Mercedes Varela. Escritora mexicana.

Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links

 

Lucita

 

                                                                                                                                                   Mercedes Varela

 

Ésta es la cuarta vez que me encierro a piedra y lodo. Por la mañana me despedí de todos los vecinos. También del Padre Manuel. Nadie sospecha nada. ¡Qué bueno que me inventé esos parientes! Si no pos pa’ dónde jalaba. Las otras veces tuve que regresar pero... ¡Qué caray! Espero que esta vez, sea la buena. Es rete duro que uno desconozca la hora de su muerte, porque no hay como morirse a tiempo. Así, solitos sin tener que darle guerra a nadie y sin que nos contemplen atiriciados y respirando despacito, despacito y que se impacienten, porque nos tardamos para inhalar la ultima bocanada de aire.

—¡Ay Diosito! Este dolor cada vez es más fuerte pero, prefiero aguantármelo antes de dejar que ese malhadado doctorcito me meta cuchillo. No que, pos que iba a dejar que me anduviera tentaleando...

—Desvístase y póngase esta bata que la voy a examinar.

Como no —pensé yo— que se desvista su abuela y sin más lo dejé con un palmo de narices. Muy oronda abandoné el consultorio. Pos éste. A mí nadie me toca. Ya después... si quiere que me destace para que sepa de qué morí pero así en mis cinco sentidos ni loca.

Siempre fui muy rejega, si hasta parece que me veo con mi pelo largo, negro, ondulado y recién lavado. Ése si era cabello no las tres mechas esmirriadas y descoloridas como pelo de gato callejero que me cargo ahora. Mi cinturita chiquita, chiquita y unas caderotas de potranca fina. Caminaba yo con garbo, sintiéndome la Reina Xóchitl e ignorando los requiebros de los lugareños. Recuerdo que más de algún muchacho le echó bravas a los fuereños para impedir que se me acercaran. Y les funcionó. Nadie se me acercó. Los del pueblo, porque no se atrevieron y los de fuera, porque no los dejaron. Y me olvidaron. Se comprometieron y no volvieron a mirarme a menos que quisieran ganarse un pellizco de sus esposas o novias. Y yo allí me quedé con mi pelo ondulado, mi cintura chiquita y mis caderotas... pero sola. Y al no haber más, me entregué por completo a dios y a la obra piadosa. Nada más clareaba y allá iba yo a misa de seis y por la tarde al rosario. Por esos años estaba a cargo de la parroquia el Padre Juan. Yo me convertí en su brazo derecho, le llevaba de comer, le limpiaba, le lavaba la ropa y daba catecismo los sábados por la tarde. Los domingos, después de comulgar, caminaba despacito, con la cabeza gacha como si me doliera cargar sobre mis hombros el peso de mi virtud... forzada. 

Fue por ese tiempo en que, como que entreví una esperanza. Estaba yo terminando de sacudir a san Antonio y entre trapazo y trapazo le reprochaba que nunca hubiera escuchado mi súplica de enviarme a un buen hombre, cuando entra a la iglesia un muchacho y me apremia a que le diga en dónde se encuentra el padrecito.

—No pos orita no se le puede molestar. Está tomando su siesta.

—Señorita ¡Por favor! Avísele que aquí está Zacarías de Rancho Viejo y que mi mamacita se me está muriendo.

De más está decir que, desde luego que, acompañé al Padre Juan. Llegamos dos horas después, todos traqueteados y más empolvados que una semita de anís, pero a tiempo, gracias a la vieja camioneta que tosía, peor que la cristiana que se estaba muriendo por una pulmonía cuata, que afortunadamente no fue galopante sino, no hubiéramos alcanzado a llegar para ayudarla a bien morir. El padrecito enseguida se salió. Yo me acomedí, junto con otras dos mujeres, a vestirla y amortajarla. En eso estábamos cuando llegó el viudo, aunque él todavía no sabía que lo era, con el doctor.

Justino que así se llamaba el susodicho, era un hombre alto, de ojos borrados, grandes y pestañudos. De buen ver como dicen ahora. Sin desearlo me sonrojé al recordar cómo había maltratado a san Antonio, aunque enseguida me arrepentí por mis malos pensamientos, porque todavía no se enfriaba la difuntita y yo, ya estaba pensando en... consolar al viudo. Prudentemente salí al patio en donde ya empezaban a hervir los peroles para cocer el borrego, que afanosas cortaban y aderezaban varias mujeres, para tenerlo listo a la hora que llegaran los amigos y familiares al velorio. El Padre Juan consolaba a los deudos y yo, parada por aquí, sentada más allá, poco a poco conocí la vida de la mujer tilica y pálida, como pan de cera, que yacía en la cama. 

—Que si de joven era muy guapa pero Justino se la acabó de tanta cornada

—No pero que también ella era caranchita y tuvo sus queberes con....

—!No!

—¡Así como lo oye comadrita!

— Que nunca faltaba a sus deberes cristianos.

—Fue una buena madre.

—Que ella era la del dinero. Por eso Justino la aguantaba.

—Se adoraban. Era una esposa ejemplar.

¡Pobre mujer! Me dije y me entró una tristeza tan grande que no cupo más dentro de mí y empezó a escurrirme por los ojos. Nadie sabía quién era yo, pero todos me consolaban y decían acompañarme en mi dolor. Ni supe a qué hora se fue el Padrecito. Yo, allí me quedé llorando y rezando por el descanso de esa alma que tanto había padecido en este mundo.

Entre el viudo Justino y yo no cuajó nada. El ya tenía su compromiso con una chamaquita de quince años y pos ni modo de competir, aunque nos hicimos amigos y después nos hicimos compadres, porque le llevé a bendecir a un San Martín Caballero. Pero como la esperanza es la que muere al último, yo no quitaba el dedo del renglón. Cuando el pueblo se modernizó, diariamente compraba el periódico para revisar las esquelas y si había muertita inmediatamente la leía para ver si había dejado viudo y de cuántos años, calculándole la edad, guiándome por la de la difuntita. Y así fue como me dediqué a ayudar a bien morir a todas las cristianas y cristianos, sin distinción, para que no se sospechara mi interés por los viudos. Me gané el respeto de toda la gente, me enorgullecía como me admiraban y alababan mi virtud.

—Usté si es de fiar. No como la Adela que después de muerta nos vinimos a percatar q’era una cusca.

—¿Cómo está eso? Alguien se los dijo.

—Ni falta qi’ace. Uno solito se da cuenta

—¿Cómo? Pregunté extrañada.

—Si será usté inocente. Que no ve que las siñoritas pa’luego, alueguito s’hinchan por lo mismo que no tienen por donde desalojar las ventosidades del cuerpo.
En esos quehaceres andaba cuando conocí a Santiago, chaparrito, moreno, trompudo y para colmo de males casado. En fin que no valía ni un tepalcate pero tenía una labia y una voz de macho, así como la de David Reynoso. Cuando me miraba me ganaban los calores y no sé por qué artes pero yo, me sentía toda desarropada hagan de cuenta que así como dios me trajo al mundo pero, en vez de alejarme, más me le acercaba.

—Buenas tardes Lucita. Pasaba por aquí

—Pásele. Gusta agüita de limón o quiere un cafecito.

—Y entre el cafecito y la agüita fresca creo que también nos comimos la torta. Aunque no estoy segura, yo estaba como ida, como en un mundo en donde no existe el tiempo, ni la luz, ni el sonido. Solo un quemor como de lava ardiente inundó mis entrañas e hizo hervir todo mi cuerpo hasta nublar mi entendimiento haciéndome creer que todo lo soñaba. Cuando abrí los ojos ya era tarde. Le supliqué a Santiago, que se fuera, que olvidara el camino a mi casa, pero por sobre todas las cosas que jamás hablara de lo que había ocurrido aquella tarde.

Nunca volví a saber de él. Su recuerdo va y viene de vez en cuando como en esta noche en la que yo, me acuerdo de él mientras espero que Dios se acuerde de mí y ruego para que los que me conocen me olviden.

El dolor regresa, las tripas se le hacen bolas, le falta el aire pero haciendo un esfuerzo vuelve a insistir:

—¡Diosito! Si me muero a causa de estos torzones ¡No me abandones! Has que no me encuentren luego, luego porque... ¡Qué tal si no me hincho! 

 Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links

Escritora mexicana


Mercedes Varela, nació en el Puerto de Tampico, Tamaulipas. Pero radica en la Ciudad de Reynosa desde el año de 1981.

Maestra de Inglés, promotora cultural, mediadora de lectura y narradora.

Sus textos han sido publicados en medios locales, estatales y nacionales como: La revista “Fronteras”, publicación de CONACULTA, el plaquet “Letras de Cal”, sus libros: “Sol, edades y amor es…”, “Cuentos y recuentos” y “La llave mágica”. La antología de cuentos titulada “Canto Rodado”, la antología dedicada a la mujer chicana y mexicana del siglo XXI, publicación de la Universidad de Tempe, Arizona, la antología dedicada a Laredo, Texas, publicación de la Universidad de Texas en Brownsville y el Colegio Texas Southmost, la antología “Carne pa’llevar”, las antologías “Perros Melancólicos” y “El Tren de la Ausencia”, Editora Cofradía de Coyotes, antología de “Teatro en la frontera”, la Antología “Brevedad Urbana”.

Dos veces ha sido becaria del Fondo Estatal/Municipal para la Cultura y las Artes.Ganadora del primer lugar en Literatura dentro del Programa Nacional de Desarrollo Cultural Municipal.

Ganadora del primer lugar en el primer concurso de literatura a nivel estatal promovido por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes 2007.

Ganadora de mención honorífica en el primer concurso de literatura a nivel estatal promovido por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes 2007.

Ganadora del primer lugar en el concurso de villancicos escritos en inglés. Concurso a nivel estatal y convocado por la SEP y Gobierno de Tamaulipas, dentro del Programa Inglés en la Escuela Primaria. 2007.

 


Contador de visitas para blog

*