la Casa de la Cultura, así como en silenciosos panteones y gloriosos bares. Actualmente distribuye su tiempo en escribir poesía y prosa, y en iluminarse en los Templos de Dionisos, y en arduas peregrinaciones mentales de opium. La mayoría de su obra está recopilada en Ediciones Capaverde, y en cientos de cuartillas olvidadas en las ínfimas cantinas.

 

Ha publicado su obra literaria a lo largo de algunos estados de este país esquizofrénico, hasta llegar también a otros tantos países del globo terráqueo. Aunque esta cuestión en particular, tiene al autor sin ninguna importancia. Ya que él manifiesta: Yo soy el arte.

Para finalizar diremos que el escritor tiene una inclinación psicopatológica por las infantes hermosas de 15 años de pasión. Le gusta que tiemblen y giman cuando escuchen su desgarrada voz.

         




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