Edna
Lieberman conoció a Roberto Bolaño en México cuando eran muy
jóvenes, ella no llegaba a los veinte, él era unos años mayor.
Luego se encontraron en Barcelona. Un día él la invitó a tomar
un café con leche. Ese encuentro fue decisivo. El amor que a
todos ronda, sobre todo en la juventud, hizo lo suyo. Entonces
decidieron vivir juntos. Un año después, más o menos, se
separaron. Edna se fue a Italia. No volvieron a verse. Bolaño no
la olvidó. La evocó como un personaje decisivo y recurrente a lo
largo de sus libros.
Todo
esto, su particular ajuste de cuentas con ese amor, esa historia
inconclusa, su tomentosa relación con Bolaño lo cuenta Edna en
su libro Cartas a mi fantasma (Editorial Terracota). A mí
me la contó un sábado en la mañana mientras tomábamos café en la
terraza de una librería muy bella y particularmente bien
surtida. Me habló de su encuentro tardío con la obra del
escritor chileno. De su creciente sorpresa al ver su nombre o
ser aludida sin posibilidad de error o confusión a lo largo de
muchos libros y muchos poemas. “Roberto nunca me olvidó”, me
dijo Edna. “Te lo voy a demostrar”.
Entramos a la librería, abría un libro y me mostraba dónde
aparecía. Tomaba otro y volvía a decirme quién y cómo era en esa
obra. A veces, su mención es textual, con todas sus letras, su
identidad apenas se oculta bajo velos translúcidos, puestos más
para mostrar que para ocultar.
A lo
largo de toda la obra, a lo largo de casi treinta años, Edna
aparece como Edith Oster en Los detectives salvajes; en
Amberes es la mexicana, judía, pecosa, de piernas flacas
y pelo caoba; en Tres, es la desconocida que desaparece
en su Atlántida; en Llamadas telefónicas, la mexicana; en
2666 es Edna Miller; en Los sinsabores del verdadero
policía es Edith Lieberman.
También está presente en la poesía. Entre otros, en los poemas
“Musa”, “Te alejarás”, “En realidad quien tiene más miedo soy
yo”. En otros poemas, la mención es textual: uno se llama “Para
Edna Lieberman” y otro “El fantasma de Edna Lieberman”, que
dice:
Te
visitan en la hora más oscura / todos tus amores perdidos. / El
camino de tierra que conducía al manicomio / se despliega otra
vez como los ojos / de Edna Lieberman, / como sólo podían sus
ojos / elevarse por encima de las ciudades / y brillar. / Y
brillan nuevamente para ti / los ojos de Edna / detrás del aro
de fuego / que antes era el camino de tierra, / la senda que
recorriste de noche, / ida y vuelta, / una y otra vez, /
buscándola o acaso / buscando tu sombra. / Y despiertas
silenciosamente / y los ojos de Edna /
están
allí. […]
Estos
testimonios, estas menciones, esa presencia constante de Edna en
la literatura de Roberto Bolaño dicen mucho de la importancia
que tuvieron uno para el otro en sus vidas. Para él, a lo largo
tantos años y tantos libros. Para ella, a partir del
descubrimiento del lugar que tiene en tantas páginas del
escritor que la amó.
Yo
leo y escucho con asombro, pienso en esa memoria viva, en esa
constancia, en esa permanencia literaria del amor.
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