Todas
las cosas tienen su nombre.Todo
lo visible y lo invisible, lo que existe y lo que puede ser
imaginado tiene una palabra que lo distingue y lo nombra, que
estimula la lengua y el paladar, el oído, y evoca una idea tan
precisa y amplia como la que se representa con absoluta nitidez
cuando decimos agua o guitarra.
Todo tiene nombre en este mundo. Los mares y los vientos, las
estrellas y los cuerpos celestes, cada montaña y cada mar y cada
río, las islas, los animales, las flores y los frutos, las
plantas, los árboles y los minerales, las rocas y los minerales.
Los actos de las bestias y los de los hombres (que se conjugan
en verbos), las emociones y los sentimientos, las construcciones
verbales del pensamiento y la razón, los colores y su gama casi
infinita de matices, las enfermedades casi inocuas y las
letales, y los fenómenos y cambios físicos y químicos, los
sucesos fantásticos y los de las pesadillas.
Todo tiene un nombre. Cada asentamiento humano, cada ciudad,
cada urbe, cada caserío, cada edificio erigido para un fin, y
cada prenda de vestir y cada instrumento y cada letra. También
cada moneda y cada parte del cuerpo, de todos los cuerpos.
También tienen su nombre todas las máquinas y todas las piezas
que conforman un gran barco, un motor, todos los procedimientos
y técnicas de todos los trabajos, de todas las profesiones y
especialidades y de todos los oficios.
Todos los ángeles y seres invisibles y monstruos de los mares y
del espacio; todos los conceptos y términos de la Filosofía, la
Teología, las Matemáticas y el Derecho. Todas las ceremonias y
todos los juegos, las operaciones mentales y las figuras
retóricas y todas las partes de la oración y de la lengua según
la Gramática, y todas las cifras y sus combinaciones y
operaciones y todos los números.
Todo tiene su nombre y su definición y todo cabe en todos los
diccionarios del mundo. Y no es lo mismo papel, que papel
carta o papel de estraza o papel biblia o papel cebolla o papel
blanco o papel cuché o papel de arroz o papel higiénico o papel
carbón, y así todas las cosas, pues no es lo mismo una piragua
que una balsa que una almadía que un kayak que un bote o una
lancha, y tampoco es lo mismo los alisios que los contralisios o
el siroco, el noto, el mistral, el cierzo.
Todos los días veo cosas y sucesos y fenómenos cuyos nombre
desconozco, abro un diccionario y encuentro palabras que no uso,
que nunca he escuchado, inauditas, cuyo significado me sorprende
y a la vez me ofrecen una definición insospechada que también me
habla de los estrechos límites de mi conocimiento del mundo, de
otros oficios y otras culturas y otros tiempos.
Qué
tarea formidable darle nombre a todas las cosas, en todas y cada
una de las lenguas que se hablan en el mundo. Que prodigio darle
nombre a una hormiga que apenas se distingue de otra por su
color o su tamaño. Y cada uno de nosotros tiene un nombre, una
combinación de letras y palabras que nos forman y conforman.
Y cuando algo en
el universo no tiene nombre, si eso aún es posible (el Bosón de
Higgs tenía nombre y atributos, antes de que se tuviera la
certeza de su existencia), un ejército de científicos, un
astrónomo o un ingeniero naval, un zoólogo o un químico, un
jurista o un poeta nos dirá el nombre de lo que no había sido
nombrado.
Es pasmoso.
Todas las cosas de este mundo tienen un sustantivo que las
nombra; todas las acciones un verbo que las dice y se conjuga;
un adjetivo que les da vida y las explica. Me siento apabullado
bajo el peso alado y poético y denso y procaz de todas las
palabras, de los nombres de todas las cosas.
En el nombre y sus palabras reside la metafísica y la poesía de
las cosas. Extraer de los nombres su poética, darle a las cosas
su luz, fijar los atributos que las animan, es tarea de los
mejores. Dice Borges con lucidez infinita: Si (como afirma el
griego en el Cratilo) / El nombre es arquetipo de la cosa, / En
las letras de rosa está la rosa / Y todo el Nilo en la
palabras Nilo.
Qué prodigio. Me quedo sin habla. Escribo
desde el asombro.
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