Cuando Gustave Courbet pintó L'origine
du monde (El origen del mundo), en 1866, quizá tenía
la certeza de que su cuadro no sería ajeno al escándalo y la
polémica. Podemos suponer que el pintor sabía que lo perseguiría
la censura y los guardianes de la decencia, pero es imposible
que imaginara su participación en elperformance de
Deborah de Robertis y mucho menos que los alcances de su célebre
obra han quedado en entredicho.
Sí, El origen del mundo ha venido a menos, a pesar de su
leyenda y su historia: su pista aparece y desaparece, y ha
permanecido oculto mucho tiempo, cubierto, a salvo de miradas
ajenas. Los hermanos Goncourt lo conocieron y reprobaron. Al
parecer, durante la Segunda Guerra Mundial cayó en manos de
tropas alemanas y luego rusas, que lo devolvieron a su
propietario. El cuadro regresó a París, donde lo adquirió en
1955 el mismísimo Jacques Lacan. El gran psicoanalista también
lo mantuvo oculto en su casa. Desde 1981 es propiedad del Estado
francés, que también tuvo recelos para mostrarlo. Desde 1995
está expuesto en el Museo de Orsay en París.
El origen del mundo muestra
un trozo de cuerpo de mujer, el vientre, el pubis, las piernas
cortadas. El centro del cuadro, el foco, es la entrepierna, el
monte de Venus, cubierto de abundante vello. Sí, un escándalo.
Las palabras vergüenza y desvergüenza, ofensa y revelación,
provocación y liberación, obra de arte y pornografía son monedas
corrientes al hablar del cuadro. Pero
gracias a la artista Deborah de Robertis el cuadro es un poco
menos escandaloso; la incredulidad y el rechazo, así como los
incondicionales entusiasmos recaen ahora en otra parte.
Engalanada para la ocasión: vestido corto de tirantes, sin
mangas, dorado (como el marco del cuadro), sin bragas, con el
cabello recogido, maquillada y descalza, Deborah de Robertis
cruzó solemne la sala, se sentó bajo el cuadro de Courbet, abrió
las piernas de par en par y mostró su vulva a los visitantes del
museo (y a la cámara grabó el video que, por supuesto, la
artista ha subido a Internet).
Con una interpretación impecable, De Robertis ha demostrado una
vez más que la vida imita al arte, y ha regalado a la
posteridad, con la ayuda de sus manos (que abrían aún más su
carne color salmón, diría Henry Miller), lo que Courbet no fue
capaz de pintar: el centro de la crica, el centro del origen del
mundo.
En el video, se escucha el Ave María de Schubert, y una
voz femenina dice un poema: «Je suis l’origine/Je suis toutes
les femmes/ Tu ne m’as pas vue/ Je veux que tu me reconnaisses/ “Vierge
comme l’eau créatrice du sperme”.» («Yo soy el origen, yo soy
todas las mujeres. No me has visto, quiero que me reconozcas.
“Virgen como el agua creadora de esperma”».)
La artista explica así su intervención: «Mi obra –bautizada
Espejo del origen– no refleja el sexo, sino el ojo del sexo, el
agujero negro. Mantuve mi sexo abierto con las dos manos para
revelarlo, para mostrar lo que no se ve en el cuadro original».
De
Robertis, al permitir que la mirada se pose en el ojo del
sexo, en el agujero negro, ha llevado el arte y la
mirada donde se pensaba que no era posible. Ha ido más allá. El
origen del mundo no ha sido “reproducido” ni “reflejado” ni
“imitado” ni “intervenido”, sino superado y aniquilado de la
única manera posible: desde una ejecución artística insuperable,
de vértigo. ¿Quién hubiera imaginado que la vulva de Deborah de
Robertis es en sí misma por derecho propio una obra de arte, y
el hecho de mostrarla un acto de conocimiento y liberación, una
interpretación digna de contarse entre las Bellas Artes?
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