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La oscura senda del extravío
Jesús Ademir Morales Rojas |
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Mientras se amaban entre la extraña luz tenue del sol, transformada por el eclipse casi culminante, Salvador, colmado de amor y de celos, le dijo a Estrella: –Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca. Las cortinas blancas se agitaron por brisas susurrantes, entre los filtrados resplandores extraños del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los dos jóvenes amantes. Fue girando a la derecha que Salvador se extravió por completo. Luego de mucho desconcierto y confusión furiosa, logro hallar mientras conducía su automóvil, entre un singular camino entre cerros, aquel pueblo ínfimo. Necesitaba comunicarse por teléfono con Estrella urgentemente, saber que hacía ella, hacerle saber que él estaba ya en camino hacía el hogar. Necesitaba escucharla. Justo a la entrada del cúmulo de casuchas grises, encontró a un viejo con un enorme sombrero indígena, sentado al pie de un colosal árbol ahuehuete. –¿Usted sabe… donde hay un teléfono público? Luego de un momento de espera, el viejo se limita a señalar con su trémulo brazo diestro, hacia una construcción disimulada entre matorrales. –Gracias. Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de la soledad inquietante de aquel lugar. El viejo sólo le miró alejarse…. Salvador llamó a quien pudiera atenderlo, nadie le respondió. Afuera el eclipse estaba a pocas horas de comenzar y de todos modos el cielo se notaba extraño ya, como irreal e incierto en su luz difusa.usa. Un sentimiento agobiante que le inspiró aquel firmamento perturbador, le hizo decidirse: puso una moneda en el mostrador y se aproximó al anticuado teléfono. bsp; Al pasar tiró al suelo terroso, sin querer, una revista magullada: algo en ella le hizo sentir el corazón reventar. Era una publicación pornográfica. En la portada aparecía la hermosa figura de Estrella haciendo un sexo patético con varios hombres maquillados de payaso. Salvador pasmado, arrugó la revista entre sus manos temblorosas. La arrojó a un lado. Se apresuró a marcar el número telefónico de su casa, en busca de Estrella. Afuera el viento rugía ahora. Su cabeza era un remolino de alucinadas incertidumbres.res.res. El tono de llamada era como un aullido inextinguible. De pronto alguien descolgó la bocina al otro lado de la línea.nea. Una risita burlona e insidiosa le llegó por el auricular.lar. El reconoció de quién provenía. Se alejó de aquel sitio a trompicones, abordó su auto torpemente. Salió de allí acelerando a toda velocidad. Sin saber cómo, encontró la autopista principal. Condujo desesperado hacia la ciudad, hacia su casa. Llegó por fin a ella. Ingresó dando un portazo. Buscó a Estrella llamándola entre el silencio de las habitaciones. Finalmente miró en la alcoba. Allí no había nadie. Abrumado por el dolor se tendió en el lecho, haciéndose un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño. El eclipse comenzó entonces.el dolor se tendió en el lecho, haciéndose un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño. El eclipse comenzó entonces. Luego sintió el sinuoso cuerpo de Estrella adhiriéndose al suyo propio bajo las mantas. La abundancia de aquellas femeninas formas hermosas, ahogaron en él cualquier cuestionamiento, cualquier reclamo interrogante. Afuera la luz fenecía. Le pareció escuchar que una puerta se abría en algún lugar impreciso. Ella, con un movimiento, le hizo dejar de pensar. Mientras se amaban entre la extraña luz tenue del sol, transformada por el eclipse casi culminante, Salvador, colmado de amor y de celos, le dijo a Estrella: –Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca. Las cortinas blancas se agitaron por brisas susurrantes, entre los filtrados resplandores extraños del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los dos jóvenes amantes. Ella sonrió en las tinieblas. –¿Usted sabe… donde hay un teléfono público? Luego de un momento de espera, el viejo se limita a señalar con su trémulo brazo izquierdo, hacia una construcción disimulada entre matorrales. –Gracias. Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de la soledad inquietante de aquel lugar. El viejo sólo le miró alejarse…. Al pasar tiró al suelo terroso sin querer una revista magullada: algo en ella le hizo sentir el corazón reventar. Era una publicación policíaca. En la portada aparecía la triste figura yaciente de una mujer asesinada. Era el cadáver de Estrella. Salvador pasmado, arrugó la revista entre sus manos temblorosas. La arrojó a un lado. Se apresuró aAlguien le dijo entonces en un susurro: –Despierta. El reconoció de quién provenía.nía. Condujo desesperado hacia la ciudad, hacia su casa. Llegó por fin a ella. Ingresó dando un portazo. Buscó a Estrella llamándola entre el silencio de las habitaciones. Finalmente miró en la alcoba. Allí no había nadie. Abrumado por el dolor se tendió en el lecho, haciéndose un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño.o sueño. El eclipse comenzó entonces.ces. El eclipse comenzó entonces. Luego sintió el sinuoso cuerpo de Estrella adhiriéndose al suyo propio bajo las mantas. La abundancia de aquellas femeninas formas hermosas, ahogaron en él cualquier cuestionamiento, cualquier reclamo interrogante. Afuera la luz fenecía. Le pareció escuchar que una puerta se cerraba en algún lugar impreciso. Ella, con un movimiento le hizo dejar de pensar. –Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca. Las cortinas blancas se agitaron por brisas susurrantes, entre los filtrados resplandores extraños del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los dos jóvenes amantes. Ella sonrió en las tinieblas. –¿Usted sabe… donde hay un teléfono público? Luego de un momento de espera, el viejo se limita a señalar con su trémulo brazo, hacia una construcción disimulada entre matorrales. –Gracias Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de la soledad inquietante de aquel lugar. El viejo sólo le miró alejarse…. …y entonces el anciano Salvador, con su sombrero indígena, se acurrucó más al pie de aquel eterno árbol ahuehuete y suspiró, esperando ya de una vez, la llegada del próximo extraviado.
–Despierta…
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Escritor mexicano
Jesús Ademir Morales Rojas nació en la
Ciudad de México en 1973. Cursó estudios de Filosofía en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
Autónoma de México. Además, es diplomado en Historia del Arte
por la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Museología
(mención honorífica) por parte del Museo del Carmen, el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de
Antropología e Historia. Ha colaborado en diversas publicaciones
literarias virtuales como Crítica, Destiempos, AXXÓN y
Literatura Virtual.
Ha participado en varias redes de blogs
orientadas a la cultura y la educación. Actualmente forma parte
del equipo de redactores de la red Hoyreka!" y del proyecto de
creación de contenidos Coguan, cuyo fundador y Director General
es el Dr. Carlos Bravo.
Jesús Ademir es administrador de redes
sociales y gestiona cuentas de los blogs Hoyreka y es el
responsable del área de social media en la firma TratoHecho.com
Comuníquese con el autor:
Otras colaboraciones suyas incluyen la
redacción de artículos para la productora argentina
especializada en contenidos online Bee!
Visite los trabajos de Ademir en Literatura Virtual
Ademir convoca imágenes reflejadas en
espejos infinitos en la serie de narraciones reunidas bajo el
título Hipnerotomaqia. Surgen ahí personajes, fantasmas y
monstruos cotidianos para protagonizar sueños interminables
donde cambian de aspecto, tanto como las palabras del narrador
que las retuerce hasta sacar nuevos significados de los signos
convencionales.
Todos los que han soñado saben que la
percepción se altera para mostrar realidades imposibles. Los
tiempos se confunden y el futuro deja de ser consecuencia del
pasado. Hay un orden propuesto por el autor, para adentrarse en
estas ocho lecturas, aunque bien sepa que es imposible
establecer normas que precisen una estrategia de lectura.
Así que invito al amable lector a conocer
cualquiera de las partes que integran esta obra.
José Luis Velarde
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