Cristian Cano
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  Por la nacional 66 llegando al pueblo

 

Cristian Cano

Velarde

         

Antes de iniciar el especial de Bird, como lo hacemos todos los miércoles, los invitamos a recordar las leyes de tránsito básicas de nuestra ciudad. A los viajeros que estén ingresando a Las Lomas por la nacional 66, les recomendamos no superar los 60 kilómetros por hora. Las reparaciones que ― ...el secretario de gobierno explicó a los medios tras la conferencia de― ...están detenidas debido al paro que implementó el gremio de la construcción. Esta medida está llevando... ―no van a verse modificados hasta el siguiente aguinaldo. Con esta ley...

         La radio del Ford Falcon se apagó. La impaciencia de su conductor se encendió. Manuel frenó y bajó el coche a la tierra de la banquina. La noche era muy oscura, tanto, que parecía tragarse las débiles balizas. Caminó hasta colocarse frente al auto y abrió el capot. Estiró unos cables de un tirón y los volvió a su lugar. Cerró la tapa con un estampido que asustó a las palomas que dormían en la parte superior de los pinos. Uno de los locutores terminó de informar que la ley de movilidad para los salarios seguiría vigente como siempre estuvo. Apurado, Manuel trotó hasta los botones de la radio y bajó su volumen. Antes de encender nuevamente el motor recordó su destino. ¿Cómo podía ser que la ciudad en la que se había criado no profesaba ningún cambio? Las obras estancadas y sin terminar eran un lugar común en la memoria de su niñez. Suspiró e hizo que valiese la pena. El parabrisas recibió el dióxido de carbono de sus pulmones y el vidrio reflejó la luz de la Luna. Se restregó el rostro y sintió frío. Los oídos se le taparon y movió un poco su mandíbula. Giró la llave y el motor despidió vapores por los cierres del capot. A la distancia, una columna blanca se elevaba con cada aceleración del 2-21. Sus amigos lo estaban esperando. Amigos que no veía hace muchos años. 

         Retomó la marcha y justo en el momento de observar por el espejo lateral, vio cómo los arbustos se sacudían de manera extraña. Un frío le trepó hasta la nuca. Tomó aire tanto como pudo y aceleró. Animales. Seguro son animales salvajes.  

         Doscientos metros después de pasar el letrero de bienvenida, su pueblo Natal lo recibió con un corte eléctrico. El coche rodó un largo trecho y se detuvo arrastrando las cubiertas sobre pequeñas piedritas. Otra vez el suspiro, ahora, con un dejo de sospechosa lógica. Las estrellas en el cemento estaban desgastadas por el azote del viento y la lluvia. Las viejas marcas lo retrotraían a buenos momentos. Siempre vio como una pesada carga la falta de sus primeros amigos. 

         A lo lejos un hombre caminaba a la vera de la ruta. Traía una linterna con la que apuntaba hacia los árboles. Alguien del pueblo. Por la forma y decisión que llevaba era más que seguro un miembro de la policía. Lo extraño fue que en ningún momento dirigió el haz de luz hacia Manuel. Buscaba algo. Buscaba a alguien. Manuel descansó su peso sobre un lado del Ford y esperó.

         ―Buenas noches, caballero―dijo el seguridad. 

         ―Buenas noches. Si es que tienen algo de buenas. 

―¿Qué le pasó? ―alumbró la cara de Manuel.

―Se quedó sin electricidad. Está muerto. Lo percibo.

         ―¿Usted es de acá? ¿De Las Lomas? ―ahora iluminó la patente del coche. Y se sacó la capucha del buzo. La insignia en su hombro brillaba. El logo y parche de la empresa en dorado. Una baratija imitación metal.

         ―Sí. Nací al lado de la iglesia.

         ―Mejor se sube y ve si arranca. Han estado sucediendo cosas extrañas últimamente. Estoy cansado de los problemas con la policía. Estoy harto de que me interroguen.

         ―¿Puedo preguntarle qué pasó? ―el vigilante movió el haz nuevamente hacia su rostro y quedó callado. Pareció dirimir un asunto muy delicado. Sacaba conclusiones internas y mordía su labio interior.

         ―¿Usted qué cree que pasó?

         ―¿Alguien se escapó de la comisaría? ―abrió la puerta del auto.

         ―Caballero, déjeme decirle con el debido respeto que, en estos días, las personas que vienen de la capital creen saber todo lo que pasa en un lugar como éste. Permítame decirle que no es nada parecido a lo que usted cree. Nada de presos sueltos.

         ―¿Por qué tanto misterio, entonces? ―giró la llave de encendido. Nada.

         ―Tengo la patrulla más adelante. Permítame acercarlo hasta el pueblo. Mañana puede ver a un mecánico que le repare el auto. Sígame.

         Manuel sacó el atado de cigarrillos y una campera y cerró el coche con llave bajo la extraña mirada del vigilante ¿Qué hacía un empleado privado a estas horas en el medio del bosque? Vaya uno a saber. Los años cambian todo. Hasta las creencias. Caminó detrás del nuevo amigo de ruta sin decir nada. Cada cincuenta metros dirigía la linterna hasta la pared de pinos que tapiaban otro universo totalmente diferente al de dos personas caminando por la banquina, a la espera de un buen café, deseando abrir las hojas del diario mientras ve cómo el calor del ambiente eleva el humo del cigarrillo. 

         ―¿No me va a decir qué pasó? ¿O es un secreto de estado? ―dijo Manuel. El extraño miró por sobre su hombro, como si hubiese escuchado algo. Se restregó la prominente nariz y continuó la caminata. Manuel apretó los labios y levantó las cejas. El hombre no dejaba lugar a sospecha. Simplemente ignoró su presencia hasta que por fin la luz de la patrulla apareció por delante. Un flash azulado en intervalos entrecortados ―Hace años que no vengo a Las Lomas. Recuerdo que de chico nunca salía del pueblo. En esas épocas no estábamos preocupados por la inseguridad. Se ve que todo ha cambiado.

         ―Para cuando lleguemos al pueblo se habrá enterado de lo que viene pasando.  

         Cuando se dirigían al pueblo el silencio entre ellos encrudeció severo, mientras la radio llamada oficializaba y pedía los reportes a los diferentes puntos de control, ninguno de ellos intentó abrir la boca, hasta que Manuel vio algo esconderse entre los húmedos pinos.

         ―Otra vez ―el seguridad buscó su mirada―. Van dos veces. ¿Qué es?

         ―¿A qué se refiere?

         ―A la cosa que desaparece entre los pinos. La situación es muy obvia.

         ―Perros.

         ―¿Perros?

         ―Escuchó bien ―estrujó el volante con las dos manos―. Perros.

         ―Espero que nadie se lleve mi coche. ¿Podré encontrar a alguien disponible por la mañana? ―volvió a mirar la interminable pared de pinos y espacios oscuros ―. No voy a quedarme mucho tiempo.

         ―Mejor así. Mañana se ocupa de su auto. Descanse un poco. ¿Tiene reserva de hotel? ¿Va a lo de algún familiar?

         ―No me está entendiendo. No pueden ser perros. Esto era algo diferente.

         Mmm. Déjeme decirle una cosa. Una institución ya se encarga del asunto. Usted no va a hacer la diferencia. 

         ―¿Entonces, por qué me toma por idiota? 

         Después de eso, hubo un silencio mucho peor que en inicial. Las luces de Las Lomas no eran espectaculares, pero se sentían bien. Agradables. La cara del empleado de seguridad no enseñaba lo mismo y fue el motivo por el que Manuel lo escudriñó en varias oportunidades. Ahora ni siquiera los reportes de radio acompañaban el ritual. El coche bajó de la ruta y se internó en un camino de tierra. Manuel se acomodó en su butaca y se sacudieron un poco. Las piedras sueltas golpeaban el chasis de la patrulla y una oscuridad aplastaba los insulsos haces de luz de los faros delanteros. Manuel pensó en lo que tenía que decir. Era obvio que tomaban un atajo, sin embargo:

         ―Las Lomas queda hacia el otro lado.

         ―Sí. Ya lo sé. No se preocupe ―Manuel notó cierta ironía. Segundos después lo comprobó en una estúpida mueca de Saúl Sumuya, como lo aclaraba el parche en el hombro de su camisa. 

         Ahora el patrullero disminuyó la velocidad, el barro hacía que se bambolearan de un lado a otro, pero eso no parecía importarle a Saúl. Pisaba el acelerador y lograba pasar. Luego el Falcon se detuvo en medio del barro. Los dos se miraron y esperaron la palabra del otro. Manuel estaba seguro de que, si había una explicación para tal aventura, tendría que ser mérito del vigilante. Esperó la explicación que nunca llegó, hasta que no soportó más.

         ―¿Por qué me trajo hasta acá? ―el silencio se convirtió en duda―. ¿Es por las construcciones en la entrada del pueblo? Contésteme.

         ―No. Es porque no quiero salir lastimado ―Tomó aire―. Tengo algo que contarle. Es muy importante.

         ―Lo escucho. Espero que sea una buena explicación ―Manuel movió la mano disimuladamente hasta la manija de la puerta.

         ―Es por lo que usted vio...

         ―Siga.

         ―Están desapareciendo personas. Demasiadas. Realmente espero que no se quede mucho tiempo en este pueblo. No logramos atraparlo. Tuve que sacar a mi familia. Se fueron a Buenos Aires hace unos días. 

         ―Por favor, le pido que sea más claro con lo que me quiere decir. ¿Por qué me trajo hasta acá?

         ―Es algo que las autoridades no logran comprender. La última vez que tuve la suerte de ayudar al comisario pude ver lo que había hecho. Pude ingresar a la casa. Hasta saqué unas fotos ―presionó su nariz por una picazón―. Se las llevó mi mujer.

         ―Por favor, Saúl.

         ―Sí. Discúlpeme. Encontraron a las hermanas que atendían la cafetería, despellejadas ―Saúl levantó sus cejas―. ¿Entiende lo que le estoy diciendo? Despellejadas. Como filetes de pescado. 

         ―Por lo que veo, lo único que creció en el pueblo fue la violencia. ¿Usted qué cree? ―dijo Manuel.

         ―Que no lo vamos a poder atrapar. Esa cosa no es normal. Si viera las fotos me daría la razón ―encendió el patrullero y las luces abrieron la oscuridad―. Y en esta semana los números cierran redondos ―se rió―. Va a volver a atacarnos. 

         ―Usted no parece una persona de fe ―le dijo Manuel.

         ―¿Por qué me recrimina eso? ―le encendió la linterna sobre el rostro. Manuel tenía las manos en su cuello. Intentaba agarrar algo en su nuca―¿Qué intenta hacer?

         ―Reivindicar la sangre ―le dijo, arrancándose el cuero cabelludo como si éste fuese una barata escafandra de buceo. Ahora lo observaba con una renovada cabeza de hombre lobo. Para Saúl, lo terminal de la situación se hallaba en lo grotesco de un hocico articulando palabras humanas.

 

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"Escribo en mis ratos libres, de a poco pasó de ser un hobby a convertirse en una parte esencial de mi vida. Participo en los blogs del grupo Heliconia de la mano de Sergio Gaut Vel Hartman, quien me invitó al grupo Abducidores de textos".

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