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Todas las cosas tienen su nombre

 

 

 

 

 

Enrique Alfaro Llarena

 

Todas las cosas tienen su nombre.Todo lo visible y lo invisible, lo que existe y lo que puede ser imaginado tiene una palabra que lo distingue y lo nombra, que estimula la lengua y el paladar, el oído, y evoca una idea tan precisa y amplia como la que se representa con absoluta nitidez cuando decimos agua o guitarra.

Todo tiene nombre en este mundo. Los mares y los vientos, las estrellas y los cuerpos celestes, cada montaña y cada mar y cada río, las islas, los animales, las flores y los frutos, las plantas, los árboles y los minerales, las rocas y los minerales. Los actos de las bestias y los de los hombres (que se conjugan en verbos), las emociones y los sentimientos, las construcciones verbales del pensamiento y la razón, los colores y su gama casi infinita de matices, las enfermedades casi inocuas y las letales, y los fenómenos y cambios físicos y químicos, los sucesos fantásticos y los de las pesadillas.

Todo tiene un nombre. Cada asentamiento humano, cada ciudad, cada urbe, cada caserío, cada edificio erigido para un fin, y cada prenda de vestir y cada instrumento y cada letra. También cada moneda y cada parte del cuerpo, de todos los cuerpos. También tienen su nombre todas las máquinas y todas las piezas que conforman un gran barco, un motor, todos los procedimientos y técnicas de todos los trabajos, de todas las profesiones y especialidades y de todos los oficios.

Todos los ángeles y seres invisibles y monstruos de los mares y del espacio; todos los conceptos y términos de la Filosofía, la Teología, las Matemáticas y el Derecho. Todas las ceremonias y todos los juegos, las operaciones mentales y las figuras retóricas y todas las partes de la oración y de la lengua según la Gramática, y todas las cifras y sus combinaciones y operaciones y  todos los números.

Todo tiene su nombre y su definición y todo cabe en todos los diccionarios del mundo. Y no es lo mismo papel, que papel carta o papel de estraza o papel biblia o papel cebolla o papel blanco o papel cuché o papel de arroz o papel higiénico o papel carbón,  y así  todas las cosas, pues no es lo mismo una piragua que una balsa que una almadía que un kayak que un bote o una lancha, y tampoco es lo mismo los alisios que los contralisios o el siroco, el noto, el mistral, el cierzo.

Todos los días veo cosas y sucesos y fenómenos cuyos nombre desconozco, abro un diccionario y encuentro palabras que no uso, que nunca he escuchado, inauditas, cuyo significado me sorprende y a la vez me ofrecen una definición insospechada que también me habla de los estrechos límites de mi conocimiento del mundo, de otros oficios y otras culturas y otros tiempos.

Qué tarea formidable darle nombre a todas las cosas, en todas y cada una de las lenguas que se hablan en el mundo. Que prodigio darle nombre a una hormiga que apenas se distingue de otra por su color o su tamaño. Y cada uno de nosotros tiene un nombre, una combinación de letras y palabras que nos forman y conforman.

Y cuando algo en el universo no tiene nombre, si eso aún es posible (el Bosón de Higgs tenía nombre y atributos, antes de que se tuviera la certeza de su existencia), un ejército de científicos, un astrónomo o un ingeniero naval, un zoólogo o un químico, un jurista o un poeta nos dirá el nombre de lo que no había sido nombrado.

Es pasmoso. Todas las cosas de este mundo tienen un sustantivo que las nombra; todas las acciones un verbo que las dice y se conjuga; un adjetivo que les da vida y las explica. Me siento apabullado bajo el peso alado y poético y denso y procaz de todas las palabras, de los nombres de todas las cosas.
En el nombre y sus palabras reside la metafísica y la poesía de las cosas. Extraer de los nombres su poética, darle a las cosas su luz, fijar los atributos que las animan, es tarea de los mejores. Dice Borges con lucidez infinita: Si (como afirma el griego en el Cratilo) / El nombre es arquetipo de la cosa, / En las letras de rosa está la rosa / Y todo el Nilo en la palabras Nilo.

Qué prodigio. Me quedo sin habla. Escribo desde el asombro.

 

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Escritor mexicano



Enrique Alfaro Llarena. Nació en la Ciudad de México en 1961. Es narrador, pero se ha ganado la vida como editor, profesor, gestor cultural y consultor en comunicación. Ha publicado artículos sobre literatura, música y cine en diarios y revistas. Ha hecho un programa en la televisión cultural y ha comentado libros en la radio. También escribe con estilográfica y pocas cosas le gustan más que teclear en su máquina de escribir mecánica. Es director de Leer y Escribir S.C. y cultiva los talleres de lectura por celebrar la amistad y compartir la experiencia del goce de la literatura.


Enrique es colaborador distinguido de Literatura Virtual.

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