Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links
Enriqueta Arvelo Larriba Cada palabra, el perfil de la voz de un silencio a semejanza de una soledad
María Cristina Solaeche Galera | |
“Como si fueran sombras de sombras que se alejan las
palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio."
Olga Orozco Enriqueta Arvelo Larriva, nace el 22 de marzo de 1886, en Barinitas, un pueblo enclavado donde se enlazan el piedemonte andino y el llano, al norte del estado Barinas, en Venezuela. Su padre, Don Alfredo Arvelo, hombre de Fundo y de “a caballo”, y su madre, Doña Mercedes Larriva, maestra de escuela, con quien aprendió las primeras letras, conformaban junto a sus cinco hijos, una familia con vinculaciones políticas adversas al régimen del sátrapa Juan Vicente Gómez, y venida a menos por los atropellos y vejámenes de quien dictatorialmente se adueñó de Venezuela durante casi tres décadas. Huérfana desde muy niña, pues muere su madre cuando la poetisa apenas contaba los cinco años: “(…) iba a gusto tras el cabello recién bañado de mi madre. Amaba a mi madre, mas a veces ella era para mí sólo una palidez nimbada.” 1 Influenciada en sus inicios poéticos por su abuela materna “mamá Florinda”, y después, por su tía Atilia Torrealba Febres Cordero, reconocida poeta en esa tierra llanera, quien le enseñó las reglas básicas de la versificación y la motivó a escribir sus primeros versos. Fue, una vehemente autodidacta de las lecturas de los poetas del Siglo de Oro Español: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, y de los poemas del poeta nicaragüense Rubén Darío, que publicaban los periódicos de Caracas. Motivada por su hermano, nuestro esclarecido poeta modernista y revolucionario, Alfredo Arvelo Larriva, quien sembró en su espíritu según palabras de Luis Beltrán Prieto: “esa agónica sed de los poetas, que ven pasar el río y no mojan sus labios, sino que van al fondo a rescatar luceros.” En febrero de 1930, la poetisa decide visitar la Capital por vez primera, regresando al Llano poco tiempo después, con un mayor entusiasmo en la poesía. El 8 de agosto de 1931, se crea el Ateneo de Caracas, allí, en la planta alta de una casa, ubicada de Marrón a Cují, en el Nº 43 de la Avenida Este, propiedad del general Vicencio Pérez Soto; corriendo el riesgo que significaba intentar fundar cualquier tipo de asociación, dada la represión continua que ejercía la dictadura del Bagre por temor a la “conspiración”, un grupo de mujeres convocó a un número considerable de personalidades y artistas, sin obviar siquiera a las familias vinculadas con el poder, a la fundación de lo que pronto llegó a considerarse como la República Libre de los Intelectuales; y dentro de sus actividades destacará posteriormente, la participación de Enriqueta Arvelo Larriva al lado de valiosas mujeres. En 1934, muere su amado hermano Alfredo Arvelo Larriva, el 13 de Mayo en Madrid; y cuando son repatriados sus restos en 1949, la poetisa publica una excelente nota biográfica “Alfredo Arvelo Larriva – Noticias de su Vida y su Obra”. En 1939 edita con la Asociación de Escritores Venezolanos, su poemario “Voz aislada”, es el primero que publica, pero, el segundo que escribe. En junio de 1941, obtiene el premio en el Segundo Concurso Femenino Venezolano, promovido por la Asociación Cultural Interamericana, con el primer poemario que escribió: “Cristal nervioso: poemas”, y un jurado conformado, por Carlos Eduardo Frías, Ada Pérez Guevara y Pedro Sotillo. En 1942 escribe “Poemas de una pena”, una elegía a la muerte de su padre. Desde 1945 hasta 1947, ejerce breves cargos políticos como Diputada a la Asamblea Legislativa del Estado Barinas y como Diputada Suplente de la Asamblea Constituyente en 1947. A partir de 1948, se radica definitivamente en la capital, Caracas, lo que le permitirá estar en permanente relación y vigorizar sus vínculos con reconocidos representantes de la intelectualidad venezolana. En 1949, edita el poemario “Canto de recuento”, como un homenaje al regreso de los restos de su hermano Alfredo Arvelo Larriva a su patria, Venezuela. En 1957, publica su quinto poemario “Mandato del canto: poemas” y recibe por esa obra, el Premio Municipal de Poesía. Y, el 10 de diciembre de 1962, muere en Caracas, a la edad de 76 años, como había vivido, en soledad, acompañada solamente de la voz de sus poemas. En 1963, las Ediciones de la Presidencia de la República del gobierno de Rómulo Betancourt, edita póstumamente su último poemario “Poemas perseverantes”. Enriqueta Arvelo Larriva, publicó también algunos de sus poemas en el semanario Patria y Unión de Barinas, y en periódicos locales y regionales como El Impulso de Barquisimeto y El Diario de Carora; en Caracas, en El Universal, donde aparece en las primeras páginas de las novedades literarias y, en el “Papel literario” de El Nacional. Mantuvo también, un hermoso epistolario con poetisas del prestigio de la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou. Este ensayo: “ENRIQUETA ARVELO LARRIVA: Cada palabra, el perfil de la voz de un silencio a semejanza de una soledad.”, es, ese su viaje al universo interior de su soledad, de su silencio, de su voz y del afecto de un amor postergado, constantes poéticas en su obra lírica, y que motivaran subyugantes poemas. La poetisa, se adelanta a su tiempo, más allá de las vanguardias literarias, es la primera voz de mujer que se singulariza en el devenir de las letras líricas venezolanas; en el contexto de una desolación intelectual para la mujer, ella logra entretejer esa su voz, esas sus ausencias, a través de las hendijas que pasan desapercibidas para el resto de un país con una atávica visión androcentrista; imponiéndose como mujer, esquivando el destino que le atañía, y trasgrediendo la “normativa” de las leyes patriarcales y religiosas: “Buena o mala, voz es lo único que tengo” En una Venezuela hasta esos momentos, donde la dignidad de la mujer la ponderaba él, el hombre, “asignándole” su status, imponiéndole las limitaciones de los patrones de una “vida social”, inhibiéndola de casi todas las manifestaciones “culturales”, permitiéndosele tan sólo acceso a una mínima fracción de la “herencia de la vida”. Aún así, aún a pesar de ese lastre, se eleva su voz desde la provincia, desde el llano y luego desde la capital, su por ella misma llamada “voz aislada”. De esta sensibilidad, de esta audacia, de este culto a la voz del silencio, de ese ceñir su palabra a los predios de la poesía, jamás, antes de Enriqueta Arvelo Larriva, habían tenido versos así, eco femenino en los reacios oídos masculinos: “Gracias a los que se fueron por la vereda oscura moliendo las hojas tostadas. A los que me dijeron: espéranos bajo ese árbol. Gracias a los que se fueron a buscar fuego para sus cigarrillos y me dejaron sola, enredada en los soles pequeños de una sombra olorosa. Gracias a los que se fueron a buscar agua para mi sed y me dejaron ahí bebiéndome el agua esencial de un mundo estremecido. Gracias a los que me dejaron oyendo un canto enselvado y viendo soñolienta los troncos bordados de lianas marchitas. Ahora voy indemne entre las gentes.” 2 El deseo de imprimir su huella precursora, la trama de su phatos, su tono poético abierto a los vértigos del alma, con el acento desesperado de sus aires atestados de silencios e íntimas revelaciones, de amparar su soledad con su voz tan propia, cultivada apasionadamente con un lenguaje henchido de acordes, conjurando el vacío, buscando darle encantamiento, en latidos que convidan a una sublimación absoluta donde su imaginación creadora se encierra para mostrarse en el eco de su entelequia, con versos de una franqueza que estremecen: “En el aire ancho y aromado ha ido sola mi voz. En vano busqué ansiosa. Todas las voces se han ido. Ahuecaba mis manos y lanzaba mi voz. Y salía a recogerla. Yo misma. Qué dolor desolado, agrupadas voces, el de no tener la voz compañera. En el ámbito soleado y ciego, en la zona sin voces, sobre la grama desmandada, he ido presente por caminos que no me oían.” 3 Para ese momento histórico en la “Patria Literaria”, Enriqueta Arvelo Larriva, es la pionera, la primera voz poética que se alza surgiendo de las hondonadas recónditas del alma femenina, y lo hace, desde los espacios donde ocurren los encuentros consigo misma, tamizando su soledad, descifrando lo incomprensible y enigmático del silencio que la rodea y abruma, intentando dar voz auténtica al duelo por la entrega amorosa aplazada y los frutos de ese apego menguando con ella, en poemas trémulos de amor y “confesionalidad”: “Quiero saber, hombre lejano que me llevaste por una ribera muy tuya para mí desconocida, si en un paso de insomnio tus pájaros briosos y relucientes picaron en las moras zumosas de mi soledad. Si me sentiste allí, en la espesura de tu bosque sumido, como hoja soterrada, como liana sin anillo, como brisa curiosa castigada en cárcel pavorosa y oscura. Si me aspiraste en el último humo de la tarde o si pasé despertándote por tu más raro amanecer. (…) Dime si me tomaste como canción de sueño o como lengua de fuego en extravió dichoso, o si sólo amaste en mí una arena apagada. (…) ¿Probaste mis panales sin destino? ¿Entraste a mi huerto de manzanas incorpóreas? ¿Quebraste la redoma de mi esencia desurcada? ¿O se rompieron en mis muros tus suspiros magníficos? Di si pensabas que te dejaba cruzar mis abismos con embriaguez espoleante, derramando mi ungüento en tus raíces o que ordenaba sobre tu pecho que fueses mi inflexible guarda en la noche de ausencia, o que me hacía a un lado en el desfile de tus llamas (…) Si mi voz, rama andante de mi vida, se te dio como ser, como suelto corazón cálido, como humana viajera que hoy regresa con sus pedazos de camino y puede darme tu valle y tus breñales. Me pediste mi distante secreto Da el tuyo a mi curiosa lejanía.” 4 Una poesía que graba en el panorama literario nacional del siglo XX, los rasgos innegables de la modernidad en tensión con la tradición, en una indagación continua de un lenguaje inicialmente deudor de la estética del romanticismo, que se va erigiendo en una crítica de la estereotipia modernista. Es la primera poetisa que se rebela contra las estructuras establecidas, que abandona el rigor de los preceptos literarios vigentes, sin la métrica formal en las líneas y las estrofas, descubre una “voz” fuera de las reglas del silabeo y del sistema fijo de la rima, suspendiéndose en el vuelo transmigrador del verso libre, donde los espacios vacíos del poema nos convocan a la dilatación del sigilo de las carencias, toda ella tentada por un resuello entrecortado: “Ayer fue la dureza de la espera. Quién fuera por esa dureza iluminada. Regresar: Volver a lo duro y a la esperanza. Volver al carecimiento con horizonte. Regresar al punto donde comienzan los caminos. (…) Y ajustarse de nuevo el alma.” 5 Enriqueta Arvelo Larriva, aunque no participa en las apariciones públicas de la llamada “Generación del 18”, ni probablemente de las discusiones entre sus miembros, sin embargo, al momento de ubicarla, se lo hace en esta generación literaria por diversas razones: las debidamente cronológicas, las de publicar en aquellos periódicos y revistas que consolidaron a esta generación literaria y, por ciertas afinidades estéticas; de allí que, los historiadores de la poesía venezolana la consideren perteneciente a la transicional “Generación del 18”, aunque ella misma, no pudo sentirlo así: “Si me preguntarían a cuál generación poética pienso pertenecer y - ¡ay Dios mío! - tendré que contestar sincera: creo que a ninguna, exactamente. Es lo honrado. Y no es que me guste ir sola por la literatura venezolana, sino que así lo arregló el destino”. Y cuán cierto, íngrima se aventuró Enriqueta Arvelo Larriva con su poesía, mucho tiempo después de un Andrés Bello y sucesores, del romanticismo negando al neoclasicismo y éste a su vez enterrando la efusividad barroca, después de un parnasianismo rebelándose frente a los excesos líricos, del primer movimiento literario que gesta el mundo de habla hispana en América, el modernismo, de las manifestaciones del criollismo en una giro hacia a lo propio, del grupo “La Alborada” y aun de la misma “Generación del 18”, creando un espacio nuevo, un espacio de representación para las escritoras venezolanas. Sus poemas recobran vida con sutiles metáforas en diferentes niveles de su expresión, con su espíritu conjurado en el cuerpo-palabra que dialoga con el silencio en significativos versos, mediante el uso de verbos activos, haciendo hincapié en la primera persona posesiva, rechazando con altivez la cotilla de las formas poéticas fijas tradicionales: “No supe quién me lo dijo. El acento, divino. No supe quien me lo dijo. No corrí tras los detalles cuando oí lo infinito. No supe quién me lo dijo. Lo oí ¡Dichoso el oído mío! En ese instante se hizo en mí lo armonioso Lo que oí va eterno y limpio. Y que tremenda la gracia De no saber quién me lo dijo.” 6 Afirma el filósofo alemán Martín Heidegger: "La palabra es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensantes y los poetas son los vigilantes de esa morada”. Y en la poetisa, la palabra es el lugar del desvelamiento, su canto al desguarnecimiento del alma, aferrándose a su voz telúrica que le permite atisbar lo invisible, buscando su asidero en el poema: “Brota firme, honda, motorizada, porque mi corazón ablandó su semilla. Es una voz profundamente mía, mas la daré sin sacrificio. Huele a cedro mi voz bienvenida y se alza en un pliegue. Ella –qué novedad- me dará un gozo bravo la sembraré en el montón sordo.” 7 Al igual que el escritor checo, Franz Kafka, quien en su necesidad de soledad para buscar <<la propia voz>> afirma: “Para escribir nunca se está suficientemente solo”, para la poetisa, la soledad, la voz del silencio como creación y las emociones encontradas, perfilan su poética, su yo lírico que nos anuncia la angustia existencial que la aturde en el oficio más solitario del mundo: “Un oscuro impulso incendió mis bosques ¿Quién me dejó sobre las cenizas? Andaba el viento sin encuentros. Emergían ecos mudos no sembrados. Partieron el cielo pájaros sin nidos. El último polvo nubló la frontera. Inquieta y sumisa, me quedé sin voz” 8 El conflicto interior por abrazar en el poema la diversidad de vocablos en los que se expresan sus silencios, va configurando las “otras” voces, las de su otredad: “Háblame ahora, llano. Llegará a mi raíz tu voz sin grietas. Siento mis oídos más míos cuando escuchan tu mundo. (…) Quiero oírte en tu azul englobante. Háblame. Sabré responder a la voz de todas tus voces en la hora inocente. Respetaré -tanteando- tus pájaros y tus ingenuas flores y haré en tu anchura conscientes trazados de augurios. Háblame, Llano. Húndeme tu acento.” 9 Paradójico, que después de que la evolución humana nos regalara <<la palabra>>, derrotando el primigenio silencio de la materia, nos invada de nuevo, ese deseo de volver a la <<voz del silencio>> para explorar nuestros sueños imbuidos en el inconsciente, alcanzando una vertiente ajena a ensordecedores <<ruidos>>. En soledad, Enriqueta Arvelo Larriva, mantiene sus coloquios poéticos consigo misma y con el también <<solo>> de cada poema antes de ser leído. En ella, el silencio se nutre, interpela y alienta con la voz de su palabra, es ése en el que la vivencia de lo arcano sustrae al ser del mundo petrificado de lo obvio; es, la significación que desvela a la vigilia del entendimiento y a su profunda angustia existencial. Estamos ante lo abismal, ante el sentido que rebasa el significado y que sólo se deja aprehender como presión, como signo incierto, nada se encuentra acallado. Su verso <<voz del silencio>>, refleja la sima donde el ser humano gravita en sus alientos, aferrado a la reflexividad entreverada de palabras. Nos dice Rafael Arráiz Lucca, en “El coro de las voces solitarias: Una historia de la poesía venezolana”: “De allí que su voz sea de una verosimilitud pocas veces hallada en la poesía venezolana, es como una voz que viene de lejos, que surge de las profundidades de la psique”. Con su poesía, con sus intimismos entre las tropezadas emociones que va calando Enriqueta Arvelo Larriva en cada verso, la lírica venezolana enriquece orgullosamente sus páginas, mientras sus poemas embelesan, cautivan y nos conmueven como poetas, como lectores, dejándonos envolver en esa “voz”, perfil de su zozobra existencial: “Toda la mañana ha hablado el viento una lengua extraordinaria. He ido hoy en el viento. Estremecí los árboles. Hice pliegues en el río. Alboroté la arena. Entré por las más fina rendijas. Y soné largamente en los alambres. Antes -¿recuerdas?- pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.” 10 Obra poética: Voz aislada. Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Caracas. 1939. El cristal nervioso: poemas. Publicaciones de la Asociación Cultural Interamericana. Colección Biblioteca Femenina Venezolana. Nº 4. Caracas. 1941. Poemas de una pena. Caracas. 1942. (sin editorial). Canto de recuento. Tip. López y Bosque. Caracas. 1949. Mandato del canto: poemas. Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Tip. La Nación. Caracas. 1957. Poemas perseverantes. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas. 1963. Referencias Bibliográficas Poemas: 1. Casa de mi infancia 2. Emoción y ventaja de la probada profundidad 3. Suma de la voz aislada 4. Respuesta 5. Tarde del imprevisto deseo 6. Balada de lo que oí 7. Presentación de mi voz nueva 8. Destino 9. Instancia frente a una sabana amanecida
10. Toda la mañana ha hablado el viento. | Escritora venezolana María Cristina Solaeche Galera
Aquí encontrará ensayos dedicados a Alberto Bermúdez de Belloso, Carlos Rodríguez Ferrara, Luis Enrique Mármol, Enriqueta Arvelo Larriba, Ismael Urdaneta, Lydda Franco Farías, Emiliano Hernández, Vinicio Nava Ulibarri, Ada Pérez Guevara, Elías David Curiel, Genoveva de Castro, Carlos Borges, Rosa Virginia Martínez, José Tadeo Arreaza Calatrava, Edna Medina Patrick, Atilio Storey Richardson, Lucila Velásquez, Elizabeth Shön, Marcial Hernández, Ida Gramcko.
Contador
de visitas para blog
|