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Los siete breves

 

 

 

Pamela Durán

 

La lidia

Conrado siente un dolor punzante en la espalda, frío, metálico, puntual. Un flechazo, una lanza de dolor. La multitud ruge. La furia de Conrado se apacigua a cuentagotas mientras que la calidez de lo que él cree que es el sol del verano se derrama y lo envuelve, haciendo las paces con él, tras noches de hambre y vela.

Poco sabe Conrado que en la arena los toros como él nunca ganan. El abrazo de su propia sangre lo estrangula hasta la muerte.

 

Pólvora

Llegó la noche en que tus labios sabían a pólvora. Detrás de tu risa había un eco metálico. Me cegaba la suciedad del aire, me ensordecía la gravedad de tu voz y tus labios sabían a pólvora, sólo de noche, esa noche.

Apretaste el gatillo y el arma sí estaba cargada. Tus palabras brillaron color plata, se incrustaron en mi pecho, ardientes.

El recuerdo se derramó con la sangre que se esparcía por el suelo y que había salpicado los muros. Se escapó, incontenible, helándome.

Tu imagen se perdía entre el humo, te miré un instante y te amé más que nunca. Cerré los ojos, escuché tus pasos cada vez más lejanos. Se atenuó el olor y cuando se detuvo mi latido, tú ya no estabas ahí.

 

El espejo

Angelina, en éxtasis frente al espejo, admiraba su propia belleza al peinar sus largos cabellos de cobre. Las mangas de su blusa se habían deslizado y descubierto la nívea curvatura de sus hombros. Su piel rosada irradiaba vida. Nunca había sido tan bella como hoy y nunca volvería a ser tan joven como en ese instante.

A su lado, la enfermera esperaba con paciencia a la anciana que día tras día se quedaba embelesada ante la “Joven peinándose” de Renoir. Quizá sería buena idea traer también aquella reproducción de “Cenizas” de Munch, disponible en el museo.

 

Burka

Ahmed estaba irritado y perdido por esa mirada tan severa y suplicante que se volvía seductora. Lo enloquecía. Se sentía tan atraído como juzgado. Ojalá los burkas cubrieran menos el cuerpo y más la conciencia, se dijo al lanzar la piedra.

 

Efecto mariposa

Miles de mariposas batían sus alas en una erótica danza frente a sus congéneres, cada cual más rápido, con más elegancia, con más intensidad. El revoloteo del cortejo agitaba el aire.

Mientras tanto, medio millón de filipinos corrían desesperados al refugio más cercano sin poder dar una explicación científica a la fuerza del huracán que soplaba a más de trescientos kilómetros por hora y engullía sus aldeas.

 

Efecto catedral

Silvia ama caminar bajo hileras de árboles cuyas copas se juntan en lo alto. Escucha el silbido del viento que corre entre los árboles y roza su rostro, le despeina los cabellos, le alza falda.

Pero el amor de Silvia no es correspondido, pues para los árboles y el viento no es más que lujuria. Al verla pasar se inclinan para contemplarla de cerca, se dejan mover por la corriente de aire para intentar tocarla, mientras Céfiro la acaricia, le arranca la ropa y le silba piropos tan inapropiados que no los reproduciremos aquí.

 

Madre Ganga

Cuando la madre Ganga se despertó después de una siesta de miles de años, su límpida piel de agua estaba llena de restos de jabón, estiércol de vaca y sudor humano. Se sacudió con vigor las barcas, las cenizas y los cadáveres con un gesto repulsivo. Odiaba ser una deidad y no un río cualquiera, debido a la mierda que la religión suele dejar a su paso.

Ante la agitación del río, la multitud que se aglomeraba a sus orillas trató de apaciguarlo lanzando flores, velas, cuerpos, cenizas, plegarias y cantos, sin comprender por qué la tempestad parecía aumentar.

 

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Escritora mexicana



Nació en Saltillo, Coahuila en 1981. Doctora en Urbanismo y Máster en Urbanismo por la Universitat Politècnica de Catalunya y Arquitecta con especialidad en Diseño Urbano por el ITESM. Directora del Consejo Editorial de la Revista Cardus, publicación electrónica de estudios urbanos.

Es escritora desde antes de saber escribir: le dictaba cuentos a su mamá y después los ilustraba. Debido al inminente latido de la pluma cuando aún sujetaba crayolas, su hermana mayor le enseñó a escribir cuando aún no contaba los cuatro años de edad (también le enseñó a sumar y restar y la entrenó para hacerle las tareas, pero este usufructo no viene a cuento).

ue miembro del Taller Literario Juvenil del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes coordinado por José Luis Velarde entre 1993 y 1998. Publicó dentro de la plaquette colectiva “Se murió Minineitor” (1996) de dicho taller literario.

Primer Lugar en el Concurso de Cuento y Poesía Juan José Amador 2004, organizado por la Universidad Autónoma de Tamaulipas..

Participación sobresaliente en el Concurso de Cuento “Mauricio Babilonia”, organizado por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, con reconocimiento personal del Premio Nobel Gabriel García Márquez, Monterrey, Nuevo León, 2003.



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