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Tripolar
El Seis |
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Soy un tipo extraño, vesánico;
me confieso partidario de la
frenología. Además siempre he
considerado un hombre
“precursor” a Franz Joseph Gall,
de la conducta humana, de sus
múltiples funciones, y
maravillosas problemáticas. Un
“elegido” para buscar entre los
“castillos de la ciencia”, la
escalera “escondida”, que sin
duda, nos llevará al
conocimiento de la complicada
mente. Aunque me gustaría añadir
en este espacio que, Gall, tiene
o presenta ciertos rasgos
específicos (fácil de localizar)
en su testa, que lo ponen como
una evidente víctima de una
terrible enfermedad mental. Y
además presenta algunas
protuberancias craneales, y las
medidas topográficas de su
cerebro (según un estudio
realizado por el que escribe),
son por mucho las de un ser
enfermizo y mórbido. Estaba
“bendecido” por un tipo de
demencia, que hace “pensar” a
quien la padece: que él es un
ente sano y brillante e
intelectual.
Las teorías
“poéticas” de Jung, me siguen
causando un interés desmedido.
Hasta he considerado su trabajo
más relacionado con la liturgia
del arte, que con el
conocimiento de la razón humana.
Su veneración por la literatura
budista y védica, es para él
hasta una forma especial de
religión, salvadora del “alma”
personal y colectiva de
Occidente. Es un buscador
incansable (tenaz), que se
sumerge en la aguas cristalinas
(“sacrosantas”) de Buda, Brahma,
Vishnú, Kali, Rama, y demás,
(corrientes orientales). Donde
cree encontrar: una sanidad
mental (“eterna”), llena de
mantras, yoga, que puedan llevar
al hombre si no a la
“iluminación”; si cuando menos,
a la “normalidad” psicológica.
E inclusive
me considero un freudiano
clásico, con todas las ventajas
o locuras que conlleve esta
aseveración. El trabajo
psicoanalista de nuestro
estimado Sigmund, es en verdad
la mejor “obra literaria” que
jamás haya leído. Está escrita
en una bella prosa críptica,
simbólica, alegórica, que hace
que cualquier ávido lector,
llegue al clímax intelectual y
estético al leer cualquiera de
los libros del insigne “padre”
de la psiquiatría moderna.
Desconfío de
los nuevos teóricos del
psicoanálisis, de sus métodos
inconclusos, y hasta de su
capacidad personal, para llevar
a cabo semejante empresa.
También señalaré que han perdido
su alma “artística”, y se ahogan
en el mar del eclecticismo. La
mayoría no se atreve o no puede
realizar un trabajo “completo” o
general de la psique, con los
riesgos que esto implica. Seres
amorfos que no se aventuran (o
se comprometen) de forma seria y
formal, a buscar otros caminos,
otras vías, para rescatar la
salud del “espíritu”, “alma”,
que se encuentra atrapada en la
celda de la sin razón.
Tengo una
tendencia (agrado) clara y
precisa por ciertas etapas
específicas de la “maldita y/o
bendita” antigüedad. Además me
intereso (de sobremanera) por
algunas circunstancias de los
individuos, donde éstos, se
encuentran atrapados en su
mayoría… en el siguiente status:
La locura funcional; y por una
selecta minoría, que ha sido
“iluminada”, por eso que llaman
la demencia, desvarío, delirio,
y hasta han llegado a recurrir
(para señalarlos) a la expresión
cruel y despiadada: Vesania.
Yo soy un
claro ejemplo de un desquiciado,
muchos “estudiosos” de mi
conducta me han diagnosticado
con este título y algunos con
epítetos de mayor “relevancia”.
Mis gustos son de un orden
exquisito y hasta “espiritual”.
Nunca podré olvidar los
cinturones de castidad (“objeto
moral”); que algunos hombres
utilizaban para dejar en buen
resguardo a sus mujeres, para
que no fuesen presa de los
“abomínales” celos y la
desconfianza. Individuos que
tenían que partir a un viaje de
negocios, a alguna guerra
necesaria, o un “vuelo”
psicológico hacia el país de la
preocupación marital, y el apego
del amor desmedido, patológico.
Aunque a mí me interesa como
objeto de placer, me levanta las
más bellas pasiones, y los
sentimientos más mórbidos.
Considero a estas damas
“sometidas” unas golfas
involuntarias, que hacían
maravillas con sus manos, con
sus cálidas bocas, con sus
eróticos anos, y con esos pechos
henchidos del máximo placer… Lo
que menos importaba era la
famosa llave o los servicios del
cerrajero. Todo era un ritual de
sexualidad incomparable.
También
hacen explotar mi cerebro “en
estado de interdicción”, cuatro
monjas de hermosura suprema, de
piel extremadamente blanca, de
ojos azules, y cuerpos
perfectos. Recluidas en algún
convento del Medievo:
revolcándose en alguna celda
austera, y de piadosa
construcción material. Teniendo
como testigo principal de sus
inquietantes y encendidas
pasiones a la madre superiora,
la cual, espera con
desesperación, ser convidada a
semejante festín de placer
desmedido y pleno. Mientras se
escucha el sonido límpido de una
campana llorona, y los repetidos
cánticos y rezos que invaden el
entorno “sagrado”… Y ¡ahh!, el
olor exquisito del incienso
místico; los cirios ardientes,
donde las flamas muestran
rostros de diversas formas y
actitudes…
Me vuelve
loco la vestimenta de la mujer
antigua; siempre y cuando fuese
guapa y de un cuerpo antojable y
primoroso. Nos dejaban mucho a
la imaginación y a la dominante
pasión del hombre sexual.
Vestidos largos, frondosos, de
diversas telas, y algunos
aditamentos para resaltar la
belleza. En realidad era muy
poco lo que podía mostrar al
eterno enamorado o al vidente
furtivo, pero… ellas
(apasionadas por naturaleza)
sabían cómo excitar a sus fieles
admiradores, y lo más importante
así mismas. Cuando el “calor se
sube a la cabeza”, las féminas
son expertas en las lides
sexuales. No usan ropa interior,
verbigracia: el reglamentario
sostén, y el menos encantador
calzón, haciendo que la ropa del
exterior, las acaricie todas;
mientras sentadas, quizá leyendo
una novela de amor, sus cuerpos
vibran como un violín antiguo.
El pretendiente llegaba a
visitar a su “prometida”, amante
o amiga, y esperaba el momento
oportuno, para levantarle ese
vestido “incómodo”, y poder ver
en toda su plenitud el divino
cuerpo ardiente de la mujer
deseada. No existe mayor
“objeto” de veneración que el
cuerpo excitado, trémulo,
palpitante, y lleno de pasión
desmedida, hasta la locura, de
la mujer en espera de un coito.
Ella, es la iglesia, y el hombre
el feligrés… Los sonidos de
pasión de diez hembras en brama,
son la mejor melodía que mis
oídos jamás hayan escuchado.
En este
momento que estoy hospedado
(voluntariamente) en el
manicomio de una ciudad, donde
todo el día llueve tristeza, y
el viento trae consigo un puñado
del más cruel dolor… escribo
estas líneas incoherentes, y
oscuras, negras. Pero qué le
vamos a hacer, si tan sólo soy
un hombre de mediana edad, que
padece de alucinaciones, y de
cierto dolor psíquico. Tengo
junto a mis huesos (de plata) a
la psiquiatra, que desnuda y
excitada, me dice: ¡Te amo! Una
enfermera de nombre Nubia, que
me está lamiendo el falo erecto,
y exclama: ¡Me vuelves loca! La
médica general (de algunos 26
años) que inquieta nos besa a
todos los copartícipes de la
sesión sexual, mientras aúlla:
¡Oh, oh! Tenemos vino francés,
cigarros verdes, y una lluvia de
“polvos cósmicos”.
Yo estoy
bien, perfecto, hasta sublime.
Lo único que no recuerdo (ahora)
es mi nombre, ni siquiera mi
número de paciente… Todo vibra
al compás del amor sexual. Y
hasta las paredes blancas del
lugar donde me encuentro, se
abren de piernas, mostrando todo
el esplendor de su vagina
cálida. Todo huele a pasión a
frenesí, el cual se impregna en
mi piel, como una sanguijuela.
Mis mujeres en estado de
arrebato amatorio, despiden un
aroma muy parecido al de
Afrodita, cuando sale desnuda
del embravecido mar, buscando
mis brazos… Hasta la luna
desnuda, presa de una fogosidad
explosiva, se desprende de su
sitio habitual, y cae en la cama
de mis enardecidos deseos. Hoy
todo se mueve (en este momento)
entre caderas perfectas, pechos
rosáceos y de diversos tamaños,
pieles de diferentes tonalidades
y esencias, talles disímiles,
piernas bien torneadas, glúteos
de ensueño, clítoris en fuga,
vulvas húmedas, labios carmesí,
y lenguas serpenteantes.
Y ustedes,
hombres normales, medianos,
promedio, buenos ciudadanos,
¿cómo se encuentran?
Los derechos de autor son míos única y exclusivamente. EL Seis |
Escritor mexicano El Seis, también conocido como El padrote de la muerte nació en la Perra Tapatía. Se inicia a escribir desde su primera cópula, contaba con 14 años de maldad, la amante fue una hermosa dama llamada: La Prostituta Cósmica. Sus estudios los ha realizado en la Universidad, como en las piernas calientes de la ciudad.
Ha fundado un gran número de trípticos, dípticos, plaquettes, y revistas literarias, de las cuales sólo se mencionan: Tonsol, Pensamiento y Tequila.
También ha participado en las más diversas publicaciones, pero la que más le agrada es la revista V.L. 2,000, de la cual fue cofundador. Ha participado en lecturas en diversos foros; incluyendo la Casa de la Cultura, así como en silenciosos panteones y gloriosos bares. Actualmente distribuye su tiempo en escribir poesía y prosa, y en iluminarse en los Templos de Dionisos, y en arduas peregrinaciones mentales de opium. La mayoría de su obra está recopilada en Ediciones Capaverde, y en cientos de cuartillas olvidadas en las ínfimas cantinas.
Ha publicado su obra literaria a lo largo de algunos estados de este país esquizofrénico, hasta llegar también a otros tantos países del globo terráqueo. Aunque esta cuestión en particular, tiene al autor sin ninguna importancia. Ya que él manifiesta: Yo soy el arte. Para finalizar diremos que el escritor tiene una inclinación psicopatológica por las infantes hermosas de 15 años de pasión. Le gusta que tiemblen y giman cuando escuchen su desgarrada voz.
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