Enrique Alfaro Llarena

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  El arte de la soltería o la obra maestra

Enrique Alfaro Llarena

Velarde

           Vislumbro una figura. Las coincidencias y semejanzas entre Franz Kafka y Ramón López Velarde. Es este un juego sin pretensiones, que sigue de lejos y tenuemente a Plutarco y sus vidas paralelas. Tenían muy poco en común, las diferencias son evidentes y en principio no podrían ser más opuestos: un checo, judío y prosista frente a un mexicano, ferviente católico y poeta. Sin embargo, sus escritos tienen la fuerza y singularidad de las obras trascendentes, fueron contemporáneos, estudiaron derecho y murieron pronto de enfermedades en las vías respiratorias, sus obras, perennes, los han sobrevivido y sus nombres son evocados como modelos culturales de ciertos nacionalismos, pero esta noche pienso en ellos y en sus amores imposibles, en sus rotundamente complicadas, ambiguas y contradictorias relaciones con las mujeres. Kafka y López Velarde eran solteros profesionales: no paraban de hablar y de planear sus matrimonios, de buscar esposa, pero en cuanto podían daban un paso adelante y dos atrás. Clientes asiduos de prostíbulos, se enamoraban de mujeres con las que no llegarían a ningún lado y que fueron destinatarias de una correspondencia enorme y magistral en el caso de Kafka (las Cartas a Milena son una obra mayor) y de algunos de los mejores poemas (que exudan culpa y erotismo) de López Velarde.

           Ambos se comprometieron y rompieron sus compromisos, ambos tuvieron su gran amor roto: Felice y Fuensanta (dos efes) tienen vida por sí mismas, fueron tan importantes en las vidas de nuestros autores que aún hoy hablamos de ellas y las reconocemos como personajes literarios, por lo que ellos escribieron. ¿Tendrán equivalencias Milena Bauer y Margarita Quijano, o alguna otra? Sí, eran solteros profesionales: empeñados en casarse, hacían todo lo posible para no lograrlo, en una lucha consigo mismos en la que no estaban excluidos el infortunio y el azar. El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza. Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas, escribió el poeta.

           Kafka y López Velarde no se casaron y no fueron padres. No sé si tenga gracia imaginar a Kafka casado y con hijos (que muy probablemente hubieran muerto en un campo de concentración nazi o soviético), ocupado y preocupado por su condición de padre, o a López Velarde como ejemplar padre católico de sus hijas. Sería muy distinta la figura que de ellos tenemos, e incluso su obra sería distinta. Ellos serían otros para la imagen que la cultura literaria les ha asignado, y acaso sus obras las valoraríamos de otra manera. Como padres de familia Kafka y López Velarde no son posibles ni en la imaginación. La especulación y aun el chiste de los primeros momentos se disolverían en un instante: ¿Hubiera escrito Kafka una carta al hijo?, ¿negaría López Velarde que el hijo que no tuvo es su verdadera obra maestra? Luego, nada quedaría. Ellos y su obra no serían los mismos. Kafka y López Velarde, creo que para su fortuna, no fueron maridos ni padres porque no podían serlo. Tengo la impresión de que cada uno sabía que el arte consumado de conservarse soltero, a pesar de sí mismo, era una parte de su obra maestra, por decirlo a la manera del poeta, y en este juego de espejos y constelaciones, si así no hubiera sido así no hubiera sido, algo muy valioso, al menos para nosotros, se hubiera perdido.

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Escritor mexicano.

Autor de las novelas La rosa del calidoscopio y Telemaquia.

Comuníquese con el autor

alfarollarena@gmail.com




 Enrique es colaborador distinguido de Literatura Virtual.

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