El 12 de enero de 2013, Fernando
Bermejo Rubio publicó
en Babelia, el
suplemento cultural de El
País, el artículo Kafka: la solución a un enigma, que
guardé para continuar con una inveterada costumbre heredada de
mi abuelo y de mi padre que consiste en acumular papeles,
recortar de diarios y revistas reseñas, entrevistas, reportajes,
cualquier escrito que amerite conservarlo por la contundencia de
sus opiniones, la claridad de sus razones o la riqueza de su
información.
Este artículo, me dije mientras lo
guardaba, va a desatar una tormenta. Me parece que no fue así, y
ahora que reaparece en mi estudio entre un rimero de papeles
variopintos se me ocurre una explicación: tal vez Kafka no
presenta ningún enigma, y resolver o desmontar lo kafkiano en
busca de la verdad de Kafka es, como enseña Quevedo, buscar a
Roma en Roma, o quitar las capas de la cebolla para encontrar la
esencia misma y la verdad de la cebolla.
Sin embargo, el artículo tiene su
interés. En La
transformación (durante
muchos años fue traducida como La
metamorfosis), Kafka cuenta cómo Gregor Samsa, tras un sueño
intranquilo, se encontró convertido en un monstruoso insecto.
Bermejo Rubio dice que Kafka sería un escritor incompetente si
su intención sólo hubiera sido narrar esa transformación.
Si Kafka quería mostrarnos a un
bicho, ¿para qué hablar de sus lágrimas y su risa, de su cuello
y sus orificios nasales, de su posición erguida y de sus
discursos? ¿Por qué la madre de Gregor se lamenta y su hermana
entra en la habitación para ventilarla y alimentarlo? ¡Es un
insecto descarnadamente humano!
Si prescindimos de la “supuesta
metamorfosis” o no la entendiéramos en sentido recto, toma
sentido esta otra interpretación:
Gregor es un hombre ingenuo,
emocionalmente frágil, que se pliega a los intereses de su
familia e interioriza los juicios ajenos con excesiva facilidad.
Gregor es víctima de su familia ociosa y sin muchos escrúpulos,
a la que mantiene mientras él se desloma trabajando.
Un día, simplemente, cae enfermo, y
empieza a percibirse como los otros lo ven: como un bicho, un
ser insignificante y deleznable. «Y, en efecto, aunque Gregor se
debate entre la autoafirmación y la sumisión, el rechazo que
sufre le hará asumir paulatinamente la visión de sus verdugos,
según la cual él –la víctima– es un ser miserable, nada sino un
bicho.
»Ahora bien, ¿quién nos cuenta esta
historia? Aunque el relato está narrado en tercera persona, en
realidad la voz narrativa no es omnisciente, sino que refleja
una perspectiva limitada, que coincide esencialmente con la del
propio protagonista. ¡Esto significa que La transformación está
contada en la perspectiva de una víctima!»
Así se despeja la solución al enigma:
«cuando la propia víctima llega a compartir la visión del
círculo victimario la verdad misma desaparece, imponiéndose como
“verdad” una versión distorsionada en la que la víctima es
presentada como un ser infrahumano.»
La obra de Kafka, según el artículo,
está plagada de indicios de la genuina humanidad del
protagonista. Bermejo Rubio concluye que deberíamos «desechar de
una vez la cháchara del “absurdo” y lo “ininteligible”, y
comenzar a reconocer en su obra una despiadada lección de
lucidez».
Sostener que el de Gregor era un
simple problema de autoestima que lo hacía sentir como un
insecto es una solución simple pero no por ello desechable. El
relato es más complejo, múltiples los elementos en juego. De
cualquier manera, si esta es en verdad otra interpretación, no
altera «las implicaciones [que] para nuestra herencia cultural
son tan inmensas como inquietantes».
Releo el artículo y tengo más dudas y
preguntas que soluciones y certezas. El enigma Kafka está
intacto. Le doy vueltas, lo reviso como al sombrero de un mago:
no hay truco ni una trampilla. Kafka se sale siempre (en cada
lectura) con la suya. Kafka es más complejo y rico que las
interpretaciones que pretenden resolverlo. Buscar descifrar a
Kafka es kafkiano; es como pelar una cebolla para encontrar la
cebolla, como buscar a Roma en Roma.
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