El Seis

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Pira funeraria

 

 

El Seis

Capítulo I
 
     Cuando él estaba muriendo dijo: Deseo ver a Marta. La dama llegó con ese cuerpo de diosa hindú, moviéndose, contoneándose, dejando en cada paso, algo así como: un suspiro de amor. Ella era dueña de un cuerpo diseñado por algún “artista cósmico”, donde dejó plasmado todo su talento: era una obra de arte. Lo que siempre llamaba la atención del divino cuerpo, era sus piernas largas, perfectamente formadas, y ese olor de mujer apasionada, que brotaba al cruzar sus extremidades inferiores. Tenía unos labios tatuados en su rostro, de color rojo carmesí, que cuando hablaba cualquier frase, parecía que salían nubes ebrias de su preciosa boca. La bonita (así le decían algunos) sólo tenía un amor, no le interesaba nadie en este planeta, que no fuera su siempre amado, su “hombre loco”... Semejante hembra (hecha de flores grises y exóticas) deambulaba, por el cuerpo del globo terráqueo, era hasta natural, que levantara las más vivas
pasiones de los hombres, que al verla, quedaban sometidos, hechizados, ante tanta belleza. De singular y exclusiva forma de relacionarse con sus “iguales”, era la dificultad misma (gritaba el coro mundano) ya que en realidad no le interesaba para nada, tener amigos, y mucho menos intimar demasiado. Y cualquier diosa muerta, (desde su tumba inexistente) se sentía inferior, ante la prodigiosa beldad.
 
     En una ocasión le dijo a un joven de algunas dos décadas, el cual, trataba de conquistar la epidermis, los huesos, las arterias, las venas, los músculos, y hasta eso que llaman corazón… de la encantadora fémina: Yo soy un ser melancólico. Sabedora de su papel aquí en la tierra, ella (la criatura angelical) sólo se dedicaba al cuidado de sí misma, hasta llegar a la obsesión, por eso mismo, siempre era la hermosura en plenitud. Su trabajo consistía en lo más preciado que puede haber en la vida, la virtud de la belleza.
 
     Era una noche, donde los relámpagos se apoderan del cielo, cuando tres mujeres profesionistas, “liberales”, explicaban, con lujo de detalle, los “beneficios” de ser independientes, productivas, y triunfadoras, y copartícipes del desarrollo nacional, de la importancia sustancial de ejercer su derecho al voto, por lo cual, la dueña de las perfectas piernas exclamó: ¡Oh!, cómo me dan pena, tristeza, y hasta conmiseración, ese tipo de seres inhumanos. Después de pensarlo un poco, las hembras ejecutivas, se fueron llorando… y parecía que detrás de sus pisadas, iban dejando sólo basura, sangre, y un reguero de áureo excremento. Odiaba la política, la consideraba muy pedestre, ramplona, y hasta una perversión; por eso, jamás en sus charlas había alguna insinuación de semejantes menesteres. Cuando alguien, daba muestras de admiración y pleitesía, por equis “servidor público”, de alta jerarquía, la dueña de esos labios de
granada madura, exclamaban: Sólo los estultos se someten a otros de las mismas características, y sin esa simbiosis no sería posible tanta vulgaridad.
 
     Algunas veces se piensa, que el día será agradable, y lleno de sorpresas, y ese momento lo parecía, algo había en el ambiente, que auguraba ser perfecto; y hasta los lobos aullaban, su hambre, su instinto asesino. Pero todo cambió, sufrió de repente, una radical transformación, un hombre ordinario, intercambiaba algunos comentarios, con otro ser mediano, y todo se volvió una tediosa tertulia, donde los seres estaban llenos de tristeza y amargura, y cargaban con la cruz de la frustración; cansada de escuchar tantas incapacidad intelectual, la divina hembra; lanzó unas palabras al viento helado: Es mejor callarse, y escuchar las “palabras” de las bestias…, que seguro están disputándose algún apasionado apareamiento, o alguna pelea sanguinaria. Pero uno de los parlanchines no estaba dispuesto a rendirse fácilmente, y siguió con sus comentarios: Una damisela “realizada” se encuentra en una oficina, recibiendo llamadas de problemas, y después se dedica en “cuerpo y alma” a dar solución a los mismos, convenciendo, implorando, suplicando, entrevistándose, haciendo algunos escritos, llevando a cabo algunos trámites, y hasta amenazando… para ganar el conflicto. A este tipo de acciones la muchedumbre, las considera de alto valor, y hasta las eleva al rango de una virtud. Exclamó Pedro, un joven rubio, de ojos negros, y de mirada religiosa. La chica del olor a sexualidad, sólo se sonrío un poco, con benevolencia, y hasta con un sentimiento cercano a la piedad. Sabía perfectamente que el tipo, sólo estaba “argumentando” algunas cuestiones generales, con el único fin, de quedar bien, con ella. Alzó el vaso lleno de vodka, jugo de toronja, hielo, y bebió, con excelente placer… Posteriormente se levantó y se encaminó, atravesando el cuerpo del espacio, en su caminar sensual iba dejando a su paso alfombra de rosas azules… No recuerdo (con claridad) quien dijo: Esta mujer áurea, cuando se queda callada, extraviada, parece que las nubes se posan en su testa, llenando su rostro de una gran o posible tormenta. Sus ojos brillan, como cavernas de murciélagos ebrios; y cuando sonríe, brillan, bailan, todas las estrellas del firmamento; y en el hueco del corazón, sale dichoso un capricho de Paganini.
 
FUE EN MAYO
 
Capítulo II
 
     Fue una noche extraña, de esas que suelen presentarse en la vida de un ser humano, solamente una vez… La luna cocainómana, había perdido su posición cósmica, ante la tierra, y llena de locura, se salía continuamente de su órbita. El cielo incróspido, se caía a pedazos, haciendo un terrible ruido… que los ciudadanos creyeron que se trataba del fin del mundo. Las nubes, presas del hachís, perdieron el deseo eterno, de cambiar de forma, y en pleno estado de ocio, se dedicaron a observar la musculatura del rey de los astros. El sol lleno de júbilo, se había inyectado heroína, y bajo los efectos virtuosos del elíxir, se encontraba bailando alguna melodía del medio oriente.
 
     La ciudad estaba que ardía, al rojo vivo, todos los sentimientos, de una población de millones de muertos en vida, llenaban el espacio de la biosfera, haciendo difícil, poder caminar entre los intestinos sucios de la urbe. Los incontables rostros de los robots citadinos, se encontraban melancólicos, distraídos, angustiados, tristes, y ladraban sus descontentos, mirando un lugar específico y lejano de la bóveda celeste. En este momento especial, no se encontraba la diferencia, de ningún animal urbano, todos caminaban al mismo ritmo, y de sus ojos rotos, salían lágrimas de petróleo. Todo era el caos, pero con cierta belleza…
 
     Llegó un vestido rojo de seda oriental, unos zapatos de tacón alto, unas medias de poliéster, una fina mascada morada; cubriendo el perfecto y divino cuerpo de Marta. Ella caminaba como si todo el entorno le perteneciera; se sentía la iluminación misma. Se sentó en un mueble público, del más horrible diseño, y poniéndose cómoda, encendió un cigarro blanco, e inhaló el humo, con un gran placer… De lejos parecía una diosa antigua, de esas que quedaron esculpidas en los templos milenarios, como muestra perpetua de la belleza. Todas las miradas convergían en torno de la figura enigmática, de la guapérrima femenina.
 
     Fue una procesión de hombres de diferentes aspectos, los que fueron a adorar la capilla del cuerpo de semejante espécimen. A todos les llamó apostatas, filisteos, y a algunos, les gritó: Idolatras.
 
     Un caballero de locura evidente, de vestimenta extraña, y de modales finos, se acercó suavemente con la “deidad”, y sin preámbulos, le dijo: Me puedes dar fuego. Al momento que mostraba su cigarro verde. Jamás mostró el mínimo interés, en la interlocutora. Ella contestó con calma y serenidad: Claro. Logró su objetivo, y sin despedirse, se dirigió, a perderse ante la multitud. Espera, no te vayas, deseo hablar contigo, eres muy especial, el grito salió, lleno de esperanzas, desde lo más profundo del ser de la dama de rojo.
     Parecía que los palabras se perdían entre el bullicio colectivo. Una larga sombra, venida de improvisto ensombreció todo, haciendo pensar que el cielo lloraba sus penas, o quería hacer más infelices a los ciudadanos. Había muestras evidentes de que El Todo había sufrido un infarto de lamentables proporciones, y lloraba sistemas planetarios. El hombre llevaba en su mano izquierda, un paraguas, y de su boca, salían residuos de humo, los cuales, parecía que se pegaban en su rostro pálido, de enfermo, de demente, de vicioso, de alquimista. Luego volteó, furioso, enfadado, y mostrando su “rostro de demonio”, esperó, con impaciencia, a la dueña de las palabras.
 
 
UNA HISTORIA DE AMOR ETERNO
Capítulo III
Me gustas. Eres muy guapo. Nunca había visto a algún ser como tú…
No tengo tiempo de dedicártelo, estoy muy ocupado.
Invítame, a pasear. Soy toda tuya.
Voy al hospital; me siento morir.
Te acompaño.
Estoy muy cansado. Todo carece de importancia, en este momento.
¿Acaso no te gusto?
Realmente no lo sé.
Todos dicen que soy muy hermosa, preciosa, bella.
¿Ah, sí?
 
     Nunca se supo qué sucedió en verdad, entre la pareja, pero… por un tiempo se les veía por doquier, de la mano, abrazados, charlando, sentados en algún parque del centro de la urbe. A los lejos, parecían, personajes arrancados de un óleo “en especifico”, nunca creado, por ningún artista plástico. Hasta varios ociosos ciudadanos, opinaban que eran “dioses” antiguos, ya muertos, que se aparecían, buscando, a sus fieles devotos… Los psiquiatras oficiales, argumentaban, que sólo era una pareja de dementes, que deberían de estar internados en el manicomio Municipal, al cual se le conocía como: La Casona de las Desventuras. Se dedicaron a amarse con todo su corazón, su cerebro, su cuerpo, y hasta con su alma… No les importaba, en absoluto, el entorno, el mundo exterior, ni siquiera el movimiento que está atrapado, en el espacio. Se hacían comentarios alarmantes, malsanos, perturbadores, sobre los gemidos, que salían volando, desde la recámara de los enamorados. De las palabras de amor, de ternura, de pasión, que con alas de fuego, incendiaban las consciencias tradicionalistas, de los habitantes descerebrados de la infame ciudad. De cuando la princesa “esquizofrénica”, salía a regar el jardín del encanto, donde sólo tenía flores azules y negras; y lo hacía siempre por la noche, encontrándose desnuda. Mientras la luna, lloraba de envidia, ante tanta libertad, y belleza. El olor de opio, que la pareja de “iluminados”, consumía casi todas las noches, invadía todos los hogares de los habitantes, haciendo que, estos seres de medianas mentes, se sintieran mejor por algunos momentos… creyendo que era sin lugar a dudas el poder de alguna deidad vigente. Los lunes por la mañana, los “concubinos” (así les decía la población), se dedicaban a cantar con voces exquisitas, una ópera antigua, que hacía que todos los objetos de vidrio de cualquier lugar explotaran, con el sonido potente que salía, de tan prodigiosas gargantas. También era una “leyenda” popular, la melancólica figura del “varón del buen fumar”, cuando se sentaba en una silla de madera gris, mientras leía un libro del siglo diez y nueve, y repetía constante, y fuertemente, los antiguos versos, del autor del objeto impreso. Como “eco maldito”, se escuchaba a diario, en cualquier lugar, por los detestables hombrezuelos, lo siguiente: Cuando hacen el amor, son unas máquinas infernales, incansables, insaciables, llenas de pasión desmedida, y hasta se derriten de tanta lujuria, y por la noche vuelven a recobrar sus hórridas figuras.
 
En una ocasión José Alberto cayó enfermo.
Marta triste y desconsolada.
El jardín se secaba todo.
Una mujer anciana, era una cloaca biológica, que llenaba con sus aromas fétidos, algunos pedazos de espacio.
Las plantas de cannabis, llenas de dolor, se incendiaron así mismas, para solidarizarse, con el caído.
Un zanate vomitaba sangre, mientras perdía el equilibrio.
Las flores se desmayaban.
Los habitantes llenos de felicidad.
Hasta el sol lleno de soberbia, lanzó una lluvia inclemente de rayos ultravioleta.
El cielo orinó, larvas negras y viscosas.
Un hombre huyó del hospital mental, buscando comer agua salada, y beberse un pedazo de carne de venado.
Un inventor “decrépito”, luchaba en su viejo laboratorio, en convertir el oro, en hogazas de pan de centeno.
Una mujer de cuarenta años de antigüedad, se bañaba a diario con sangre de niños de seis años de lozanía, tratando de detener el tiempo, que cruel y despiadado, la destruía, toda.
Un boticario preparaba un “compuesto químico”, pócima, menjurje; especial para todo aquel humano, que estuviera poseído, por algún demonio despiadado.
Un viejo y enfermo caimán, se escapó de un refugio pestilente, llegó a un jardín de niños; donde cercenó cabezas, brazos, manos, piernas, pies… y algunos tiernos corazones.
La muerte blandía su guadaña de acero mortífero, mostrando su destreza, y seleccionando sus desvalidas presas.
Cientos, miles, de cerdos grises, fueron sacrificados, con una rara finalidad: se deseaba purificar del pecado, la ciudad.
Un número considerable de ciudadanos, se encerraron en sus habitaciones, elevando plegarias prerrománicas, para sus dioses ausentes, olvidados, sustituidos, y hasta destruidos.
Hubo una muerte inexplicable de plumíferos negros, se encontraban por doquier sus cuerpos decapitados.
Sólo una adolescente de 16 años exclamó: ¡Oh!, sin duda es algo lamentable lo ocurrido. (Mientras se masturbaba, sobre las sábanas de seda, que cubrían una cama acogedora).
 
     El día en que Alberto murió, el cielo vomitó una lluvia de flores oscuras, grises, sin color; una parvada de mariposas azules, que se metieron en las casas de todos los moribundos. Los árboles estaban llenos de cuervos ebrios, zopilotes dementes, y algunas palomas somnolientas… Un agujero negro, interpretaba magistralmente, el réquiem de Verdi, allá en algún lugar del infinito, con su singular y perfecta sinfónica cósmica. El cadáver del “pervertido”, no fue aceptado para ser sepultado en el panteón de la población, por tal motivo, su bellísima mujer, optó, por cremarlo, en un lugar lejano. Mientras el fuego se tragaba al occiso, sin ninguna contemplación, y hasta sin piedad, la doliente elevaba, cánticos medievales, para que el sonido, acompañara a su José… Ella permaneció un largo tiempo en el lugar, donde se prendió la pira funeraria, y… se comenta, que lloró sangre.
 
EL SEIS
Los derechos de autor (copyright) son míos única y exclusivamente,

 

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Escritor mexicano


El Seis, también conocido como El padrote de la muerte nació en la Perra Tapatía. Se inicia a escribir desde su primera cópula, contaba con 14 años de maldad, la amante fue una hermosa dama llamada: La Prostituta Cósmica. Sus estudios los ha realizado en la Universidad, como en las piernas calientes de la ciudad.

 

Ha fundado un gran número de trípticos, dípticos, plaquettes, y revistas literarias, de las cuales sólo se mencionan: Tonsol, Pensamiento y Tequila.

 

También ha participado en las más diversas publicaciones, pero la que más le agrada es la revista V.L. 2,000, de la cual fue cofundador. Ha participado en lecturas en diversos foros; incluyendo la Casa de la Cultura, así como en silenciosos panteones y gloriosos bares. Actualmente distribuye su tiempo en escribir poesía y prosa, y en iluminarse en los Templos de Dionisos, y en arduas peregrinaciones mentales de opium. La mayoría de su obra está recopilada en Ediciones Capaverde, y en cientos de cuartillas olvidadas en las ínfimas cantinas.

 

Ha publicado su obra literaria a lo largo de algunos estados de este país esquizofrénico, hasta llegar también a otros tantos países del globo terráqueo. Aunque esta cuestión en particular, tiene al autor sin ninguna importancia. Ya que él manifiesta: Yo soy el arte.

Para finalizar diremos que el escritor tiene una inclinación psicopatológica por las infantes hermosas de 15 años de pasión. Le gusta que tiemblen y giman cuando escuchen su desgarrada voz.




   Aquí encontrará diversas colaboraciones:

Textos del Seis