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El hotel Cristian Cousseau |
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Tras la primera puerta no hay nada especial. La biblia en el cajón de la mesita de luz, las cortinas cerradas, la tarjeta del televisor todavía puesta, una toalla de menos. La habitación 21 permanece inerte tras cumplir su momentánea función. Podría señalarse el olvido de un corpiño bajo la cama, y de algunas revistas, pero estos desaparecen rápidamente en la bolsa de basura del hombre de limpieza. Se cambian toallas y jabones, las sabanas van a otra bolsa, se cumple el aseo pertinente y la 21 vuelve a la penumbra.
Se abre la segunda
puerta y lo recibe el mismo helado silencio. Las cosas
permanecen ligeramente desplazadas de su posición original, como
si se le hubiese agregado a la fórmula de la habitación unas
pocas gotas de un caos insoluble. Hay escombros en la bañadera,
hoyos de AK en el frigobar y una napalm parece no haber estado
de acuerdo con un predicador nazi. Algunos cuerpos van a una
bolsa y otros a otra. Juntar los fragmentos de un oxidado avión
de combate se muestra un desafío, pero con inmutable paciencia
el hombre los junta. La habitación 20 queda como si nada hubiera
pasado.
La habitación siguiente, la 18, está hecha un asco. Ya al abrir
la puerta el olor a plástico y aceite quemados le hacen
plantearse si le pagan lo suficiente. Parecía que nunca habían
abierto las ventanas: una densa nube cubría el techo, gris y
brillante, por lo que tuvo que cerrar la puerta rápidamente para
que no se escapara. En el medio de la cama matrimonial yace
inerte un motor de locomotora, que casi la ocupaba por completo.
Al acercarse las enormes válvulas le recuerdan el corazón de una
ballena. Estaba todavía caliente. ¡Y habían quemado la alfombra!
¡Madness!
Tras poner en orden la 18 (moviendo el motor, tras desarmarlo,
lo mejor que pudo), fue turno de la 14. Abre la puerta
lentamente, casi temiendo lo que podría encontrarse. Lo recibe
un silencio solemne y un encierro monástico. Le saca una sonrisa
una caricatura de él mismo, pintada con acuarela en la pantalla
del televisor. La limpia con sumo cuidado, siguiendo los gruesos
trazos que no podrían haber venido más que de la mano de un
niño. Su propio reflejo le devuelve la sonrisa desde la pantalla
otra vez vacía, y entonces es momento de buscar los cuerpos:
pero no encuentra ninguno. Habría esperado encontrar algunas
mujeres debajo de la cama, pero no encuentra más que un papel
que certificaba la venta de una pequeña parte del baño, y una
biblia de más en la mesita de luz. La hojea sin mucho esmero y
la mete en una de sus bolsas. Al dejar la 14 lo sorprende cuanto
pesan, por lo que decide que ha de vaciarlas.
La 1B (habitación que había pertenecido al hotel anterior y que
ahora mantenían como depósito) estaba siempre llena de objetos
extraños, pero cuidadosamente ordenados. Muchas veces le había
pasado que, al prender la única luz que iluminaba esa oscuridad
atemporal, tenía la sensación de que había allí objetos que él
nunca había llevado. En este caso, al vaciar la bolsa con los
cuerpos de la habitación 20 se encontró con un casco crestado,
con los símbolos de la vieja biblia de la 14 forjados
esmeradamente en el bronce. Muy curioso. Y laureles y retazos de
tela teñida de purpura en los estantes contiguos… Lo que nunca,
desgraciadamente, extrañaba encontrarse, era la arena. Se
filtraba entre los estantes y entre los cajones, entre la basura
y lo realmente importante, entre los dedos, y lo volvía loco
tener que limpiarla una y otra vez. Hasta ahí llegaba su
paciencia. En esa ocasión se prometió que la limpiaría más tarde
y dejo el depósito con bolsas nuevas.
Sobre el final de su recorrido es la quinta habitación la que
realmente le llama la atención. Sus habitantes no habían ni
abierto una canilla, que es lo generalmente hacían primero. El
hombre se pregunta si se ha confundido, la edad y la rutina
hacían eso. Entonces ve otra luz girando alrededor de la luz
principal de la pieza. La sombra de la cama de dos plazas se
proyecta en sus pies y continúa su trayecto. Es una habitación
binaria. El hombre se sonríe y corre al baño para confirmar la
colonia de bacterias que crece en la parte más honda del
lavamanos. Suspira y se arrastra a la cama. Se deja caer y se
pierde observando la danza de los soles y la acumulación de
partículas de polvo (no ajenas a su propia respiración) en una
esfera diminuta que también los circunda. Poco después se comerá
una manzana que venía guardando desde el desayuno. |
Escritor argentino Cristian
Cousseau nació en Tres Arroyos, Buenos Aires, Argentina el 16 de
enero de 1991, pero se crió en la vecina ciudad de Bahía
Blanca. Cursa el cuarto año de Licenciatura en Letras en la
Universidad Nacional del Sur. Ha participado en varias
antologías literarias, quedando como semifinalista (Nuevo
Ser Editorial, 2010) y
recibiendo menciones (AlterEgo
Editorial, 2011) en las categorías
de cuentos y microrelatos. En 2012 dio a luz a
Híbrida,
breve novela fantástica, que vendió de forma independiente. En
2013 público Mi Hecatombe Insomne
(prosa poética) con la editorial bahiense Libros
en Colectivo, presentado ese mismo
año en la FEA (Feria de Editoriales Autogestionadas), y
fundó, junto a otros estudiantes universitarios, el
Círculo de Escritores Mistelistas,
como espacio de producción, reconocimiento y adquisición de
herramientas literarias. En 2014 participó de la iniciativa NaNoWriMo,
creando la novela de ciencia ficción
La Ginoidea
en el espacio de un mes. El presente texto será parte de su
segundo libro: Millennial,
un libro de cuentos de ficción atravesados por el
hilo temático de la influencia del internet.
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