Cermen Belzún

 Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links 

 

In memoriam

 

Carmen Belzún

Velarde

            A C.V.F.

     Yo era una chica solitaria. O me sentía así. Creo. Era un sentimiento que nunca me abandonaba. Por eso mandé la carta. Quería tener amigos, pero no tenía el valor necesario. ¡Dicho así suena tan raro! O no: suena adolescente. Me asustaba mirar a los ojos y la correspondencia, con su cuota de anonimato (en aquel momento lo pensaba de esa manera porque no había un cara a cara que me obligara a enfrentar y, ¡mucho menos!, sostener la mirada) me pareció una buena opción. Un mensaje breve: “Hola, soy Carmela. Tengo 13 años y vivo en la Argentina. Busco amistad con chicos y chicas de mi edad. Si me escriben, prometo contestar” Después, la información del caso para que me contactaran. ¡Asombroso el efecto! Empezaron a llegar cartas de todos lados. La primera que llegó del extranjero me emocionó en extremo. Era un sobre celeste, con menuda letra de imprenta, enviado por una chica de mi edad, también estudiante secundaria y ¡con mi nombre! Esta coincidencia remitía a otra que la justificaba: ambas habíamos nacido el día de Nuestra Sra. Del Monte Carmelo, también conocida como Virgen del Carmen. Hubo otros, muchos amigos, pero ninguno como Carmela. Ella era tan linda persona, nos entendíamos tan bien, compartíamos tanto además del nombre y del día de cumpleaños, que era un placer gozar de su amistad. Éramos como siamesas separadas al nacer que habían ido a parar una a cada lado del Rio de la Plata. Yo quería que fuera mi hermana y el sentimiento era recíproco; suponíamos que los lazos de sangre no iban a permitir alejamientos o peleas. Así lo sosteníamos semanalmente en cartas que yo imaginaba extensas (ahora no creo que lo fueran; en realidad intervenían dos factores: por un lado, la relectura que me hacía volver una y otra vez sobre lo mismo; por el otro, el hecho de que Carmela escribiera sobre una sola carilla de un papel para carta más pequeño que una hoja de cuaderno). Iban y venían abultados sobres, dentro de los cuales viajaron flores secas, banderines, fragmentos de El profeta y gran parte de la obra de Alfonsina; a veces, con tarjetas, con señaladores o con postales; fotos, no. ¡Nunca conocimos nuestros rostros! Pero estábamos seguras de reconocernos si nos hubiéramos aproximado. Las dos teníamos el cabello largo y oscuro, nos gustaban los mismos cantantes, coleccionábamos estampillas, leíamos poesías.

     Cinco años de secundaria y el ingreso a la universidad se materializaron en una vieja valija de cartón llena de sobres rasgados y folios sueltos que habían venido de Uruguay, de manos de mi amiga. Al principio quise que imperara el orden y las fui acomodando por fecha; después, fui yo misma y ganó un prolijo desorden. Hablábamos de música, de nuestros miedos, de los muchachos que nos quitaban el sueño (¡siempre los más hermosos, los más indiferentes!), de las técnicas para preparar un buen mate o la mejor torta frita. Y de nuestras ciudades. Las dos dedicábamos párrafos largos, largos, a la descripción de árboles, de monumentos, de plazas, de casas viejas, del río. ¡Las dos describíamos el mismo río!, pero lo veíamos desde orillas opuestas. Cualquiera hubiera dicho que lo teníamos ahí nomás, al alcance de la mano; sin embargo estaba tan, tan lejos que al menos hubiéramos necesitado largas horas de viaje para echarle una ojeada. También, por ejemplo, yo le hablaba del obelisco cuando apenas lo conocía por fotos; y no sé si ella, alguna vez, visitó el balneario cuyos detalles me pintó con tanto cuidado: camino bordeado de durazneros, amplia playa de arena muy fina, oleaje mínimo. Eso era algo muy lindo de nuestra amistad epistolar: las distancias se acortaban notablemente. Carmela Vecino Fernández. Hasta el apellido de mi amiga colaboraba para unirnos.

     Dicen que para recordar un acontecimiento importante, debe ocurrirnos por la misma época algo muy malo. El mismo año que ingresé a la universidad, conseguí mi primer trabajo y me puse de novia, también dejé de recibir cartas de Uruguay. La emoción por los primeros sucesos me distrajo y, ¡cuánto lo lamento!, no le hice caso al indicio. Supuse que ella estaría tan desbordada como yo por los cambios que nos atravesaban; no se me ocurrió que una amistad tan sólida no podía desaparecer de un día para el otro. En verdad, yo estaba muy feliz; mi vida había mejorado; me sentía mejor, más segura, menos adolescente. Mandé un par de cartas que no tuvieron respuesta. Y un día, no escribí más.

     –Yo te voy a acompañar– dije convencida

     –Prefiero ir solo. Es peligroso –me contestó mi marido, con preocupación.

     –Él no me importa –aclaré, como si hiciera falta–. Lo hago por vos. Y no se habla más de esto. ¡Pensemos que vamos a pasear!

     Como todo preparativo, cargamos el equipo de mate. En mi cartera iban los documentos. Lo pasamos a buscar por la casa de la madre. Abrazos, besos, llanto.

     El itinerario era sencillo: Buenos Aires-Gualeguaychú, salida de Argentina, Fray Bentos, micro a Brasil. Rápidamente habría mucha tierra entre él y los otros. Para nosotros sería un viaje de ida y vuelta en el día; para él, nadie aventuraba hipótesis. Hicimos el viaje muy callados. ¡Había tanto de qué hablar! No sé si las palabras no querían salir o si poblaban el espacio tan apretujadas que no llegaban a ser sonidos. Tucumán. Represión. Democracia. Informe. Nunca más.

     Tuvimos que hacer tiempo porque el micro salía a la tarde. Para matar las horas, después de comer recorrimos los ocho kilómetros que nos separaban de Las Cañas. Resultó ser mucho más lindo de lo que nos habían dicho. Yo hice lo de siempre: me descalcé y corrí por la playa, después me puse a escribir con grandes letras redondas en la arena: C A R M E L A. Creo que jugaba a “hagamos de cuenta que no pasa nada”; parecíamos un grupo de amigos ociosos que perdían el tiempo con tonterías. Septiembre no es muy caluroso, algo de viento, cielo despejado. ¡Ya las cinco de la tarde! Pensé en el poema de Federico mientras íbamos hacia la terminal. Los vi abrazarse y llorar. No esperaba eso. ¿Y así terminaba la historia? ¿Se podía meter en un micro tanto miedo, tanta bronca, tanta traición? ¿Era tan fácil deshacerse de una mochila tan pesada?

     La plaza Constitución de Fray Bentos era muy bonita. Me llamó la atención un montículo lleno de retoños. Sin duda, habían sido plantados hacía muy poco tiempo. Cada uno lucía su cartelito de identificación. Al acercarme, comprobé que los señalaba de manera muy particular: nombre y apellido. Una vecina, muy amablemente, me indicó que cada nombre correspondía a algún detenido-desaparecido de la ciudad. No eran muchos, pero tampoco tan escasos que pudieran ser ignorados. “Uno solo hace la diferencia”, pensé. Paseando entre ellos, fui leyendo uno a uno los nombres y apellidos. En verdad, buscaba uno. ¿Estaría? Antes de llegar al último me paré para recostarme sobre un tronco y llorar tranquila. Al final, ya no importaba. Estaba traicionando nuestra amistad ¿o estaba siendo leal a mi amor? Todavía no lo sé. Entonces me sentí cómplice por ayudar a ¿su enemigo? ¿Quién era la víctima? En voz baja, recordé:

Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al rodar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida, ¿quién la recogerá?

 

 Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links

Escritora argentina


CARMEN BELZÚN (nacida en Buenos Aires, Argentina, un frío día de invierno, siglo XX) egresó de la Universidad de Buenos Aires con los títulos de Profesora y de Licenciada en Letras. Durante muchos años, desarrolló una amplia actividad docente en diferentes instituciones educativas de nivel Medio y Superior, en el ámbito de la provincia de Buenos Aires; mientras, se hacía tiempo para cultivar la amistad, casarse, tener hijos. Ha participado en Jornadas, Talleres y Congresos nacionales e internacionales dentro de su especialidad, la literatura.

Fue miembro del equipo fundador del Grupo Catán, comunidad itinerante de lectura y escritura, con destacadas intervenciones en la Feria del Libro de Buenos Aires. Si bien no se ha dedicado particularmente a la escritura, cuando lo hizo le fue bien (recibió, por ejemplo, una mención en el IV Concurso de Calaveritas organizado por “Con X de México” y auspiciado por la Embajada de México en Buenos Aires).

            Actualmente divide su tiempo entre su familia, la docencia universitaria en el IUNA, la UNLaM y la UNDAV; además de su nueva pasión, la fotografía.


 Contador de visitas para blog

*