La
esquina
Los cuerpos semi
desnudos llegan a
compartir la banqueta,
la penumbra deja ver
siluetas; mujeres,
hombres, mujeres en
cuerpos de hombres, la
nicotina y el humo de
los escapes se
confunden.
Placer, fantasías,
mercado de carne viva,
trajes, camionetas o a
pie no importa el color
de piel solo el oro la
plata es el lenguaje.
Me abstrae de este
espacio el reflejo de la
luna y el cielo
estrellado frente a mí,
en un charco sobre el
asfalto.
Gritos, discusiones,
golpes. Un disparo
acalla todo sonido, la
esquina se vacía, un
cuerpo se derrumba, el
reflejo del cielo queda
rojizo.
Es humano, es
civilizado; mejor reviso
la basura, ya me dio
hambre.
La habitación
Frente a la cruz que
posa como guardián en
la cabecera de la cama
susurra una plegaria
Mariela.
Busca en la cruz alguna
respuesta, una melodía
invade la habitación, un
gorrión se posa en el
marco de la ventana.
Trata de tocarlo. El
canto se transforma en
graznido. Las plumas
cambian al negro; es
ahora un cuervo que
emprende su vuelo.
Obscurece en la
habitación.
La mirada de Mariela
regresa a la cruz, para
descubrir su cuerpo en
la cama pálido, frio;
solo murmura: ya maté mi
cuerpo, ¿ahora qué hago
con mi alma?
Nostalgia
Recuerdo la niñez, los
juegos de los amigos, el
compartir por compartir.
Casi huelo las tortillas
hechas a mano de la
abuela, los coscorrones
del abuelo al nombrar a
otro equipo que no fuera
el suyo. Mi madre
tratando de acomodarme
el pelo para ir a la
iglesia; mi padre. A él
lo recuerdo más, aunque
fue poco el tiempo que
conviví con él. Recuerdo
su partida esa mañana;
me hacen falta sus
consejos, de haberlos
seguido no estaría
sentado en esta caverna
de concreto.
La espera
El sol roba las sombras
y deja ver un nuevo día,
el aroma del café se
siente, me invade la
nostalgia, recuerdos del
hogar, la familia; trato
de ponerme de pie, esta
banca en la central de
camiones es muy dura,
prefiero quedarme abajo
de los puentes. Son más
tranquilos. No sé porqué
hoy es diferente, quizá
hoy Marta descienda del
camión.
Fiel amante
Sus cuerpos se unían
entre sabanas blancas de
seda suave, leves
quejidos ahogaban el
silencio. De un golpe lo
hacen despertar; el
cuarto, la cama, la
mujer, se esfuman entre
neblina.
Al abrir los ojos
contempla a un hombre de
uniforme azul.
—Hey, hey mugroso. Aquí
no se puede dormir.
El hombre de harapos y
cara barbuda se levanta
murmurando.
—Es temprano. Volveré
más tarde a soñar
contigo Marisol.