Para Marie-Jo Paz, por las complicidades compartidas
La idea de la obra de arte es su composición.
André Gide
El hombre es la palabra encarnada. Existe para ser
consciente de ella y para expresarla.
Fiodor Dostoievski
«Como tras de sí misma va esta línea/ por los horizontales
confines persiguiéndose/ y en el poniente siempre
fugitivo/ en que se busca se disipa»
esta visión poética recorre no
sólo la poesía completa de Octavio Paz sino también su
obra ensayística sobre artes plásticas. Chopos y líneas
mágicas que nos acercan en sus palabras a Claude Monet.
Paz fue un autor que para desmenuzar y profundizar
en su pasión por el arte necesitó la exaltación de la
memoria, el deslumbramiento por las vanguardias y la
pasión constante por la pintura. Dos caminos paralelos, el
del poeta y el del crítico de arte, y una obra en prosa
nacida a la luz del asombro. El
poeta es un traductor que traduce sus palabras en colores,
en líneas, en símbolos, en signos. Fue un poeta fuera de
todo encasillamiento, un obsesionado por descubrir, por
dialogar. Su apertura intelectual fue la de un medievalsta
imantado por el saber, fruto de su experiencia social,
histórica, cultural y de una tradición crítica no sólo
europea, sino también japonesa e hindú, que siempre habito
la poesía.
Escapar de la repetición es un gran privilegio del
arte, mientras que la vida se define en un sentido menos
complejo por la inexorabilidad de la misma. El artista es
un traductor, y el arte es lenguaje, gesto, poesía. Se
puede aventurar que el placer estético aspira a la
liberación de los deseos inconfesados de la voluntad y que
por ello está obligado a ejercer la intuición poco más que
la premonición. La crítica ejercida por Octavio Paz
(México, D.F., 1914-1998) y la reflexión estética que en
ella subyace, forjada a lo largo de seis décadas,
participó de esa firmeza intuitiva, continuada con su
poesía, ensayos literarios e históricos, y desde luego, en
su privilegio de ver los cambios del mundo como sólo Paz
lo pudo hacer: deslumbrado por descubrir. No fue un
erudito aséptico ni un beligerante intérprete de las modas
en uso. Entendió la historia del arte dentro de los
límites de una traducción occidental de la que absorbe los
argumentos y, en cierto momento, la metodología. Para Paz,
el artista es un creador de imágenes que tienen una
historia condensada a lo largo del tiempo. Su gran
enseñanza se resuelve en el aprendizaje de la mirada. «Ver
es un privilegio —dice Paz— y el privilegio mayor es ver
cosas nunca vistas: obra de arte. Desde muy joven sentí
invencible atracción por las artes plásticas y muy pronto
empecé a escribir sobre ellas, nunca como un crítico
profesional sino como un simple aficionado». Quizá esta
sensibilidad poliédrica haya hecho de Paz un personaje de
definición complicada, huidiza, nada sencilla. Pero me
gusta pensarlo como lo definía el escritor catalán Josep
María Castellet: «Todo él respira un equilibrio adquirido
probablemente a través de experiencias, lecturas,
convicciones, de saberse él mismo y otro».
La grandeza de esta obra permite tantas interpretaciones,
que es difícil de interpretaciones. No es casual su
obsesivo retorno a la traducción como tema cardinal de sus
trabajos, paráfrasis de la obra entera, tan cercano en
esto a la tarea titánica de transversión lingüística de
Vladimir Nabokov. Poco dado a la especulación, sin
embargo, y dispuesto siempre a someter la erudición a su
portentosa intuición narrativa, fue, además, un polemista
feroz, conversador ocurrente que vivió con pasión los
mundos del arte que tanta sutileza ha colaborado a fabular.
Desde temprana edad comenzó a ver pintura, a escribir
poesía y ensayo literario. Nunca dejó ninguna de estas
disciplinas. Pero de pronto se ganaba la vida hablando
sobre arte y poco tiempo después haciendo crítica de arte
en Plural y Vuelta; también, en
múltiples catálogos y libros de artistas que admiró
siempre. Pronto se vuelve una referencia importante en el
mundo del arte internacional de la segunda mitad del siglo
xx. El arte
se convirtió en uno de sus principales intereses. Entendió
como pocos el oficio de escribir sobre arte no como
crítico de oficio sino en el sentido de Charles Baudelaire:
la pintura vista desde la poesía. Fue visitante ocasional
en Francia, Italia, Inglaterra o España, donde admiró el
renacimiento, la primera modernidad, los movimientos de
vanguardia. Descubrió el cubismo, el dadaísmo, el
surrealismo, el expresionismo abstracto y el informalismo
Europeo, sobre todo el español que tiene su cumbre en el
grupo El Paso. Vuelve a visitar esos espacios y esos
tiempos con la vieja, cada vez más matizada idea de una
historia social y cultural. Estados Unidos, más los años
que vivió en India, se vuelven su escenario intelectual
anclado alternativamente en México, a la par que continúa
siendo un crítico nunca indiferente a cuanto destaca en el
mundo de la imaginación contemporánea. Se forjó a través
de un disciplinado y nada complaciente aprendizaje de la
mirada. Sin ficciones eruditas ni prescindibles
sobreposiciones de saberes adjetivos, a partir simplemente
de la perpleja alerta de la sensibilidad del arte, su
mundo de arte es más bien caleidoscópico y cabe en él
tantas propuestas como opciones en juego. Picasso no
adelanta a Rafael, ni Matisse a Cézanne. Simplemente es un
aprendizaje permanente. Lo que importa es la capacidad de
dramatización de esas experiencias particulares y su
conversión en modelos universales de sensibilidad.
Descubre primero con Alfonso Reyes, José Vasconcelos y
después con los poetas de la generación de los
Contemporáneos —Villaurutia, Pellicer, Gorostiza, Cuesta,
Tablada, Cardoza y Aragón— el arte mexicano: Bustos,
Posada, Velazco, Zárraga, Atl, Rivera, Orozco, Siqueiros,
Montenegro, Charlot, Alva de la Canal, Castellanos, Ruelas,
Lazo, Izquierdo, Tamayo. Pasado y presente del arte de
México y América Latina. Una pintura nacionalista que
buscó cambios siempre convulsos y contradictorios, pero
que encontró su mayor significado en el muralismo. El arte
lo es todo: reverso e inverso: todo es. Comienza a
descubrir su ansia de ver y el deseo por descubrir lo que
ve. Le impresiona la cultura prehispánica de tal forma que
nos descubre que toda cultura y todo arte deben contarnos
una historia. Para Paz, el artista ensaya soluciones desde
y en una vieja tradición que es doble. Por una parte, la
técnica, destreza, modos de representación. Por otro,
imágenes consagradas, sabidas, que operan sobre el
consciente del espectador. «Ante los - cuadros de Picasso,
Braque y Gris —sobre todo del último, que fue mi
silencioso maestro— entendí al fin, lentamente, lo que
había sido el cubismo. Fue una lección más ardua; después
fue relativamente fácil ver a Matisse y Klee, a Rousseau y
a Chirico» afirma Paz. La crítica de arte, el lenguaje y
la pintura dieron sentido a su realidad. Un ejercicio en
el que nunca renunció a la reflexión sino que se convirtió
en un alfabeto muy propio. Con Baudelaire: Salones y
otros escritos sobre arte; Apollinaire: Les
Peintres cubistes; Breton: Le Surréalisme et la
peinture, y Mallarmé aprende a someter la erudición a
su intuición narrativa. Doble lección constante: crítica y
tradición. Un conversador excepcional que vivió con pasión
contagiosa los mundos del arte que con tanta sutileza
colabora a fabular en sus ensayos. Octavio Paz fue uno de
los poetas más brillantes que han escrito de arte en la
segunda mitad del siglo
xx. Su obra
escrita, directa, poética tiene su cumbre en su libro
Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, que
junto con Picasso fueron los artistas que ejercieron mayor
influencia en el siglo
xx. «Duchamp —dice Paz— no es menos sorprendente ( que
Picasso) y, a su manera, no menos fecundo. Los cuadros de
Duchamp son la presentación del movimiento: el análisis,
la descomposición y el revés de la velocidad».
Duchamp será una obsesión de Paz y logrará arrancar al
artista del Olimpo de las vanguardias, donde mueren los
grandes, para devolverlo a la vida del gran Arte. He aquí
una iluminación perfecta: Paz dio vida nueva a un artista
genial.
Hay en su poesía y en su crítica de arte una
extraordinaria consonancia entre el espacio interior y el
espacio del mundo, entre la intimidad profunda y la
extensión indefinida. Correlación entre microcosmos y
macrocosmos, una consonancia entre lo inmenso y lo íntimo.
Desde un ángulo de luz, en la penumbra, ante un cuadro de
Joan Miró, el poeta descubre universos, sueña su
inmensidad; acuden a él los sueños surrealistas, el
silencio inmenso y fabulador del pintor catalán. Así es el
poema titulado «Fábula», dedicado a Joan Miró:
El azul estaba inmovilizado entre el rojo y el negro.
El viento iba y venía por la página del llano,
encendía pequeñas fogatas, se revolcaba en la ceniza,
salía con la cara tiznada gritando por las esquinas,
el viento iba y venía abriendo y cerrando puertas y
ventanas,
iba y venía por los crepusculares corredores del cráneo,
el viento con mala letra y las manos manchadas de tinta
escribía y borraba lo que había escrito sobre la pared del
día.
En el espacio de la pintura de Miró resuenan las
constelaciones lunares, los pájaros de mil colores, el
universo surrealista, el jardín de piedras, el azul, el
negro, los siglos de la tradición y cultura catalanas. Ahí
es donde Paz descubre los azules, las barcas, la
imaginación interminable del artista. Por momentos, la
cualidad de la imagen nos permite no sólo escuchar, sino
ver.
Sigue Paz:
Miró era una mirada de siete manos.
Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna,
con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento,
con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones,
con la cuarta escribía la leyenda de los siglos de los
caracoles…
Nombres tan fronterizos como Velázquez, Zurbarán,
Tintoretto, Rafael, Camile Pissarro, Picasso, Amadeo
Modigliani, Man Ray, Fernand Léger, Jacques Lipchitz, Paul
Klee, El Greco, Solana, Henri Michaux, Dubuffet, Eduardo
Chillida, Chardin, Valerio Adami, Edvard Munch, Joan Miró,
Henry Matisse, Roberto Matta, Hans Hartung, Marino Marini,
María Helena Vira da Silva, Antoni Tâpies, George Segal,
Balthus, Max Ernst, Giorgio Morandi, Maurice Denis, Pierre
Alechinsky, Víctor Brauner, John Chamberlain, Juan Gris,
Braque, José Luis Cuevas, Francis Bacon, Alberto
Giacometti, Rauschenberg, Julio Le Parc, Joseph Cornell,
René Magritte, Duchamp, Rufino Tamayo, Afro Basaldella,
Rafael Canogar, Alberto Gironella, Fernando de Szyszlo,
Juan Soriano, Vicente Rojo, Frida Kahlo, María Izquierdo,
Gerzso, Antonio Saura, Richard Serra, Josep Guinovart
constituyen una primera y final apuesta de su visión
estética. Es el arte de su tiempo, de su memoria, pero
sobre todo de sus inclinaciones pictóricas. Geometría,
abstracción, figuración, ilusionismo, realismo o
simplemente: transfiguración del arte. W.H. Auden decía
que hay que buscar y encontrar en la labor poética
«diamantes en el barro»; Paz en cada línea, en cada
reflexión sobre arte no sólo encontró diamantes sino
respuestas. En breves poemas o ensayos, el poeta explora
la revelación estética de diversos artistas. Experiencia
única e inédita; cómplice, reflexiva, cazadora,
incandescente. Sus firmes convicciones surrealistas —André
Breton sobre todo— lo llevan a detectar el fuerte discurso
estético y narrativo del informalismo europeo y la
abstracción estadunidense. No le preocupa indagar en las
retóricas de la historiografía del arte sino entender la
pintura y su historia a partir de la poesía. Paz decía
sobre las diversas generaciones que se cruzan en la
historia que los artistas deben redescubrir el punto de
convergencia entre tradición e invención: «Ese punto es
distinto para cada generación y es el mismo para todas.
Convergencia no quiere decir compromiso ecléctico sino
conjunción de los contrarios. El arte de nuestros días
está desgarrado por dos extremos: un conceptualismo
radical y un formalismo no menos estricto».
Vanguardias que se pierden y se transforman constantemente
en el imaginario del poeta.
Es conocimiento y, al mismo tiempo, recreación del
concepto artístico. Es cierto, muchos de estos artistas
con algunas sensibilidades próximas a Paz son los que
sigue en su evolución constante. Sobre todo Miguel Ángel:
La Capilla Sixtina; Picasso: completo; Gris y
Braque: el cubismo; Degas: El baño, mujer enguagándose,
Bailarinas en escena; Matisse: Las naturalezas;
Cezánne: Vista del Estanque, Frutero, plato y manzana,
Taza, vaso y frutas, Tres bañistas; Miró: Las
constelaciones; Marcel Duchamp: Desnudo bajando la
escalera, Rueda de bicicleta, Fuente,
Con mi lengua en mi mejilla; Paul Gauguin: Los
árboles azules, Perros corriendo en el prado, Visión del
sermón, Pastor y pastora en el prado, La ronda de las
niñas bretonas, La vida y la muerte; Chillida:
El peine de los vientos, Elogio de la luz,
Yunque de sueños; Tâpies: Los muros;
Rauschenberg: Los objetos; Matta: sus
universos poéticos, su mundo surrealista; Motherwell: su
poesía lineal y abstracta. Éstos eran algunos de sus
artistas preferidos del siglo
xx. Ni
abstracto ni figurativo, lo que gustaba a Octavio Paz era
un arte que nos enseñara a ver. Cuando se situaba frente a
una obra se dejaba poseer y dominar por ella. «¡Qué
podemos comprender de un retrato de Rembrandt? —decía
Francis Bacon— Nada».
Octavio Paz agregaría: Miramos y sentimos una sensación
irrepetible. Más tarde sus intereses artísticos crecieron:
Léger, Moore, Masson, Klein, Esteban Vicente, De Kooning,
Rothko, Morandi, Tinguely, Râfols-Casamada, Torres García
y siempre Rufino Tamayo. De él aprendió a comprender el
puente que se abrió entre el arte prehispánico y la
modernidad del arte en México: «Mi aprendizaje fue también
un desaprendizaje. Nunca me gustó Mondrian, pero en él
aprendí el arte del despojamiento. Poco a poco tiré por la
ventana la mayoría de mis creencias y dogmas artísticos.
Me di cuenta de que la modernidad no es la novedad y que
para ser realmente moderno tenía que regresar al comienzo
del comienzo. Un encuentro afortunado confirmó mis ideas:
en esos días conocí a Rufino Tamayo y a Olga, su mujer.
Ante su pintura percibí, clara e inmediatamente, que
Tamayo había abierto una brecha. Se había hecho la misma
pregunta que yo me hacía y la había contestado con
aquellos cuadros a un tiempo refinados y salvajes. ¿Qué
decir?». La exploración de las convergencias, la búsqueda
del comienzo y la excavación de los límites de la
imaginación. «El relato —dice John Berger— no depende en
última instancia de lo que se dice, de lo que nosotros,
proyectando en el mundo algo de nuestra propia paranoia
cultural, llamamos su trama. El relato no depende
de ningún repertorio de establecido de ideas y costumbres:
depende de su avance sobre los espacios». Ver, sentir,
escribir se traducen en descifrar signos. A veces
la cualidad de la imagen nos permite no sólo oír, sino ver
la pintura, el eco que el silencio traza en el cuadro, en
el dibujo, en la escultura. Ver un cuadro es escucharlo,
repetía Baudelaire. A Juan Gris: lo vemos y lo oímos. El
espacio de creación, el espacio de la página fue con
frecuencia el tema de sus ensayos y de su poesía. El poeta
fue consciente del poder transformador de la imagen
poética y de la poética de la imagen. Juego inverso.
Convergencia lingüística. El poeta espera en un páramo
desierto, en una superficie incierta, en un muro en
llamas, como dice en el poema que le dedica a Antoni
Tâpies:
Sobre las superficies ciudadanas,
las deshojadas hojas de los días,
sobre los muros desollados trazas
signos carbones, números en llamas.
Escritura indeleble del incendio,
sus testamentos y sus profecías
vueltos ya taciturnos resplandores.
Encarnaciones, desencarnaciones:
tu pintura es el lienzo de Verónica
de ese cristo sin rostro que es el tiempo.
Hace años nos vimos- casi siempre nos encontrábamos
en París, Barcelona, Madrid y algunas veces en México-, y
lo escuché en Barcelona en casa de Antoni Tâpies. Paz: era
vehemente, brillante, devastador con el adversario. Un
surrealista, un poeta, en suma. «No se trata —repetía Paz—
de cambiar a los hombres como de acompañarlos, ser uno de
ellos». Y ese fervor lo encontró en compañía de muchos
artistas. A su entender, toda obra de arte es una
traducción que desvirtúa una presencia real originaria. La
negación y la crítica, fueron para él, la edad moderna. Y
bien decía T.S. Eliot en su poema Coros de la piedra:
Pues las acciones buenas o malas pertenecen a un hombre
sólo,
Cuando se yergue solo en el otro lado de la muerte,
Pero aquí en la tierra tenéis la recompensa del bien…
Y, Octavio Paz fue un hombre sólo, un seductor
intelectual único en su tiempo, que siempre intento
dialogar con el otro, para hacerse entender, para
dejar un registro luminoso de su paso por la vida. Fue un
excelente observador de las convulsiones de las
vanguardias artísticas de su tiempo. Imaginación pura. Un
ejercicio de demolición crítica. Un poeta que al igual que
Joseph Brodsky, Derek Walcott, Czestaw Milosz, Seamus
Heaney, Adonis, Yves Bonneffoy, John Ashbery, José Hierro,
José Ángel Valente, Wislawa Szymborska y John Bergen
crearon un grupo de influencia fuerte en la poesía de la
segunda mitad del siglo XX. A lo largo de setenta años el
arte fue uno de los temas inacabables de una de las
sensibilidades más brillantes y excepcionales del siglo
xx.
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