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Elizabeth Shön Es oír la vertiente: El miedo. No se le conoce el rostro; sabemos que golpea
Cristina Solaeche Galera |
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Elizabeth Columba Shön, poetisa, dramaturga y cuentista, conocida como Elizabeth Shön, nace el 30 de noviembre de 1921, en la ciudad capital Caracas. Una mujer de mirada clara y sostenida Irrumpe Elizabeth entre los poetas que se inician en la década de los cuarenta y los poetas de la década de los sesenta. Numerosas publicaciones enriquecen su fructífera vida de poetisa. Su primera publicación La gruta venidera (1953) libro en el que la poetisa abre su mirada al mundo, lo saborea y lo colma con su asombro. Le sigue En el allá disparado desde ningún comienzo (1962) donde predomina el verso auxiliado constantemente por el adjetivo, desechando el referente y escrito en un abstraccionismo puro y conceptual. Su tercer libro poético El abuelo, la cesta y el mar (1965), se relaciona con el mundo en el encantamiento de los ritos de iniciación, un bálsamo contra la ruindad del mundo. La cisterna insondable (1971) nos asoma de frente a su primer poemario, a las ataduras del alma y la naturaleza, de corte abstraccionista. Mi aroma de lumbre (1971), una indagación sobre la palabra y la naturaleza y algunos estados del alma: envidia, falsedad, rencores, irrespeto. Oír la vertiente (1973) que trataremos en este ensayo, Incesante aparecer (1977), Encendido esparcimiento (1981) en el que investiga sobre el Ser, el Yo y la Nada. Del antiguo labrador (1983) en el que la palabra descubre la deslumbrante relación del hombre con la tierra en las milenarias faenas agrícolas; y finalmente, sus últimas cinco obras Concavidad del horizonte (1986), Árbol de oscuro acercamiento (1992), Ropaje de ceniza (1993), Aún el que no llega (1993) y Campo de resurrección (1994), La flor, el barco, el alma (1995), completan su extensa obra poética. Sus estudios de filosofía la acercan a la abstracción, buscando la esencia del miedo a través de las tenebrosas rutas del alma impregnadas de este sentir que es parte de la naturaleza, de todo ser que sobrevive en la tierra: Aguarda, hasta que nunca más se sienta el cansancio y escalando como si sólo existiese el ascenso del vuelo que deshace Sus miedos, sus enclaustramientos por el temor asemejan a las olas del mar que se acercan y se alejan de la orilla como ella de lo temido. No existe tiempo humano más proclive al miedo como el transcurrido a partir de la edad moderna. Afirma el filósofo alemán M. Heidegger que la angustia y el miedo parten del “ser-ahí”, que todo “ser-ahí” queda subsumido, en su propia tradición que es historia e historiografía, en otros términos que arraiga y desarraiga: Hay miedo. Ya el árbol se achica en tanto va angostándose la luz hasta cerrar la última hendija. Y caen los dinteles, destémplanse los sabores. El espacio se hace ínfimo. La distancia se acorta tanto que llega a contener la dimensión de la yema del dedo hasta que no hay más distancia ni espacio, quedando reducido el mundo al latido oculto de germen herrando ciegamente. El miedo se fundamenta en tres etapas interconexas entre sí: el antes del miedo, el sentirlo y su porqué. Y de ellas el antes es temible y es el amenazante el productor de la angustia su fiel compañera. Al sentir miedo, con una mirada del espíritu, puede éste aclarar inmediatamente que es lo temible; el peligro es la amenaza de estar inserto en el miedo. Es una disposición afectiva que puede estar y casi siempre así lo es, vinculada hacia “otro”, algo externo a uno mismo: Resonante es el desmoronamiento de la tierra si abriendo sus raíces éstas se destrozan tanto que llegamos a creer que nunca han existido ni siquiera en el fulgor del término. Lo temible del miedo es no ser comprendido como una forma extenuada del temer, surge en los momentos en los cuales algo interno o externo irrumpe en la coexistencia de uno consigo mismo; asimismo, cuando el pavor o miedo extremo conserva su repentinidad da lugar al terror: No se retorna porque el viento sacuda el espacio abrace con su inconfundible claridad. Se retorna y ni un gajo ni un musgo pueden ayudar. Porque el silencio es absoluto y plena la inmensidad, podrá la semilla germinar y el sol regresar al afluente del lento crecimiento. El miedo y la consecuente angustia ante la muerte, ante la desaparición, es el miedo a la nada, es una forma patente de la nada dejando al ser humano suspendido en ella y la existencia flotando en el infierno de la nada, supeditado a algo irrazonable que nos esforzamos por ahuyentar de la vida. Definiendo la nada como el más terrible de los miedos si nos acogemos a la definición de Heidegger “la absoluta negación de la universalidad del ente” ¿puede existir algo más temible?, nos causa pavor, espanto, angustia, es decir, miedo, quisiéramos ignorarla, rechazarla de la vida y nuestras vivencias y la poetisa se empeña en cada poema de El Miedo, aparte del poemario Oír la vertiente en describir ese miedo al que se siente atada con un hilo invisible, ella no confunde la angustia ante la muerte o la desaparición de la tierra con el miedo a dejar de existir la persona o ese algo: Piérdese el pulso, olvídase el ritmo, en la piel sólo agotamiento y sobre ella el aire, el sol, el agua, el hombre, la tierra, e insistiendo como si dentro hubiese el reposo requerido para soportarlos El miedo de Elizabeth se hace presente cuando se topa con la destrucción y la nada, no es otra cosa que encuentros con esa mortífera nada. En analogía con Heidegger y el filósofo francés Jean Paul Sartre, para la poetisa en cada verso el existencialismo es un humanismo, según su poética, la modernidad es lo suficientemente melancólica: Estamos cercados. El espacio amordaza. La altura desaparece. Se ha perdido la inmensidad permaneciendo un oscuro cascarón que busca afanosamente el borde final del cielo. El desamparo y la desesperación que acompañan al miedo son resultados de la conciencia que se tiene de la soledad que impregna el miedo, por carecer de una opción de elección frente a él. Entre el miedo la angustia hay una permanente comunicación, un constante transitar entre uno y otro. Sentimos angustia por lo que se avecina y se manifiesta a través de nosotros y sentimos miedo y lo experimentamos por lo que llega de los otros, por aquello que proviene fuera del ser: Dice el psicoanalista austriaco Sigmund Freud: “Pienso que la angustia se relaciona con el estado subjetivo abstraído de cualquier objeto, mientras que en el miedo la atención está dirigida precisamente hacia un objeto.” Fallece en Caracas a los 85 años de edad en el año 2007. No se le conoce el rostro; sabemos que golpea. A veces, escuchamos su rumor que parece proviniera del rincón más oculto y le tememos. No es agradable sentir sobre la piel donde habita lo conocido, un rostro distinto, es más, un rostro que nos empuja hacia sitios donde nunca habíamos estado antes.
Referencias Bibliográficas: Poemas tomados del aparte Hay Miedo del poemario Es oír la vertiente. Elizabeth Shön. Colección Letras de Venezuela. Nº 31 Imprenta Universitaria. Venezuela. 1973
| Escritora venezolana María Cristina Solaeche Galera Maracaibo, Estado Zulia, Venezuela
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