La lidia
Conrado
siente un dolor punzante en la espalda, frío, metálico, puntual.
Un flechazo, una lanza de dolor. La multitud ruge. La furia de
Conrado se apacigua a cuentagotas mientras que la calidez de lo
que él cree que es el sol del verano se derrama y lo envuelve,
haciendo las paces con él, tras noches de hambre y vela.
Poco sabe
Conrado que en la arena los toros como él nunca ganan. El abrazo
de su propia sangre lo estrangula hasta la muerte.
Pólvora
Llegó la
noche en que tus labios sabían a pólvora. Detrás de tu risa
había un eco metálico. Me cegaba la suciedad del aire, me
ensordecía la gravedad de tu voz y tus labios sabían a pólvora,
sólo de noche, esa noche.
Apretaste el
gatillo y el arma sí estaba cargada. Tus palabras brillaron
color plata, se incrustaron en mi pecho, ardientes.
El recuerdo
se derramó con la sangre que se esparcía por el suelo y que
había salpicado los muros. Se escapó, incontenible, helándome.
Tu imagen se
perdía entre el humo, te miré un instante y te amé más que
nunca. Cerré los ojos, escuché tus pasos cada vez más lejanos.
Se atenuó el olor y cuando se detuvo mi latido, tú ya no estabas
ahí.
El espejo
Angelina, en
éxtasis frente al espejo, admiraba su propia belleza al peinar
sus largos cabellos de cobre. Las mangas de su blusa se habían
deslizado y descubierto la nívea curvatura de sus hombros. Su
piel rosada irradiaba vida. Nunca había sido tan bella como hoy
y nunca volvería a ser tan joven como en ese instante.
A su lado, la
enfermera esperaba con paciencia a la anciana que día tras día
se quedaba embelesada ante la “Joven peinándose” de Renoir.
Quizá sería buena idea traer también aquella reproducción de
“Cenizas” de Munch, disponible en el museo.
Burka
Ahmed estaba
irritado y perdido por esa mirada tan severa y suplicante que se
volvía seductora. Lo enloquecía. Se sentía tan atraído como
juzgado. Ojalá los burkas cubrieran menos el cuerpo y más la
conciencia, se dijo al lanzar la piedra.
Efecto mariposa
Miles de
mariposas batían sus alas en una erótica danza frente a sus
congéneres, cada cual más rápido, con más elegancia, con más
intensidad. El revoloteo del cortejo agitaba el aire.
Mientras
tanto, medio millón de filipinos corrían desesperados al refugio
más cercano sin poder dar una explicación científica a la fuerza
del huracán que soplaba a más de trescientos kilómetros por hora
y engullía sus aldeas.
Efecto catedral
Silvia ama
caminar bajo hileras de árboles cuyas copas se juntan en lo
alto. Escucha el silbido del viento que corre entre los árboles
y roza su rostro, le despeina los cabellos, le alza falda.
Pero el amor
de Silvia no es correspondido, pues para los árboles y el viento
no es más que lujuria. Al verla pasar se inclinan para
contemplarla de cerca, se dejan mover por la corriente de aire
para intentar tocarla, mientras Céfiro la acaricia, le arranca
la ropa y le silba piropos tan inapropiados que no los
reproduciremos aquí.
Madre Ganga
Cuando la
madre Ganga se despertó después de una siesta de miles de años,
su límpida piel de agua estaba llena de restos de jabón,
estiércol de vaca y sudor humano. Se sacudió con vigor las
barcas, las cenizas y los cadáveres con un gesto repulsivo.
Odiaba ser una deidad y no un río cualquiera, debido a la mierda
que la religión suele dejar a su paso.
Ante la
agitación del río, la multitud que se aglomeraba a sus orillas
trató de apaciguarlo lanzando flores, velas, cuerpos, cenizas,
plegarias y cantos, sin comprender por qué la tempestad parecía
aumentar.
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