Marcos Winocur

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Makárenko: se suicida un alumno

 

Marcos Winocur

Velarde

        No sé si continúa leyéndose el “Poema Pedagógico” de Antón Makárenko. Es un libro que hizo época y que al autor le llevó diez años terminar. Trata de una colonia de jóvenes sin hogar, delincuentes o en camino de serlo, recuperados de la calle. Makárenko, con escasos medios, fue su fundador y la dirigió cuando los fervorosos años veinte de la sociedad soviética, más tarde echados al olvido en la propia URSS y, ni qué hablar, en la Rusia de hoy.

        Makárenko tuvo que batirse en dos frentes, contra la vieja sociedad y contra burócratas que nada entendían de su obra y la obstaculizaban. Quizá, a los ojos de hoy, aparezca como una suerte de superman socialista. Sin contar que la empresa pedagógica, considerada ejemplar, se proyectó falsamente: nos hizo pensar que bajo el estalinismo todo continuaba como en los años pioneros, forjando al hombre nuevo. Debo confesar a mi vez que los lectores de ayer éramos menos críticos que el mismo autor (y protagonista) del “Poema Pedagógico”. Y así, pasábamos por alto el punto oscuro que éste admitía francamente como un fracaso, tal vez el único, pero que cuestionaba globalmente la experiencia pedagógica: el suicidio de uno de los jóvenes colonos, Chóbot.

        Era la fiesta del primero de mayo y todos marchaban bajo la lluvia coreando consignas, entre ellas la de “¡no gemir!” En las filas se contaba el joven Chóbot, un gemido viviente. Ante él se abría el vacío dejado por el rechazo de su amada Natasha. Chóbot no marchaba al cumplimiento de los planes colectivos de la colonia sino a su propio funeral.

        Los compañeros tomaron su decisión final como conducta antisocial tachándolo de imbécil, de no haber sabido sacudir su pasado de alma esclava, de haber suplantado la figura del señor por la de Natasha y así creado una nueva dependencia.

        Makárenko reacciona de manera más cauta y asume las responsabilidades. Ya retirado como maestro escribe años después sus experiencias, entre ellas el Poema pedagógico; recibe las visitas de los antiguos alumnos o tiene noticias de ellos. Unos ingenieros, otros tractoristas o pilotos de aviación, han sido ganados para la causa del trabajo socialista. Entonces el fantasma de Chóbot regresa a la mente del maestro: estuvo al tanto de la crisis emocional vivida por el joven quien así se lo había confesado y, admite, "no pude hacer nada".

        Y las reflexiones del educador vuelan lejos. ¿Cómo se había colado el hecho más negativo, la autodestrucción? o, si se quiere: ¿cómo la vieja sociedad se había cobrado ese triunfo? El antiguo director de la colonia va más allá de lo personal, de un asunto que pudiera considerarse como aislado y burocráticamente archivarse. No, Makárenko advierte en el hecho un síntoma de muerte para el conjunto de la colonia.

        "Sí -constata-, habíamos permanecido casi dos años en el mismo sitio: los mismos campos, parterres, talleres, el mismo ciclo anual". Y la conclusión: "Todo consistía en el estancamiento. (...) La forma de existencia de una colectividad libre es el movimiento hacia delante; la forma de su muerte es el estancamiento".

        Algo tan conocido como el “renovarse es vivir” o, dicho de otra manera, “no renovarse es morir”, los golpeaba desde su experiencia pedagógica. Alcanzar un objetivo trae la alegría del logro pero, a la vez, deja un vacío que sólo podrá llenarse cuando en su lugar se formule otro objetivo, que necesariamente será más ambicioso.

        Eso se había olvidado. Y así, las reflexiones del educador nos llevan inevitablemente a otro plano, a pensar en su país, donde tantas cosas han pasado, donde el fervor de los años veinte y el empeño heroico de los cuarenta, cuando la guerra, se empañaron con el estalinismo y más tarde se fueron deslizando gradualmente hasta caer en el estancamiento de los años setenta. La colonia anticipaba un fenómeno que décadas después se experimentará a escala nacional en la URSS.

        Y precisamente, el suicidio de Chóbot se asocia al estancamiento vivido por la colonia, es decir: los alicientes externos amortiguados, el joven no encontró cómo neutralizar su interioridad devastada por el “no” de Natasha. El resto de su vida consistía -al igual que todos- en sacar adelante la colonia. ¿Y qué ocurrió? También su mundo le daba un “no”: la subvaloración de los compas, jueces severos al grado de inhumanos: primero, respecto de su amor no correspondido; y de su suicidio, después. Y el director de la colonia, al tanto de todo, respondió con cautela pero las circunstancias exigían más que eso. Así, para Chóbot, Eros se borra en una de las dos caras de la medalla, y, roto el equilibrio, sólo brilla Tánatos.

        Por lo demás, a pesar de los años transcurridos, el hecho no resulta radicalmente distinto al dado entre los jóvenes de hoy, cuando el amor no correspondido sigue obrando como catalizador de otras frustraciones. Una chava o un chavo te corta, y entonces una de dos, según tu programación emocional: sales a tomarte un par de cervezas y ya piensas en quién podrá ser la nueva novia o novio, o bien te pones una soga al cuello. Que ocurra una u otra cosa ¿de qué depende?

        Un primer comentario, vía comparación, es algo como esto: de dos personas conviviendo en el mismo ambiente, sólo una cae con gripe porque sólo una tiene las defensas bajas, así ocurre con quien va por la soga. Pero ¿dónde descansa la mano que lleva a la soga? ¿En la química de la sangre, en la conducta, en ambas? ¿De qué manera interactúan, el análisis de la personalidad puede llevar al diseño de tipologías suicidas?

        Todavía hoy, como en tiempos de Chóbot, casi todo son preguntas. El fervor puesto en las causas sociales resulta un buen tónico para la salud mental, más que tomarse un frasco entero de prosac. Pero, en un momento de baja, el fervor no fue capaz de salvar la vida del joven colono. Y tal vez ya ni cuente para el siglo XXI, heredero de marginaciones y de agostamiento del mercado de trabajo en especial para los jóvenes, heredero de descreimientos y entierro de las utopías de sus papás y de sus abuelos. Casi un siglo después nos quedamos asombrados ante la pervivencia y multiplicación de los chóbots. Descubrirse sin objetivo, sin cosas que valga la pena hacer, sin causas para abrazar, es descubrirse sin futuro. Y quizá sea ésa la enfermedad de nuestros tiempos.

  

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“Estos textos son geniales, el indispensable alimento de mi inconsciente y de mi líbido... Les diré más: si tardo en consumirlo, me pasa lo que a Superman sin cryptonita, a Popeye sin espinacas: mi yo se convierte en tú y mi superyo en subyo. Recomiendo su lectura sin reservas.” Sigmund Freud.

 

“Excelente. De todas mis lecturas, éstas constituyen mi más preciado capital. No se las pierda.” Karl Marx.  

 

“Bárbaro. Debo confesar que cada nuevo escrito de Marcos Winocur me sume en el pánico. ¿Qué tal si echa por tierra mis teorías? Vivo así la insoportable relatividad del ser. Por nada del mundo dejes de leer este texto, hará de ti un hombre nuevo.” Albert Einstein.


MARCOS WINOCUR  Como neuro referencias y a modo de presentación. Hasta hace poco era un novato en el cyberespacio, al punto de haber creído que los virus en la computadora son resultado de no lavarse las manos antes de comenzar a teclear. Paso sin transición de la euforia al abatimiento, unos días me veo de frac recibiendo el Nobel, otros días corro escapando de quienes me persiguen para quitármelo.

 

DATOS PERSONALES

Nací en Córdoba, Argentina, hace tanto tiempo que ya no me acuerdo, pero no falta quien me lo recuerde: en 1932. Resido en Puebla, México. Mi publicación estrella: libro sobre temática latinoamericana (serie general, N.43, Crítica/Mondadori). Cuando hablo de nacionalidad, prefiero identificarme como argenmex, ese mestizo cultural. Llegué a estas tierras escapando a la dictadura militar argentina  -dicho sea en sentido literal: saltando por los techos del vecino-.  Si me preguntaran cuál es la constante de mi vida, respondería sin temor a equivocarme: equivocarme. Así se comprende el título de mi novela breve: *El buen perdedor*. Declaro que  sobrevivo gracias al humor, evocado en situaciones límite. Sufro de la enfermedad de Parkinson. El café, sin azúcar, porfa.

 

 

 

MARCOS  WINOCUR: Doctor en Historia (EPHE-Sorbona). Alumno de Fernand Braudel, Pierre Vilar y Ruggiero Romano,  tesis  publicada, reediciones en México, Argentina y Chile. De la misma tesis, edición en microfichas para bibliotecas, Hachette, París. Actualmente, profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Puebla (Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades). Colaborador de Universo de El Búho, La Jornada de Oriente y la edición nacional, La Pensée, Europe, Le Mouvement Social, Lateral, La Insignia, Bajo el Volcán, Crítica, Elementos y otras publicaciones.

Un día, Marcos Winocur, historiador, declara: “la Historia no da lecciones sino sorpresas y, para sorpresas, mejor las fabrico yo.”  Y se vuelca a la Literatura.

 

 

 



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