Muy temprano, mientras hacía fila en un café
para pedir el primer exprés del día, escuché que
alguien detrás de mí declamaba: Besarse,
mujer, / al sol, es besarnos / en toda la vida.
/ Asciende los labios, / eléctricamente /
vibrantes de rayos... Me volví y vi a un
hombre muy joven, con la cara estragada, lo sé,
por el amor, la poesía, el desvelo.
En el café había casi una penumbra,
casi un silencio. Los clientes pedían
discretamente capuchinos y americanos, los
empleados los servían, pero nadie dijo ni hizo
nada más. Del fondo de la fila aquel hombre,
herido de un zarpazo poético, desgranaba:
Boca que arrastra mi boca, / boca que me has
arrastrado: / boca que vienes de lejos / a
iluminarme de rayos.
Me volví abiertamente con rotunda
simpatía. Aquel hombre me vio, y entendió que yo
entendía. Hermanos fugaces en Miguel Hernández,
lo acompañé, contagiado de pronto: Alba que
das a mis noches / un resplandor rojo y blanco.
/ Boca poblada de bocas: / pájaro lleno de
pájaros.
Nadie más en el café dijo ni hizo
nada. Aquello me pareció un escándalo. De pie,
bebí mi exprés de dos sorbos. Lo trascendente
seguía implacable: He de volver a besarte, /
he de volver... Lo seguí hasta el final:
Boca que desenterraste / el amanecer más claro /
con tu lengua. Tres palabras, / tres fuegos has
heredado: / vida, muerte, amor. Ahí quedan /
escritos sobre tus labios.
Me acordé de un adolescente que
quiso ser poeta y se aprendió para siempre,
deslumbrado, muchos poemas de Miguel Hernández.
A pesar de los años, por un apego inútil, creo
que aún conservo una carpeta con papeles
impresentables de aquel tiempo.
El que estaba frente a mí en el
café, lo sé, era un hombre en estado de gracia,
luminoso. Dichoso él: Beatus lle,
pensé. Que nada lo perturbe, me dije, que nada
ni nadie lo trastorne. En el café, lo sé, pronto
sería un loco, un raro, un apestado.
Salí a la calle para ir a la
oficina, la cruda luz de la mañana era más
densa, el aire más pesado, los ruidos opacos; el
mundo era distinto, parecía irreal, desdibujado.
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Escritor mexicano. Autor de las novelas La rosa del calidoscopio y Telemaquia.
Comuníquese con el autor alfarollarena@gmail.com
Enrique Llarena es colaborador distinguido de Literatura Virtual.
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Enrique Alfaro Llarena
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