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Amor Muerte
Eduardo J. Carletti |
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Amor Es un vaciadero de basuras tecnológicas… ¿O son los restos de alguna clase de batalla del futuro? Un ser metálico con aspecto de hombre se recuesta en una de las oxidadas paredes, observando la llegada de una bellísima mujer. Ella es grácil y felina, aunque de ojos tristes. Se acerca, mira al hombre con interés, sonríe y luego comienza a quitarse la ropa con lentitud, al ritmo de un blues electrónico. El ser con forma de hombre desliza sus ojos-cámara desde la cabellera dorada y abundante de ella a sus impresionantes piernas, que ya están totalmente a la vista. Ella sigue desnudándose, mientras sonríe con picardía. La ropa cae y el hombre-máquina observa el balanceo de los magníficos pechos. La cámara se centra largos segundos en esos pezones que parecen llamar a gritos una caricia. Luego se mueve velozmente, apunta el pubis, el pequeño ombligo, la cara perfecta. Ahora desnuda del todo, ella sonríe con mayor amplitud, levanta una mano, desprende la piel del extremo de uno de sus dedos y le muestra, riendo, el metal brillante que se oculta bajo ella. Luego desliza la capa entera de piel, como si fuera un guante, retirándola de su brazo con un suave movimiento, pleno de sensualidad. En el blues, la guitarra grita. Son sólo unos segundos más. Ella queda absolutamente desprovista de todo toque humano. Es una grácil figura, felina, brillante y metálica, sonriéndole al hombre de metal con unos helados dientes de titanio. El hombre está quieto. No expresa nada en su cara inexpresiva. De pronto, alza una mano que en realidad es un horrible garfio de sólo tres dedos y se arranca brutalmente una franja de aluminio de la cara. Tras ella se observa un trozo de piel, unos ojos enrojecidos, una lágrima apenas visible que se desliza lentamente hacia el suelo.
Muerte Ella abre los ojos como si le costara un gran esfuerzo. Él sabe que es así, que le cuesta un gran esfuerzo, pero nunca se lo diría, nunca se permitiría mencionárselo. Ella se incorpora, le tiende los brazos, busca su calor, deja de estremecerse. Se alejan de la cámara trastabillando, abrazados, sonriendo apenas. Él la invita con una copa, pero ella rehúsa con un suave gesto de su mano. Luego se sienta, cierra los ojos, los vuelve a abrir, atrae la mano de él y la aprieta sobre sus pechos. Hay una música lenta, de bajo volumen. Es un piano suave y casi imperceptible. Él quiere besarla, -desea- besarla, pero espera unos segundos. Cuando por fin lo hace, nota que ella sigue temblando. Le vuelve a ofrecer la copa. Esta vez ella acepta, alarga la mano y, torpemente, vuelca el líquido sobre las rodillas de él. Él no dice nada, la observa. El piano suena ahora algo más fuerte. Ella tiembla. Vuelven a besarse, con gran dulzura, pero sólo unos instantes. De pronto ella se pone rígida y se aparta con violencia. Él se envara, mira sus ojos aterrorizados. Ella boquea, traga aire con desesperación, emite unos sonidos terribles. Él cierra los puños, aprieta los dientes, lucha con un grueso nudo que intenta formarse en su garganta. Tratando de disimular sus dolorosos sentimientos, se acerca a ella y la besa en la mejilla, con suavidad y ternura. Ella aleja un poco la cara, lo mira por última vez con el horror dominando su mirada, y empieza a luchar con su respiración, que se convierte pronto en un estertor horrible. Él comprende que el tiempo se ha acabado, que ha llegado el momento. Acaricia su pelo, su frente, sus mejillas, su nuca, hasta llegar al contacto que han fijado en la base del delicado cráneo. La apaga. Ella cae floja como una muñeca; él la atrapa y la alza como si se tratara de un niño. La lleva a la cámara de congelación, la acuesta, cierra la puerta. Trata de no llorar. La música se apaga, termina, se desvanece. Silencio. Él pulsa los controles y se queda viendo la cara de su mujer, su compañera, hasta que la cubierta plástica se empaña. Luego vuelve a la sala, se sienta en un sillón, bebe un vaso tras otro, en silencio. Ella está muerta, pero no desde ese momento: está muerta desde hace meses. El reanimador neural que le implantaron cumplió su función, una función por la cual ha pagado con todo, todo lo que tenía. Lo cierto es que, aunque quisiera gritar y golpear a alguien hasta matarle, en realidad no puede quejarse: el sistema no falló, su función era darle unas horas más que compartir antes de que las neuronas de ella terminaran de claudicar, y eso es exactamente lo que el sistema hizo. La primera vez que la despertó conversaron largo rato, escucharon música y luego hicieron el amor. La segunda vez ella se sentía muy cansada, de modo que fueron a la cama y volvieron a amarse, aunque con tranquilidad, suavemente. La tercera vez sólo pudieron conversar y besarse un par de veces. La cuarta hablaron apenas unas palabras, acariciándose. La quinta vez, tal como explicaba la parte del manual que él no había querido atender, sus células cerebrales ya no pudieron más y ella, entonces sí, debió morir por segunda, por última vez.
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Escritor argentino Nació el 17 de abril de 1951 en Buenos Aires, Argentina. Actualmente vive en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires.
Ejerce la profesión de Ingeniero en Electrónica Digital y Robótica desde 1972. También es un reconocido aficionado a la Entomología y un estudioso de las Ciencias Naturales. Sin embargo su mayor notoriedad (en Argentina primero, en Hispanoamérica luego) la adquirió como escritor y editor de ciencia ficción.
Desde 1983 y hasta la actualidad ha publicado una obra literaria no muy extensa, principalmente cuentos y una novela, aunque ha logrado diversos premios y es reconocido en el exterior. Tiene obras publicadas en revistas y antologías de España, México, Venezuela, Cuba, Estados Unidos, Uruguay, Alemania, Polonia e Italia, además de Argentina.
Eduardo Carletti es el fundador de la legendaria revista electrónica de ciencia ficción, fantasía y terror Axxón, pionera no sólo dentro del género, sino también en el mundo de habla castellana: Nacida en marzo de 1989, fue la primera publicación electrónica (esto es, realizada en formato digital) en este idioma.
Ha ganado varios premios Más Allá, otorgados por el Círculo Argentino de Ciencia-Ficción y Fantasía: por el cuento Defensa Interna (1985); por el cuento En la escala (1986); por la novela Instante de Máximo Quebranto (1987); por el libro de cuentos Por media eternidad, cayendo (1991); por su compilación de artículos Una mirada a la realidad, en la revista Axxón (1992); por el libro de cuentos Un largo camino (1992/93); por la antología Visiones (como antologista) (1992/93); y en 1990, 1991, 1992, 1993 y 1994 en el rubro “Revista”, como director de Axxón. En 1994 recibió el premio Memoria Magnética, otorgado por el Círculo Puebla de Ciencia Ficción y Divulgación Científica, Puebla, México, por la revista Axxón. Consejos para escritores
Los díalogos
Principios y finales de cuentos
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