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Ecos de veranos lejanos
Lucila Ferrero |
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Caminos de tierra y ripio, una amplia arcada que anuncia el nombre del lugar al que llego después de años de ausencia. Casas abandonadas a su suerte, gente de campo que transita, pocos niños, casi ningún joven, hamacas vacías que se mecen con el viento de otoño, alboroto de hojas secas que juegan a la ronda, silencio, mucho silencio. Patios que ya no reconozco, donde compartía siendo niña veranos de picardías y risas. Me observo buscando rostros que ya no encuentro, intentando escuchar voces que ya no hablan, recibir abrazos de bienvenida que ya no me estrechan. Me acerco con pasos cansados, a tu casa. Golpeo aquella puerta hasta la que llegaban corriendo nuestros incansables piececitos. Me recibe una mujer muy envejecida, me cuesta creer que es ella, mi tía. Me comunica que te has ido. Entro y una fuerza inexplicable, me obliga a caminar como si estuviese en cuclillas, el techo se hace cercano, muy cercano y me oprime. De repente me siento una pequeña criatura que pugna por avanzar hacia el interior de una habitación oscura, iluminada tan sólo por los destellos de varias velas que decoran un pequeño altar, sobre el cual se erigen imágenes de tu rostro amigo tan añorado. Tanto te he llorado al tener que despedirme que ya no guardo más lágrimas para derramar al verte en esos retratos de color sepia. Me dijiste la última vez que hablamos que no me preocupara que dónde estabas eras muy feliz. Me rogaste que no me lamentara ya que íbamos a reencontrarnos más adelante. Que aire tan distinto respiro estando en este sitio. La tristeza me inunda. Tu padre está pero su alma se ha ido contigo, su mirada ya no mira, sus ojos celestes se han mimetizado con el propio cielo, en el que te busca incansablemente en cada avión que sobrevuela, tu hermana continúa su vida a la sombra de lo que supiste ser y tu madre tiende tu cama y acomoda tu cuarto del mismo modo en que tu lo dejaste para que cuando regreses encuentres todo de igual modo. Te siento cerca, sé que estás junto a mí, no puedes alejarte del todo, sabiendo que nadie puede comprender el motivo de tu partida decidido tan repentinamente. Al caer la noche, duermo en tu cama como lo hice cada vez que he venido a visitarte. Tu hermana tiene miedo de permanecer sola, allí en el cuarto que comparten, hasta que vuelvas. Me pide que la acompañe. Me cuesta conciliar el sueño, te extraño. No me avisaste que no estarías. Me levanto, está amaneciendo, no sé qué hora es, pero presiento que es muy temprano. Voy hacia la cocina, ahí me estás esperando con el mate. Siempre te gustó sorprenderme. Qué alegría volver a verte. Te ha sentado bien alejarte, te descubro renovada. Charlamos y reímos como siempre lo solemos hacer. Suena de fondo la canción Losing my religión de REM, que pretendes que aprenda a cantar en perfecto inglés. Te burlas de mí porque sabes que nunca lo voy a lograr. Alguien nos chista por el alboroto que hacemos, lo que no consigue más que redoblar nuestras carcajadas. Cuando estamos juntas nada nos importa, es como si nos olvidáramos del mundo que nos rodea. Puede pasar mucho tiempo y mediar la distancia entre ambas pero cada encuentro pareciera ser parte de un ritual cotidiano que se renueva cada vez y que disfrutamos plenamente. Me decís que debes irte nuevamente, te pido por favor que no lo hagas. Vuelvo en sí, me encuentro rodeada por mi familia que festeja que haya regresado y por los médicos que van y vienen a mi lado, calibrando artefactos que me mantienen conectada a una realidad que prefiero ignorar. No entiendo que ha pasado. Sólo sé que por desgracia, era cierto lo que me habían dicho y no quise escuchar. Ya no estás acá. Emprendiste un viaje sin retorno, quise acompañarte pero no pude, mi lugar por el momento es éste. En vano intento oponerme al curso de las cosas que siguen su camino. Me debo contentar con una valija de gratos recuerdos que llevaré siempre conmigo y de la que nadie podrá despojarme. Resuenan como un eco en mi mente, algunos versos de esa canción que traduje para saber que estaba intentando pronunciar: “Creí escucharte reír, creí escucharte cantar, creo que creí verte intentar, pero eso fue sólo un sueño”
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Escritora argentina Tengo 34 años, soy de Ciudad de La Plata, Buenos Aires. Argentina. Soy Licenciada en Psicología y Docente No gané ningún premio literario.
Este mismo cuento apareció en el 2012, en una Antología "Intermitencias", compilada por Marta Rosa Mutti y publicada por Editorial Dunken, que fue presentada en la última Feria del Libro que se realizó en Buenos Aires.
Aparece junto con "Muñeca de Cristal" en el blog: http://arteartearte-aire.blogspot.com
Participo desde comienzos del año pasado, en la ciudad de La Plata, del Taller de Literatura Creativa Dirigido por la profesora y dramaturga, Mariela Anastasio, quién ha contribuido con su orientación a la elaboración del cuento que comparto con ustedes.
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