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Ser el otro
Eva María Medina Moreno |
¿Me sucedió algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuera otra cosa? Clarice Lispector |
Es una mujer corriente, pero hay algo en ella que me arrastra.
Noto que mis ojos empiezan a escrutarla de arriba abajo,
acercando y alejando el objetivo; acercándolo, alejándolo,
acercándolo, alejándolo. Su chaqueta negra oculta un cuerpo
consumido, nada atractivo. Pelo castaño, largo, separado por una
línea central recta. Nariz aguileña, trozos de carne casi
inexistentes moviendo su boca. ¿Es esto lo que busco? No, creo
que no. Oigo el sonido del zoom acercándose a unos ojos que
parpadean. ¡Su mirada, es su mirada! Que ha vuelto de un lugar
árido, oscuro, frío, muy frío. Mis ojos se dirigen a ella,
abstrayéndose del resto de realidad cercana. Un, dos, tres. Ya
está, ya es mía.
La mujer de chaqueta negra y nariz aguileña grita. Sus ojos, de
un azul muy claro, casi blanco, me acechan preguntándome qué ha
pasado. No contesto y salgo.
Llego a otro andén. Ruido de raíles chirriantes. El tren
estaciona. Se abren las puertas. El movimiento de la masa me
introduce en el vagón.
Cuando el espacio se desahoga, me fijo en un chico que está de
pie, agarrado a la barra metálica. Me atrae, algo me atrae. Me
sujeto a la misma barra y me oigo: moreno, nariz chata; no, no
es eso. Los ojos, la boca. Tampoco. Miro sus manos. Entonces
surgen las imágenes, tiesas, arrítmicas, de unos dedos
enguantados negros sobre otros marrones. La misma atmósfera
pesada. Siento que mis dedos se mueven, intentando rozar los del
chico. No me lo puedo quitar de la cabeza.
En la calle, lo veo hablando con un amigo. Me quedo detrás. Doy
pasos cortos, miro con frecuencia el reloj y me apoyo en la
pared.
Lo miro, examinando a modo de autopsia cada detalle,
radiografiando su interior para extraer aquello que busco. Tenso
los dedos, los aprieto, los estiro. Su figura dentro de mi
pupila; ocupándola, haciéndose más grande; negra, cada vez más
negra.
Un golpe seco. El chico yace en el suelo. Su amigo intenta
reanimarlo. Gente alrededor. Corro, preguntándome qué le habré
quitado. ¿Qué me atrajo de él? Subía las escaleras del metro
deprisa, de dos en dos; esos dedos al agarrarse a la barra, los
brazos, los músculos tensos…
Entro en un parque. Una niña salta, otros se columpian. Un niño,
de unos cinco años, juega a la guerra con sus dedos. Lo observo.
Se da cuenta y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y le enseño un
papel y un lápiz que saco del bolsillo
trasero del pantalón. Hago un dibujo. El niño se acerca y lo
mira. Oigo: «columpios, mamá, yo, señor». Con los ojos
humedecidos lo levanto, sentándolo en mis piernas. Trotes de
caballo. El niño se ríe. Arriba abajo, arriba abajo. Viene una
mujer que coge al pequeño, arropándolo en su pecho. «Degenerado.
Aprovecharse así de un niño. Yo os encerraba a todos.
Pervertido». No digo nada, solo bajo la cabeza. «Te lo tengo
dicho, no te alejes ni juegues con extraños, menudo susto, y
deja de berrear, me vas a dejar sorda».
Bajo la calle sonriendo. Me fijo en dos adolescentes. Se besan,
caminan, se vuelven a besar, y entran en una cafetería. Los
sigo.
Son como lapas, como no paren de besarse imposible averiguar lo
que quiero. Me lo están poniendo difícil, ¡críos de mierda!
Me acerco a ellos.
−Perdonad que os moleste, ¿no tendréis un cigarro?
−No –dice él.
−No fumamos –dice ella.
−Mejor, mejor…
Vuelvo a la barra y los miro. La chica tiene algo, no es guapa
pero tiene algo. Se me cae el café, que limpio con servilletas.
Una voz me dice que son sus labios lo que deseo. Unos labios
carnosos, grandes, con esa forma perfecta, como los pintó
Rossetti. Capaces de las mayores desgracias. Te los voy a quitar
princesa. Sudo. El sudor por la frente, las cejas. Son casi
míos. Me pertenecen, ya son parte de mí. Un grito, la chica. Sus
labios sangran. El camarero la atiende. El chico, paralizado.
Ella continúa gritando. Salgo del bar sintiendo que algo me
falta. ¡El pelo del chico! Lo quiero, esa melena rubia va a ser
mía, ¡mía! Al despertar siento un ligero temblor, que desecho estirando brazos y piernas. Voy al baño. Me echo agua en la cara, bebo del grifo y me miro al espejo. Llevo una peluca rubia, lentillas de un azul muy claro, mi boca, pintada de un rojo chillón corrido por los bordes, y unas hombreras debajo de la camiseta. La imagen me paraliza. Qué era aquello, ¿una broma?
Mientras pienso qué hacer, me fijo en una luz roja,
intermitente, que sale del dormitorio. Retiro la cortina,
escondiéndome detrás, y veo una furgoneta; con esa luz tan
molesta. ¿La policía? El chico podría haber muerto, la mujer
quedarse ciega, el niño sin alegría, los adolescentes…
Llaman a la puerta. La peluca, al suelo. Me quito las lentillas.
Me limpio la boca con la mano y tiro las hombreras. Las ideas se
me amontonan; las deshecho.
Llego a la puerta con los oídos latiendo. Miro por la mirilla y
pregunto. Me llaman por mi nombre. Dicen que abra. La policía,
pienso. Corro. Me cogen antes de llegar a la escalera. «No he
sido, yo no he sido», grito. Me dicen que ya lo saben.
«Pórtate bien», oigo, «y no te pondremos la camisa». Uno de
ellos se sienta a mi lado. Es un hombre corriente, pero hay algo
en él que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a escrutarlo
de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo,
alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta y pantalones
blancos... |
Escritora española Madrid, 1971
Licenciada en Filología inglesa y diplomada en Profesorado de Educación General Básica, por la Universidad Complutense de Madrid. Con el título del Ciclo Superior en Inglés de
la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, y The Certificate of Proficiency in English, por la Universidad de Cambridge. Tras el Período de Docencia del Doctorado en Filología Inglesa de la UNED, investiga en el campo de la Literatura Inglesa del siglo XX y Contemporánea. Trabajo que compagina con la escritura de su primera novela.
Otros trabajos en Literatura Virtual Eva María Medina fue premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós por su relato «Tan frágil como una hormiga seca» (Editorial Iniciativa Bilenio S.L. 2010). Seleccionada en el V Premio Orola, en cuya antología se incluyó su cuento «Mi bodega» (Ediciones Orola S.L. 2011). También han publicado sus relatos en revistas literarias de España, Argentina, USA, Chile, México y Venezuela, como Letralia, Cinosargo, Almiar, Groenlandia, Narrativas, o Solaluna.
Eva María Medina Moreno Su narrativa mira a través de las grietas de la realidad, se adentra en el sufrimiento de los verdugos, juega entre los límites de lo posible e imposible, saca a Sartre de su «náusea» e intenta hacerla suya, y a Kafka lo vemos levantar la cabeza mientras escribe un cuento, ¿una erre?
Locura, alcoholismo, afectividad mal concebida, frustración, anhelos, inmovilidad, muerte, recorren sus relatos, quedando siempre un espacio para que el lector reinvente lo escrito. La autora nos espera en medio del puente entre existir y no-existir, en un simple parpadeo. La multiplicidad del yo es vista a través de un imaginario de sombras. Lo cotidiano crece en dos migas de pan. Hay una bodega donde se guardan retazos de vida. La escritora intenta gritar como lo hace esa gota.
«Dejad que el silencio os atrape y escuchad los ruidos nocturnos», nos dice. «Esperad a que el reloj marque las cuatro. Ved más allá de un cuadro; de esas olas rompiendo en un acantilado». Y las cosas, ¿son lo que son o aparentan ser lo que creemos que son? Una capa de irrealidad cubre los objetos, que mudan, dándonos otra cara. Una redada, los opresores se sienten oprimidos y matan. La muerte, como si espiase a través de unas cortinas ficticias tan reales.
Te espera, sí, pero al otro lado.
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