UN DÍA MÁS DE DESCONSUELO
—Avnistt tjugotre. Lección veintitrés.
Uno llega con cierto grado de inseguridad a un país nórdico, convencido que tendrá que enfrentarse al temido monstruo del racismo tarde o temprano. Hasta la persona más juiciosa se ve expuesta a cuestionarse a sí misma en relación al color de su piel, cabello, ojos, cultura y creencias. Para algunas personas, en mayor o menor magnitud puede que no le interese mucho, pero el fenómeno es real y acaba por irse trasmutando de abstracto a concreto es decir abscreto, en la medida que se vaya conectando a la sociedad.
No importa que no se viva jamás una situación que pueda ser tomada como un acto de racismo declarado en su contra; los suecos son muy cuidadosos en eso, sin embargo lo que nunca fue una preocupación constante de pronto cobra una dimensión alarmante.
Tocó la casualidad un día en mi país que, cuando terminaba el cuarto de enseñanza básica fui elegido en la Semana del Niño el mejor compañero de la escuela (no sé todavía por qué) y me llevaron a recibir un premio que otorgarían las autoridades escolares de la región y el Rotary Club. Todos los niños distinguidos, por extraña casualidad eran blanquitos, tirados a rubio, a excepción mía de piel y pelo más oscuro. Fuimos muy aplaudidos y honrados con un diploma cada uno y una libreta de banco abierta (que nunca utilicé) para comenzar a ahorrar. Bajábamos del escenario cuando escuché a otras personas que se hallaban entre las autoridades murmurar: “Qué lástima que este morenito desentone con los otros tan lindos".
Creo que eso arruinó mi vocación de ser cantante de rock, cuando Elvis Presley arrasaba en todo el mundo, con la apariencia típica del hombre anglosajón.
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INCOMUNICACIÓN
En Chile te encontrabas incomunicado en relación a tu participación ciudadana con el Estado y los demás y con todo aquello que concerniera a tus intereses y destino, porque otros decidían por ti y malamente. Si alzabas la voz para hacerte oír los que te conocían discretamente se apartaban de tu paso, y si te hacías susurro te volteaban con los hombros. Y si pensabas en voz alta el propio cuchillo de la autocensura rebanada tu garganta haciéndote beber la amargura que trago a trago iba acabando con tu paz y alegría y optimismo nato. A veces te limitabas a dibujar una sonrisa para ver si alguien picado por la curiosidad se acercaba a preguntarte por qué estabas sonriendo como un idiota; a tu pesar reconocías que a nadie le importaba si tu sonrisa fuera postiza o si tu tristeza era auténtica; a nadie le importaba que lucieras tus estados de ánimo como alguien que en plena vía pública en una acción obscena muestra sus órganos genitales. En tu casa lo mismo: el silencio de tu madre, tejiendo para sus adentros la resignación de su vida, sin atreverse a volcar su terrible frustración, su hambre perenne de justicia y pan. A veces la hacías vibrar con algún relato ingenuo, con algún cuento de niño que escribieras o con la suavidad de un poema, entonces de nuevo volvía su vista al punto de su tejido y te dejaba abandonado a tu suerte y se te acababan los argumentos. Por suerte te quedaba tu hermano menor, dispuesto a seguirte en los relatos, que no abría la boca por escucharte. Y soñabas, hablabas y gritabas y caías al suelo interpretando tus dramas imaginados para ocultar la terrible verdad propia. El aplauso incondicional del hermano menor te hacía renacer a la esperanza.
Era una incomunicación de persona a persona, de
multitud a multitud, una incomunicación del
tiempo con la realidad, de los días con las
semanas, los meses y años. Una incomunicación de
la vida con los seres humanos, en donde la única
realidad tangible era la muerte, el tedio y el
dolor. Era una incomunicación de la razón con la
cordura, una incomunicación del coraje con la
dignidad, una incomunicación del amor con el
corazón. Sólo el rumor del odio, del crimen, el
servilismo, la comunicación del miedo y del
terror era el lenguaje que te ataba a todo.
Te quedaba el gran idioma, empero, el de la
naturaleza, el del mar, de los cerros, de las
ciudades, de los bosques y del silencio. Esas
sutilezas que algunos quieren hacer creer que
son locuras de poetas chiflados. Te quedaba la
lucidez de tus actos y los anteojos
antiencandilamientos. Nada tan grandioso que
poder caminar por los bosques con una espiga en
la boca y quedarse dormido en una quebrada, sin
el temor a ser traspasado por una bayoneta o
morir de un tiro. En los bosques, con esos
resquicios que te ofrecen los duendes no entra
la iniquidad humana y podías ver desde tu
emboscadura a todos sin que te vieran, porque es
difícil emboscar a un emboscado.
No sabían los demás el espectáculo que se
perdían al no contemplar la suavidad de la danza
que el viento provocaba en las flores silvestres
y en las yerbas doradas como en el suave vaivén
de los árboles adormecidos. Y los que predicaban
la violencia como forma de vida se perdían el
espectáculo y el secreto de sus existencias; se
perdían la vida sin saber que estaban vivos.
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—Avsnitt tjugotre. Lección
veintitrés, —dijo Agneta, mirándome especialmente—. ¿Cómo me las arreglaré para
salir adelante con el estudio de sueco, luego de haberme ausentado por tanto
tiempo asistiendo con urgencia al dentista a un tratamiento integral? Reconozco
además que me he dedicado a escribir como si el mundo se fuera a acabar. Me
preocupa el asunto de mi escaso apego al estudio del idioma sueco, a sabiendas
de lo necesario que me es. Pero lo que yo siento es un grito de rebeldía que me
obliga a resistirme, no sé por qué, ¿quién sabe si es el grito de la raza
arrasada, de esa identidad que en mí se niega a buscar refugio sino a rescatar y
defender lo que es propio? Es curioso siempre me he sentido ajeno a los bienes
de la tierra, incluso en la mía propia, siendo parte de ella.
Es que me daba
rabia saberla tan bien y mal repartida, de acuerdo a una ley en la que no estuve
presente. Sí, a pesar de la aridez de la suciedad de algunas calles marginales,
de los pobres, de los animales, bichos, insectos y garrapatas, sentía el agrado
de recorrerlas y solidarizar por lo menos con mi compasión con esas gentes. De
todas formas me asfixiaba esa atmósfera necesitando el aire puro del mar en mis
pulmones. El otro extremo, las calles y sectores de los ricos me daban la
impresión de estar ellas allí como embajadas del cielo. Esos jardines de
ensueño, con sus casas y automóviles de lujo me hacían sentir indigno de poner
mis pies cansados en ellos. Esas playas sin mácula de pobreza, bordadas de
piedras esmaltadas de sol y agua pura, con arenas rubias pertenecían a otra
raza, raza que sin duda no andaba deshidratada como yo, que cuál sonámbulo les
observaba como en una película en tercera dimensión. De todas formas, a pesar
del amor a los pobres, me era inaceptable hacerme definitivamente la idea de que
alguna vez me resignaría a vivir en un barrio marginal en esas condiciones.
En esos momentos no encontraba trabajo alguno, y mi carácter, seguro que me haría malas pasadas de hallar algo, y ese algo era la explotación. No claudicaría ante nadie, ni menos a las sombras peligrosas que me perseguían. Me preguntaba mil veces al día cuál sería mi sitio en el universo al no estar enterrado o desaparecido o en alguna mazmorra. Nada se sabía, nadie hacía comentario de lo que pasaba en verdad, las personas parecían tan normales, seguras y contentas, que me daba la impresión de hallarme inútilmente equivocado en todo y contra todos.
En födelsedag. Un cumpleaños. Idag är det Kalles födelsedag. Hoy es el cumpleaños de Kalles. Klockan är sju på morgonen. Son las siete de la mañana.Todos repiten la lección y yo mecánicamente hago lo mismo.
De pronto Agneta mira su reloj y pregunta: Vad
är klockan? ¿Qué hora es?
Todos respondimos como loritos amaestrados: Klockan är tolv!" “¡Son las doce!"
Rápidamente guardamos libros y cuadernos, vistiéndonos con todos los atuendos para enfrentar el frío de afuera. Nos despedimos alegres de Agneta, porque no la veremos hasta el siguiente día: Adjo, adjo, Agneta". “Adiós, adiós, Agneta". Me da vueltas en la cabeza la oración: Idag är det Kalles födelsedag. Hoy es el cumpleaños de Kalles. ¿Qué Kalles? ¿Qué infeliz es ése que está de cumpleaños en este país, cuando yo precisamente estoy perdiendo los míos aquí, y celebrando las pompas fúnebres?
Por coincidencia hoy es el cumpleaños de mi madre, espero que haya recibido el giro de cincuenta dólares que le mandamos para que salga de sus calillas, el infortunado pago de la luz y del agua, que más que un servicio es un robo a los pobres todos los meses. Vivir con el alma en un hilo pensando que pueden llegar unos tipos con caras de matones a llevarse o clausurar los medidores del agua y la luz por el no pago a tiempo de tales elementos vitales no es nada grato. Bueno, la luz es pasable que te la corten, porque es sólo la eléctrica, te queda el sol y las velas, pero el agua, cuando hay niños y ropa que lavar. Mi madre es feliz al poder cancelar sus cuentas y la veo ir al pequeño almacén a pagar religiosamente el fiado del mes.
Miro la fotografía ampliada que hay en mi vivienda de Hallstahammar donde aparece mi madre, en la sala de estar, sobre un mueble. La fotografía es linda porque se ve ella de pie y por detrás de mi niño que tenía dos años de edad a días de partir, en el patio de nuestra casa. Como siempre sale con una sonrisa dulce, lejana y triste, con un chaleco gris de punto suelto, una blusa rosada con flores pequeñitas y una falda oscura. Sus manos se posan sobre mi niño, que sonríe también, pero con una sonrisa real, porque no podía imaginar que esa era la única fotografía que se tomaría en el patio de la casa de su abuela, perdiendo así los favores del cariño inmenso de un ser nacido para amar. El pequeño rubicundo tiene una chomba tejida por mi madre de color ladrillo con lanas rejuntadas de otras chalecas en desuso. Alcanzó mi niño, como yo a probar sus amorosas manos tejedoras de imposibles, de lanas anudadas una y otra vez, con paciencia infinita, como ha sabido llevar su propia existencia.
Estoy contemplando esa fotografía, por la que no pasa el tiempo, y mi hijo con un año más, como si leyera mi pensamiento de pronto salta sobre el marco que atesora la fotografía y la besa con dulzura, yo, me siento impelido a hacer lo mismo con los ojos llenos de neblina.
Sé que alguna vez, no estoy seguro cuando, volveremos a juntarnos, a recomenzar la historia que se truncó por obra y desgracia de terceros. Volveremos a consolidar días de calma y sol en el cuarto de los recuerdos y de las historias mágicas. Ella prestará atención a todas mis invenciones otra vez, a mis sueños y disquisiciones. Y yo tendré toda la atención del universo para escuchar los recuerdos de su pasado esplendor, cuando su nombre era admirado y apetecido. La escucharé para que reviva su tiempo magnífico, y para que me hable del charleston y de La Novia de América y de todo lo que fue su verdadero mundo, con sirvientes, coches y luces. No ignoro que esos días de su pasado esplendor, cuando era una jovencita hermosa, que nada le pronosticaba días extraños y de pobreza, muchas veces en el mismo lugar donde posó con mi niño para eternizar ese momento, miraba hacia el azul mar soñando tal vez con un promisorio futuro. Desde que saliera de su dimensión resplandeciente nunca más le perteneció el tiempo y resistió los embates del infortunio con una dignidad, que sólo cierta clase de seres privilegiados poseen, sin una sola queja, sin resquemor ni odio hacia nadie, con un estoicismo que no me siento capaz de imitar ni sostener porque yo vivo con el odio latente, con la rabia inalterable, porque al igual que ella, vivo añorando sus días de viejo esplendor y no los míos, porque no los he tenido más que a través de su recuerdo. Quizás por eso resistiré el exilio, porque mi madre fue una exiliada también, mi madre sufrió un exilio silencioso desde que traspasó las puertas de su verdadero universo a la dimensión del vía crucis de todos los pobres y desheredados de la tierra, en donde la única alegría que tuvo fue darnos la vida, el cuidado y el amor y la esperanza de que por obra y gracia de la providencia fuéramos buenas personas. Oración que agradezco de esta forma.
Mi querida viejecita, prolonga su existencia de mes a mes, cancelando sagradamente sus cuentas al almacén donde le fían su ración de vida, al Estado por la luz y el agua. No me sorprenden sus cartas de primorosa letra y caligrafía que delatan su inteligencia y el dominio sobre sus emociones que semana a semana nos envía dándonos ánimo, haciendo como si estuviéramos juntos como siempre en el patio más pródigo que he conocido.
Idag är det min mamas födelsedag! —digo en voz alta—. ¡Hoy es el cumpleaños de mi madre!
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