Una de las más asombrosas propiedades de la literatura es encontrarla ya escrita por otro tal como uno la imaginó, como a uno le hubiera gustado escribirla. A veces la literatura aparece nítida en la página de un libro escrito por otro y allí están las palabras que expresan nuestra emoción y nuestro pensamiento.
Las mañanas son la mejor hora del día para estas revelaciones, en particular mientras frente al espejo uno se unta la cara con crema de afeitar como un payaso. Uno piensa ráfagas deshilachadas de pensamientos trascendentes, reflexiones graves, versos sonoros, nebulosas verbales que deberían tomar su forma definitiva en una oración completa. Luego, un instante después, se van por el caño con el agua sucia de barba y crema de afeitar.
Entonces, en esa misma mañana, con la cara bien afeitada que todavía huele a loción, aparecen, con la expresión justa y lúcida, bella y completa, aquel verso, aquella idea que uno no escribió pero intuyó frente al espejo. Eso sucede de vez en cuando, pero a casi diario vuelve ese juego de miradas con el espejo, ese ocultar mi propio rostro de mi mirada con la crema que me da la apariencia de otro, que me hace otro por un momento, uno que conozco pero no siempre reconozco, uno que me dice cosas que me dolería decírmelas cara a cara.
Entonces, aquello no escrito, toma forma en las palabras de un poeta. Yo he pensado y sentido lo que Pedro Salinas le dice a Katherine Whitmore el 3 de marzo de 1933 sobre las propias cartas de amor que le escribía:
“[...] Me levanto pues, y el día me trae, como una luz, la iluminación sobre mi carta de hoy. Un momento fecundísimo en la elaboración espiritual de la carta es el de (sí, no te burles de mí) afeitarme. Fue siempre muy importante en mí: al afeitarme, en esa operación terrible en que el hombre tiene que enfrentarse consigo mismo a diario, cara a cara, arrostrar su mirada, y verse en un espejo trágico y grotesco a la par, con esa cara recién salida del sueño y esa espuma blanca por la faz, algo entre espectro de sí mismo y clown, se me han ocurrido siempre grandes cosas. Proyectos prácticos, poemas, novelas, soluciones o dificultades, no sé […]. Y lo curioso es que luego, en el taxi que me lleva a mi despacho, voy pensando en lo mismo y el color del día, el tono de luz, lo que veo por las calles, concurre todo al mismo punto. Pero luego pasa algo inesperado y siempre repetido, aunque sea paradójico, y es que al coger la pluma escribo otra cosa completamente distinta, inspirada por el instante, revelación súbita rayo del cielo. ¡Abajo se hunde toda la preparación!”
Yo debí haber escrito aquí de otra cosa. Salinas, imponente poeta, no deja de sorprenderme, de decirme mucho, en sus poemas y en sus cartas. Yo sé de qué habla el poeta. Lo he sentido frente al espejo y lo he vivido after shave esta mañana.
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