Enrique Alfaro Llarena

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  Un ortopedista, el beisbol y la crucifixión

Enrique Alfaro Llarena

           Me lastimé la muñeca de la mano derecha. Fue en un accidente casero. Pensé que mi caída no tendría consecuencias, pero no podía mover la mano sin sentir molestias y, en ciertas posiciones, dolores agudos. Dos días después pedí cita con un ortopedista.

           Me recibió un hombre jovial, de inmaculada bata y zapatos blancos. Imaginé que tendría unos treinta y cinco años. Me hizo preguntas, me revisó con mucho tacto los dedos, la muñeca, el antebrazo. Durante toda la consulta no paró de hablar. Muy pronto me enteré que es sonorense, que estudió medicina en Guadalajara, que le gusta mucho el beisbol. ¿Usted juega beisbol? ¿Ha jugado beisbol alguna vez? Lesiones como la suya son comunes entre los peloteros. La pelota viene con una fuerza tremenda, rapidísima, y hay que pegarle duro, enfrentar esa fuerza con otra fuerza igual o mayor porque si no, se dobla la mano. Pegarle bien es muy difícil, hay que estar bien parado, muy atento, mirar al pitcher, fijarse bien en sus movimientos, uno tiene que saber cómo es el lanzamiento para pegarle bien porque la pelota viene girando, puede ser una curva, o una recta…

           El beisbol lo tenía loco. ¡Lo que ese hombre daría por pegar un home run! ¡Lo que daría por estar en el home, con las gradas llenas de aficionados como él, con un bat entre las manos en el octavo inning de un juego importantísimo, esperando a que el pitcher le lanzara la pelota que lo llevaría a la gloria! ¡Con qué fuerza le pegaría! ¡La pondría fuera del estadio a una altura increíble!

           Mi muñeca adolorida era el gran pretexto para que aquel hombre hablara y hablara de lo que más le gusta en el mundo. Vi su aislamiento y su desdicha en aquel cubículo aséptico, entre paredes blancas desnudas. Cómo le hubiera gustado que yo fuera un beisbolista y le hubiera dicho al llegar a su consultorio que el pitcher me lanzó una curva que venía cerrando muy extraño y entonces no pude pegarle bien pero sentí la fuerza del impacto en mi mano… Él hubiera comprendido de inmediato, esas pelotas que hacen giros extraños pueden provocar lesiones como la suya…

           Pero estaba allí, en su cubículo, al que probablemente no había entrado otro paciente en toda la tarde, revisando la mano de un escritor que se cayó en su casa y jamás había jugado al beisbol.

           —Usted tiene un desgarre incompleto de la cápsula articular o de los ligamentos, sin rotura, es decir, un esguince, debido a la torcedura violenta y traumática de una articulación.

           De pronto, se puso dramático. Hizo una pausa, cambió el tono y me preguntó:

           —¿Sabe usted cómo crucificaron a Jesús? —Me quedé helado. Era una pregunta retórica porque no esperaba mi respuesta.

           —Los clavos con los que colgaban a los crucificados no los ponían en las palmas de las manos. La carne, los tejidos, se hubieran desgarrado por el peso y el crucificado hubiera terminado por caer al suelo. Los ponían en la muñeca, entre los huesos, aquí.

           —¡Ay!

           —¿Ya vio? Nomás imagínese. Tóquese usted, ahí, justo por ahí pasaban los clavos. Todos los cuadros que muestran a Cristo crucificado por las palmas están equivocados, es un error histórico y médico, lo tengo muy bien documentado.

           Se hacía tarde. Apresuré mi partida, me despedí del doctor, le pague a su asistente y me fui del consultorio con impresiones contradictorias, una receta blanca, la instrucción de tomar unas pastillas y usar una muñequera dos semanas. Cuando llegué a la calle, tomé mi muñeca con la otra mano, aún me dolía, sí, pero de otra manera.

 

 

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Escritor mexicano.

Autor de las novelas La rosa del calidoscopio y Telemaquia.

Comuníquese con el autor

alfarollarena@gmail.com




 Enrique es colaborador distinguido de Literatura Virtual. Conozca sus trabajos
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