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El respiro silencioso de la tarde: versos para una poemática amorosa en El verano de los tamarindos de María Cristina Solaeche

Luis Perozo Cervantes

 

“El verano de los tamarindos

es la palabra de mujer que forma el misterio

la voz que habla desde si como en espejo

la piedra que ha vivido las estaciones

el ocaso que sabe de amaneceres

la explicación muda de los aciertos

el tema de todos los nacimientos

la elipsis de los años

ese poema que es vida

esa vida que se vuelve poesía” 

El verano de los tamarindos

          Algo personal: [Conocí a María Cristina teniendo 16 años, en la Peña Literaria César David Rincón. Ahora lo recuerdo mejor. Su cabello alzado como la noche y todo ese gesto fuerte que expresaba el vivir de los días. Había publicado en ese entonces un libro bastante doloroso: Poemas ásperos y oscuros (2005). Hablar del amor, ya había sido una parte de su camino literario anterior, quizá con unos poemas inexpertos, poemas que querían ser poemas, en Un amor de miel y ajenjo (2003). Pero pasaron los años para poder tejer la amistad que hoy tengo con ella. María Cristina se convirtió en mi primer filtro lector: cuando termino un poemario, la primera persona en leerlo es ella. Hay razones claras para ello: María Cristina tiene un sensor poderoso para el uso de las palabras. Su educado oído musical es sensible a las palabras. Su conocimiento de la pintura y las técnicas plásticas son herramientas útiles a la hora de pensar el orden de las palabras. María trabajó con mis textos desde mis primeros intentos. Mis lentos hallazgos. Como en un taller literario intenso. Recuperando la idea de reparar poemas. Así, con el cincel, se fue consolidando la admiración y respeto que siento por ella. Y esta amistad que tanto cuido.]

          Poemática: [El verano es lo esencial del color: vendrán a mi mente las llamas, el uso de los fuegos creadores, el amor mismo que se enardece en la llama, la llama de muchos colores y fuentes. Recuerdo a Bachelard y aquel libro hermoso: La llama de una vela. Recuerdo a Roland Barthes con su invitación a la ruptura lectora. Recuerdo a José Lezama Lima y “su caracol nocturno en un rectángulo de agua”. Es El verano de los tamarindos la llave para abrir el amor de la madurez: esa puerta que por ser la última esconde todas las experiencias de las anteriores. La misma secreta sombra en el silencio de la oscuridad tranquila. No se puede saber con certeza si amamos al recuerdo de todos los recuerdos o amamos a la persona de carne y hueso que está en el silencio de la noche. El verano de los tamarindos es el encuentro inagotable de los suspiros. El rehacerse las dudas. El color intenso de la tarde y los amantes juntos en la cama, ansiosos por amarse, antes que llegue la noche, antes que llegue la despedida.]

Es la palabra de mujer que forma el misterio

          Algo personal: [María Cristina tiene muy claro que ser mujer es una condición adicional en este mundo. (Así como ser hombre es otra condición). En más de una ocasión hablamos de la diferencia entre los hombres y las mujeres. Y coincidimos que la igualdad no es un principio físico entre hombre y mujer. Somos diferentes y por eso nos unimos. Por eso nos complementamos. Así se fue tejiendo el pensamiento poético de ambos. (Digo de ambos, porque a cada conversación íbamos formando un texto sin escritura; aunque es evidente que en ella no era sólo pensamiento poético, sino el resultado de una vida pensando y viviendo como mujer, que después se fue convirtiendo en discurso y finalmente en este monstruoso sentido del pensamiento). María Cristina conoció a la primera mujer que amé. Y entonces empezó a perfilar sus observaciones en el poema. Allí entendí que hay que ser verídico en el poema. No podemos estar falseando el alma.]

          Poemática: [La mujer hace presente su grito en el poema. El poema es el mismo espejo. Y cuando el poeta se sostiene, camina sobre los mares del espejo, se entrega con todo lo que es. Si el poeta es hombre, será el espejo el reflejo de la hombría, en cualquiera de sus impresiones rancias o caballerosas. Si la poeta se enfrenta con su desnudez al poema, no podrá esconder los senos, ya sean los jugosos senos de la primavera o los temerosos senos del verano alargado, llenos de miedo ante la caída de las hojas que se avecina. No hay forma de mentirle al buen poema. Si se miente nunca llegara a ser un poema real, o un buen poema por lo menos. El grito sigue en su onda expansiva y los miedo se acumulan, porque la noche tiene límites y se acerca a los seres que están en el parque, a los amantes que están en la hamaca, a los dos ancianos en que la cama esperan la muerte. Pero nunca inmóviles, siempre jadeantes, siempre compartiendo su más intima caricia.]

 La voz que habla desde sí como en espejo

          Algo personal: [El verano de los tamarindos es el resultado del más reciente amor de María Cristina. Ya en su tercera edad (una estupenda y productiva tercera edad) conoció a un hombre, que siendo mayor que ella, logro cautivarla. Puedo decir la edad de él: 82 años. Es un caballero. Canta tangos. Y mantiene su voz. Su ponente voz de locutor. No puede ser otro el caballero mágico que se presenta en El verano de los tamarindos.]

Poemática: [La voz se habla a sí misma. La voz, es decir, el poema, no esconde nada. El poema es la ecuación de lo acechable. El poema es la misma ceremonia de lo público. El poema es la misma enumeración de los deudos, el encuentro de los siniestros silencios. El poema habla de las caricias. Tiene como objeto trascendente el beso, el lunar, la voz metafísica que se convierte en orgasmo. El poema pone su atención en el duelo y la partida. El encuentro de los árboles en la noche. La voz que habla con el reflejo. El Verano es el reflejo de la misma María. El atardecer. El Tamarindo es el amante. Son la duplicación del poema.]

La piedra que ha vivido las estaciones

          Algo personal: [Cuando hablo con María Cristina, me doy cuenta que la vida no pasa en balde por nosotros. María ha vivido intensamente. Ha conocido más de la mitad del mundo como turista y sibarita. Ha estado enamorada siempre. Desde niña, amando a su padre, el profesor Carlos Solaeche, un hombre fabuloso, que marcó pauta en Maracaibo. Después al padre de sus hijos. Pero luego, el amor de su vida: Julio Subocz. Quien le dio el alegre motivo de Un amor de miel y ajenjo y el doloroso padecer en Poemas áspero y oscuros. Después de la muerte de Julio, llegó un hombre a su vida. El dueño de este jardín donde hay una banca y un enorme árbol de tamarindos.]

          Poemática: [La piedra está en el mismo silencio: hay un sabor a verdor doloroso en su textura. La piedra, también es lisa, también es áspera, también está en el mismo reflejo de la charca. La piedra que es una forma de nube en la tierra. La piedra que es una semilla de tamarindo. La piedra es el grito. La piedra que está en el verano y en el invierno. Y la piedra que florece. La piedra que es el hombre que ha vivido y continuará viviendo. La piedra que es la poeta que soporta. La piedra que es el desnudo más común y el más diáfano, el cotidiano. El mismo murmullo de los días que no terminan de ser salida, que siempre cambia, que ofrece ocasos distintos. El verano que es una piedra de sol. El tamarindo que es una piedra de sabor. La piedra misma que mide sus dimensiones en el olvido. Lo astral del amor. La mano que la atraviesa. El poema.]

El ocaso que sabe de amaneceres

          Algo personal: [Llegamos a la conclusión de que todo amor, si termina, lo hace en despecho. Si no, no fue amor. Eso dijimos. María y yo coincidimos en muchas cosas. Yo aprendo mucho. Y como es de nuestro conocimiento que el despecho es la única salida, el fin último, el inevitable destino de los amantes; cuando sabemos que nuestra experiencia amorosa es sincera (en esas circunstancias): tenemos miedo. Es la ley morir ¿qué pasaría si alguno de ellos dos muriera? Ya el único miedo es la muerte. Y en nuestras conversaciones la muerte, la razón de la vida, el por qué de los porqués; son la orden del día. Hay mucho que decir de nuestra forma de ver el mundo. Pero creemos en el arte, creemos que es una de las pocas salidas, uno de los pocos modos de vencer a la muerte, aunque tengamos miedo de equivocarnos.]

          Poemática: [Cuando somos el día, no hay mucho que la realidad pueda esconder. El poema está allí, esperando por nuestro descubrimiento. Todas las flores son nuestra expectación. El poeta está como el día atravesando su vida, desde el amanecer, que es el pájaro que canta, hasta el atardecer, el pájaro de fuego. Así vemos a los transeúntes. El poeta está en la atalaya, pero en disyuntiva también está en el jardín y en la acera. Es el dueño del verano, el mismo sol, que está presente en el poema. Así se entienden los recursos de la memoria en el poema. El amanecer es el mismo cielo. El amor, y los amantes son los mismos. Se encuentran, se siembran en el alma, se disgregan. Y sólo quedan los silencios: el silencio placentero y el silencio doloroso.]

La explicación muda de los aciertos

          Algo personal: [María está sola mucho tiempo. En su agenda comparte con sus amigas (recordamos a Ana Petrillo), con sus hijos, de vez cuando armamos y publicamos una entrada en el blog. María escribe todos los días un poco. Lee, mucho. Su vida como escritora la lleva tranquilamente. Pero están los momentos más esperados de la semana: cuando el amor que enciende su lenguaje, la visita.]

          Poemática: [El tacto sobre la pierna. La desnudez. El ronroneo quizá. El retozar largamente. Es escondite de los deseos. La sed de amar. El compás del reloj. El compás del amor. El amante está en casa. No hacen falta palabras. Los pasillos se iluminan. El poema está en la piel y esos besos temblorosos se hacen presentes en cualquier lugar de la habitación. El amor es el mismo, pero todas sus explicaciones son nuevas. Cada uno conoce lo que tiene que decir, por eso se llaman. Últimamente hablar no es decir. Decir es tocar. Y el poema toca. Porque debe decir efectivamente, como dicen los amantes.]

El tema de todos los nacimientos

          Algo personal: [¿A qué venimos al mundo? María Cristina tuvo en sus manos a la hora de la muerte a dos personas que amó: la primera, su madre, quien se fue tranquila. En este trance, entendió que después de expirar, ya el cuerpo humano no es el mismo. No estaba su madre, positiva, muchas veces sonriente, en ese cuerpo (aunque fuera el mismo), ahora vacío, sin el alma, que creemos poseer. El segundo, fue Julio, con quien el cáncer no tuvo compasión. Cómo olvidar las palabras de María que comunican el desespero de ver entrar a la muerte en casa: allí está la fuerza de Poemas ásperos y oscuros. ¿A que venimos al mundo? Pero, cuando leemos El verano de tamarindos, entendemos que el amor no pasa. Que seguimos amando a los que se han ido, pero nos podemos dar la oportunidad amar a los que vienen. Por eso el primer poema del libro se titula AÚN. Para demostrar que no es un desperdicio lo vivido. Que todo lo anterior te constituye y eres inalterable, como el pasado, eres la definición de todo lo que has experimentado. Somos ese álbum. ¿Pero qué queda de toda esa acumulación de vida, cuando morimos? Tal vez, quede la poesía.]

          Poemática: [Y nacer se prologa. Y amar es la prolongación del amor de nuestros padres. Y ese deseo que tenemos de unirnos a otro cuerpo es el mismo que tienen los pájaros por cantar. Y el poema tiene el mismo tema de las nubes. El mismo juego de los tejidos que arropan las ganas. El mismo secreto de las flores. El mismo color del verano, que se lleva en la piel. La poemática del tamarindo se extiende a los abedules, a las delicadas buganvillas. El tamarindo es todo lo vegetal, y es el ácido de todo lo animal. Tostado como el tamarindo, los amantes se tuestan en el sol del verano.]

La elipsis de los años

          Algo personal: [La misma voz de la juventud, te habla ahora, en el secreto de los tiempos pasados. Cuando conocí a María Cristina no sospeché ser su amigo. Ahora tengo un compromiso: biografiarla, acoplar la vida al poema. No importa qué edad tenga el lector, cuando se acerca a un poema de María Cristina, entiende la cantidad de vida que ese poema tiene. La poesía no es únicamente una función metafórica, aunque en los poemas de María Cristina, dicha función puede ser perfecta. La poesía está en esa relación que el lenguaje del poema impone ante el lenguaje del lector. Y en el verano todos estamos al mismo tiempo.] Poemática: [Aquella misma mujer, hoy con el mismo pálpito. Tender un puente entre el poema y el poema. Hacer de la diversidad el paraíso. Conocer los mismos secretos de las rosas. Columpiarse. Caminar con la luna. Ser la luna misma. En olvido. Todo este crimen que significa amar ante los ojos del mundo sin amor. Y María no busca ser sutil y mojigata. Por el contrario busca la fuerza y el amor a dentelladas. Esos mismos cinco sentidos del amor. Vuelvan los silencios a la idea del poemario. Porque las palabras están hechas de silencios diferentes. El amor, el silencio. El deseo, el silencio. La edad, el silencio. Ya no hay fronteras. Es el mismo tiempo que se cohabita en el pecho de un colibrí.]

Ese poema que es vida

          Algo personal: [puedo contar muchas cosas sobre este libro. Ha pasado tiempo escribiéndose y leyéndose. Creo que es el mejor poemario de María Cristina, por mucho el más hermoso. Espero ver pronto su libro de viajes, que será otra joya. Espero que el secreto de las páginas sea el mismo secreto de todos los lectores. Espero que llegue lejos: que sea leído por señoritas virginales y doñas recatadas. Espero que algún día una prostituta que lea poesía lo tenga entre sus libros favoritos. Espero que un abogado enamoré a un chica con alguno de estos poemas y se quite la corbata para hacerle el amor. Así mismo, espero que una señora le diga al plomero que le lea un poema de ese libro en la cama. Espero que alguna pareja, después de leer este texto mío, le dé por hacer el amor en una hamaca y terminen leyendo los poemas de María Cristina que están hecho para vivirlos. Porque el poema es vida.]

          Poemática: [una vez leí en un girasol que la felicidad tiene cara de poema. Por eso vengan las margaritas también a hacerse las víctimas, todos sentémonos sobre sus pétalos, para darle a la vida una excusa. Una excusa para hacer del poema vida, o de la vida poema. O de todos esos miedos el mismo, ya que las noches son el paraíso de los astros más luminosos. Que puedo hacer sino sentarme a contemplar como el poema se hace presente, el sabe de los días, como cada una de las nubes se dice poeta, se dice constructora de castillos, como las nubes se anudan a la tierra y a todos árboles, como se siembran al igual que los amantes en la cópula de los deseos callados: el primer páramo, el frío que es tibieza, el sexo de los amantes, el mismo reencuentro de lo que tiene encuentro poesiable. El poema es vida.]

Esa vida que se vuelve poesía

          Algo personal: [Creo que la indefinición es el mejor consejo a la hora de leer. Cuando vamos cuadrados, cuando vamos con el conocimiento latente en la punta de los ojos: terminamos por no leer lo que dice el poeta, sino leer lo que queremos nosotros. Los invito a despejar un poco las lunas. A hacer posible los imposibles de la palabra. A convertir la vida en poesía, como sabiamente ha hecho María Cristina Solaeche en El verano de los tamarindos: los invito a adquirir el libro. Porque no hay otra manera de ser felices. Los invito a tomar el arte como tabla de salvación, creer en él. Comprometerse hasta las últimas consecuencias. ¿Qué otra explicación puede haber para estos hallazgos? Los invito a disfrutar una experiencia íntima como la autora. A compartir sus provocaciones. Los invito a ser como ella. Amar a cualquier edad, en cualquier momento. Si la poesía no vence la muerte, estoy seguro que el amor si puede. Y no es sólo por la amistad que me une incondicionalmente a María Cristina que digo estás cosas: lo hago porque como lector siento que el poema que María está describiendo desde que publicó por primera vez, se encuentra en un momento cúspide, y va en acenso. María Cristina se revela (siempre a tiempo, mientras estemos vivimos) como una de las voces más intensas y cuidadas del leguaje poético femenino de la poesía escrita por zulianos. Creo que El verano de los Tamarindos, será un libro básico en cuanto al estudio de las poemáticas amorosas de nuestro acervo poético. Además será una lectura propicia para los enamorados, siempre sedientos de poesía. Sólo les pido que conviertan a este libro en eso: un manual amatorio para vencer el miedo a la muerte y disfrutar del amado convirtiendo a la vida en poesía.]

          Poemática: [El respiro silencioso de la tarde: El verano de los tamarindos]


 


Escritora venezolana


María Cristina Solaeche Galera


Maracaibo, Estado Zulia, Venezuela


 

Recibimos con gusto las colaboraciones de María Cristina Solaeche Galera, profesora universitaria especializada en Educación Superior y en Matemática. Desde su natal Venezuela nos muestra personajes de la poesía del Siglo XX, para ampliar nuestra visión del fenómeno literario universal.



Aquí encontrará ensayos dedicados a Alberto Bermúdez de Belloso, Carlos Rodríguez Ferrara, Luis Enrique Mármol, Enriqueta Arvelo Larriba, Ismael Urdaneta, Lydda Franco Farías, Emiliano Hernández, Vinicio Nava Ulibarri, Ada Pérez Guevara, Elías David Curiel, Genoveva de Castro, Carlos Borges, Rosa Virginia Martínez, José Tadeo Arreaza Calatrava, Edna Medina Patrick, Atilio Storey Richardson, Lucila Velásquez, Elizabeth Shön, Marcial Hernández, Ida Gramcko.

 




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