Guillermo Vidal

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Homo acuático

 

 

 

Guillermo Vidal

Velarde

       Basura, pura basura flotando, apilada en montañas de escombros, en corrientes veloces como si compitieran por llegar primero a algún sumidero, hacia un fondo desconocido o emergiendo a borbotones junto a vapores que explotan como géiseres. Parece omnipresente, tanto que si llegaran viajeros de otro mundo verían la basura como el mayor testimonio de la presencia de seres vivos y la herencia definitiva de la humanidad, cuando todo lo demás se ha derrumbado bajo el peso del agua.

       Una fina niebla cubre el horizonte y hasta donde se puede ver, todo está cubierto de agua, de la que apenas sobresalen los pisos superiores y las terrazas de los antiguos edificios que existían en esta parte del mundo cuando era tierra seca y este lugar una ciudad de la que ya nadie recuerda el nombre.

       El perro ladra desde hace largo rato estirándose encima del techo de un auto semisumergido. Alrededor, da vueltas un predador acuático del que apenas sobresalen dos aletas dorsales escamadas; el resto permanece bajo el agua espesa y oscura, aunque los instintos del can le advierten que hay una enorme hilera de dientes afilados listos para comérselo de un bocado.

       El monstruo empieza decidido el ataque embistiendo contra el auto. Parece que la vida del perro llega a su fin, cuando un arpón atraviesa a la desprevenida bestia acuática y una trampa de red lo envuelve mientras da los últimos estertores.

       Vinkos, que ha estado al acecho escondido entre los asientos bajo el agua, asoma la cabeza por la ventanilla del auto, hace mucho sin cristales, y sube al capot para acariciar al perro que festeja el éxito de la cacería. Vinkos es un mutante producto del deshielo, aunque trata de ocultarlo bajo un traje de buzo que le cubre todo el cuerpo excepto las manos y la cara. Quedan fuera de la vista las manchas que le cubren la espalda hasta las pantorrillas y una hilera de branquias alrededor del cuello. Los humanos de tierra, los que quedan, odian a los mutantes como él, porque temen que les roben el mundo.

       —Como si el agua no se hubiera hecho cargo de arrinconarlos en las ruinas estamos todos juntos en esta podrida agua—. Vinkos mira al perro mientras empieza a quitar parte de la coraza del monstruo en el techo del auto. No necesita todo; una buena parte del cadáver la separa del resto y la tira para alimento de otros animales—. Hay que compartir; si los humanos de tierra fueran más amigables no estarían peleando entre ellos por alimento, agua potable, cosas básicas. Pero nos odian. —Como respuesta, el perro que gime brevemente—. Somos un puñado y según los diagnósticos humanos, como todo fenómeno pronto desapareceremos. Tal vez ellos también; la esterilidad que sufren los pone más agresivos y ven un potencial competidor en cualquier animal.

       Es cierto que los mutantes no somos capaces de trabajar en equipo, piensa Vinkos, o el resultado de la lucha con los humanos sería otro. Los humanos nos tratan como si fuéramos animales, porque en el pasado nos comportábamos como tales. Aún se habla de que manadas de mutantes caían sobre los refugios destruyéndolo todo, llevándose a los niños y las mujeres. Tampoco yo querría cruzarme con esas hordas.

       Vinkos terminó de faenar lo que guardaba para comida y una buena porción de la piel y los dientes; el resto lo dejó a merced de la corriente que de inmediato se llenó de alimañas, como si hirviera el agua.

       Hizo sonar el silbato y una embarcación se movió hacia él saliendo de entre unos restos semihundidos. A una buena distancia pudo oler otra presa más interesante todavía, quizá una serpiente gigante. De ser así tendría un día perfecto. Si quería una buena caza debía evitar que el animal percibiera olores extraños; estos monstruos acuáticos son inteligentes y saben que los que tripulan los veleros tienen arpones. Se acerca nadando hasta el origen del olor; también podría ser una trampa pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr.

       Un zumbido característico lo pone en alerta por lo que se zambulle entre unos troncos podridos. Una mujer humana perseguida por un grupo de cuatro hombres armados corre entre las ruinas con la prole en sus brazos. La hembra es hábil y los despista, pero es cuestión de tiempo el que la atrapen. Vinkos se queda quieto, oculto en el hueco del árbol podrido mientras ve que la mujer se acerca. Y cuando está al alcance de su brazo tira de ella y la hace caer dentro del tronco ordenándole que guarde silencio. El perro atiende a una señal de Vinkos y ladra desorientando a los perseguidores, que se mueven en dirección contraria a donde ellos se encuentran. Los hombres se meten en el agua hasta la cintura y a poco de entrar una serpiente constrictora atrapa a dos de ellos y golpea con la cola al tercero que intenta disparar. El cuarto entiende el mensaje de la bestia y escapa. La constrictor se hunde con sus víctimas. Lástima, piensa Vinkos; hubiera sido una buena presa, pero ahora no la vería por un buen tiempo; llevaba una buena provisión de comida para sus crías.

 

       Vinkos se quita el traje y deja sus anormalidades a la vista. La mujer lo mira sorprendida, pero no con temor. Él la reconoce de la estación Solaris, un grupo de antiguos rascacielos que sobresalían del agua. Los últimos pisos habían sido convertidos en viviendas, lugar de protección y algún comercio cuando el tiempo y las tormentas lo permitían.

       —Te conozco —dijo la mujer—. Sos el viajero, el hombre del agua, aunque ignoraba que fueras un mutante. El traje oculta bien tus… —La mejor se interrumpe y evita mirar a Vinkos.

       —No es muy inteligente reconocerme; tal vez tenga que terminar por matarte.

       —¿Y para qué nos salvaste? —dice la mujer apretando la cría contra su cuerpo, aunque extrañamente permanece dormida.

       —En realidad esperaba cazar a la serpiente gigante; es mucha carne, piel y dientes para vender.

       —Los que me perseguían pretendían llevarse a mi hijo.

       —Es extraño que no se lo hayas entregado con gusto; obtendrías grandes ventajas.

       —No soy de base Solaris. Como ellos no pueden tener hijos fuimos raptadas para procrear, pero logramos escapar.

       —¿Raptadas para procrear? Es más probable que las hubieran vendido a cambio de pertrechos —dijo con crueldad Vinkos.

       —Éramos doce, soy la única sobreviviente. La única que llegó a parir.

       —En tu estación también se ven en dificultades para tener descendencia. Parece que es el fin para ustedes, los humanos.

       —¿Qué vas a hacer con nosotros? —pregunta la mujer con frialdad.

       —No sé, comerlos, tal vez. ¿No es lo que dicen de nosotros, los mutantes, en la estación Solaris? ¿No dicen que somos caníbales?

       Sin demasiado esfuerzo Vinkos impulsa a la mujer y a la cría de nuevo al agua. Rebusca en su mochila y le entrega una mascarilla de oxigeno.

       —Para tu cría. Es un trecho corto y podrás contener la respiración.

       El refugio está a varios metros de profundidad. Se entra por un túnel trampa.

       —Está seco —dice ella cuando emergen.

       —Somos anfibios, esa es la verdad; respiramos en ambos mundos.

       —Este fue un habitáculo de los antiguos, antes del diluvio.

       —Si, hacían buenas construcciones. Lástima que ustedes ahora no las aprovechen y vivan hacinados en las terrazas. No parecen descender de la misma especie.

       —Resulta que a los sobrevivientes les gusta vivir a cielo abierto —protesta ella.

       —Lo descubrieron tarde. Ahora han perdido la oportunidad.

       —Ya lo creo —dice la mujer y destapa a la cría para mostrársela—. Creo que es el turno de ellos.

       Vinkos mira asombrado a la cría. —¿No es hijo de humanos?

       —Sí —dice ella abrazándola como si temiera que Vinkos la ataque. Aunque tenía un aspecto casi humano, la pequeña pertenecía a una especie de otro tipo, humanoide, pero diferente a cualquiera que Vinkos hubiera visto antes. Era hija de humanos pero podría haber sido su hija—. No es la esterilidad el mal que sufren los hombres, todos sus hijos nacen así. Y los hombres no quieren hijos como estos. Buscan mujeres en otras bases para concebir hijos como ellos, pero no resulta. Ninguna cría sale ya como ellos. Todas las que paren tienen mutantes. A veces matan a las mujeres también, y cuando salen demasiado extraños, ni siquiera cortan el cordón.

       —¿Qué hacen con el resto?

       —Los mantienen encerrados y esperan. Los matan cuando están más crecidos y usan algunas partes. ¡Ojala se pudran y desaparezcan! Algunas mujeres dejan a las crías en las aguas, lejos de los hombres, con la esperanza de que puedan sobrevivir.

       —Tal vez esa fue mi historia, pero no tengo recuerdos. ¿Quiere decir que no nacemos de huevos?

       —Es algo que los hombres dicen y de algún modo es cierto, salen de nuestros vientres aun envueltos y luego rompen el cascarón y quieren estar en el agua. Yo no quise abandonarla; no es una cría, es mi hija.

       Vinkos se siente abrumado, como si el futuro ahora dependiera de su especie por orden de un extravagante universo, que condena a la tierra a soportar criaturas que alcanzan la cima de la evolución sin motivo alguno. Lo aliviaba imaginar que los suyos eran parte de una desviación que no tardaría en volver a su cauce. Pero no estaba en su voluntad decidir quiénes permanecerían en la cima de la cadena. De ser él quien tuviera que decidir hubiera preferido a las serpientes gigantes, rápidas, eficientes, una comida cada seis meses, no se notaban en el paisaje y mataban con rapidez, un rasgo de piedad del que los suyos, y los hombres, carecían. Esas bestias no tenían pensamientos retorcidos que transformaban todo a su alrededor en un enorme campo de batalla como éste. Los humanos no descansarían hasta que todo estuviera en ruinas. Y los nuestros tampoco. Pero esto era lo que le había tocado en suerte.

       —Voy a buscar comida —dice Vinkos como si resumiera en una frase la decisión de acatar su destino, por llamarlo de algún modo.

 

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Escritor argentino

 

Guillermo Enrique Vidal, nació el 7 de marzo de 1955.

Ilustrador de cuentos en Axxón y otros ámbitos electrónicos, realizó las tapas de algunas revistas y libros, como Los universos vislumbrados 2.

Publicó cuentos

en Breves no tan breves y Quiímicamente impuro y acaba de terminar su primera novela


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