Jesús Ademir Morales Rojas

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El enigma de la esfinge y otros cuentos

 

Jesús Ademir Morales Rojas

El Enigma de la Esfinge

Convencido de la inutilidad de existir me aventuro en La Máquina del Tiempo. Arribo al año deseado. Pronto estoy frente a esa casa tan conocida por mí. Es madrugada. Penetro por una ventana. El ruido de mi intrusión, aunque leve, es perceptible. Alguien en las sombras me interroga. Adivino ese rostro prácticamente idéntico al mío. Le golpeo el cráneo con mi arma. Cae. Se desangra. Tengo unos minutos. Son suficientes. Me desnudo. Entro en la alcoba. Latidos del corazón. ¡Por fin!. Una joven en la cama, en la oscuridad. Dice mi nombre. El mismo. Sí, soy yo. Todo está bien. Abrázame. Y así, sabiendo que es mi postrer deseo cumplido, me entrego a la ardorosa pasión que siempre soñé, fundido cuerpo a cuerpo con mi adorada madre.


Fuego camina conmigo

En la ciudad de los megaterios la batalla ha finalizado. Los escasos sobrevivientes pisotean los restos del gusano de luz que cayó del cielo, y que había estado devastando el templo y las viviendas. Algo brillante en las ruinas se extiende y devora a las bestias congregadas, que fenecen  entre horribles contorsiones. Mientras tanto un minúsculo  ser furtivo recoge una vara en brasas; la mira, gruñe, se incorpora y se aleja.

***      

 -¿Me da lumbre señor?

El hombre añoso consiente.

En las penumbras rasgadas las miradas se cruzan.

Un puñal que se interna.

Un último instante en el que el criminal aún tiene en los suyos, los ojos de su primer ultraje.

 ***

 -¡Libérenlo!

Entonces Jesús sale libre y Barrabás es crucificado.

Hoy el fuego lo consume todo y los ángeles en el cielo pasan de largo.

 ***

 El fulgor ígneo del amanecer despierta a Nerón. Sonríe. ¡Qué buena idea!

Roma aún duerme.

 ***

 Por  fin reciben a K. Pero ha olvidado a qué iba allí. Se apaga la luz.     

 


Los extravíos de K

K abre la puerta. Tras un escritorio, el funcionario que buscaba, señalando a otra puerta. K titubea. Luego se decide: abre tal puerta. Negrura. Se interna allí. Ruidos. Voces. K,  avanza durante mucho entre esas  tinieblas sofocantes. Fatigado, se acuesta a dormir. Cuando despierta, está sentado en un escritorio. Alguien abre la puerta. K señala. 

K deambula por el Castillo, confundido y desorientado. Se acerca a un guardia a preguntar por la oficina de los trámites. Pero el guardia le responde en un lenguaje desconocido. K desesperado, intenta hacerse entender gesticulando el rostro y agitando las manos. El guardia parece sorprendido. Pero luego asiente y busca que K lo acompañe. El joven le sigue. Está satisfecho de finalmente haberse hecho entender. El guardia conduce a K a un cuarto. Oscuro, silencioso. K se consterna. Allí varios guardias le derriban. Le someten. Poco antes de ser ejecutado, K les maldice. Los verdugos sonríen, como si comprendieran.

 El sonido de la puerta al cerrarse, despierta a K. Aguardando a que le abrieran, se durmió.


 Yo soy La Puerta        

 Cruzó el umbral. Un túnel de luces. Negrura. Agonía. Sintió un impacto fulminante en el pecho. El asesino lo aguardaba. Abrió la puerta. Por fin llegó.

Siempre recordaría aquella mirada vidriosa. Obeso, albino, sonriente. Algo descomunal retozaba con un perro negro. Todo en tenue luz roja. La cama ocupada. Acudió a la puerta equivocada. El botones había olvidado donde.

Soñó con aquella puerta que nadie había abierto. Sabía que más allá de ella era todo lo que él no. Titubeante giró el picaporte. Cerrado. Se asomó por la mirilla.

Enloquecido por los incesantes golpes del otro lado de la puerta, estrelló su cabeza contra los muros. Silencio. Detrás de la mirilla. Un ojo sin rostro. Cae. Se difumina en las sombras.

Arañó la  puerta. Por fin tenía acorralado a aquel ser infecto. Rastreó sus huellas por toda la mansión. Leyó la ruta de sus estropicios; el itinerario de sus inmundicias. Ahora era el momento: la trampa había funcionado. Copó la posible salida y le salió al paso. Pero el bicho era descomunal y agresivo, como nunca lo esperó. Pronto se desangraba a través de innumerables mordiscos, Cuando el monstruo le perforó el cráneo y comenzó a sorber. Araño la puerta.

Luego de atravesar el Páramo de Corales de Cristal, tras haber escapado del acoso de las aladas sanguijuelas traslúcidas. En lo más profundo del Laberinto de Ámbar, en la cima de la gran montaña ósea. Allí encontró a su princesa. Se adoraron luego de un instante. Cuando él quiso saber su nombre. Ella se lo dijo. Todo se perdió. Había cerrado la puerta.

La princesa.

-Abre los ojos

Nada.


Escalera

 Ariadna miente. El hilo es muy corto. Teseo se perderá.

Respira aún. El crematorio se enciende. La muerte tardará. Nadie lo nota.

Enfermo y desesperado prepara la jeringa. Sube al Metro. Nadie es culpable, todos pagarán.

La Torre fatigada se endereza. Demasiado tarde. En Pisa ya no hay nadie. Sola se derrumba.

Adán despierta: el jardín ya es un desierto. Su corazón una manzana carcomida. Escamas ofidias dispersadas por el viento. Por el calor se pierden, Evaporadas.

Calígula enloquece: su caballo no acepta el imperio que le propone, ha huido desbocado hacia la noche. Los soldados lo hallan al pie de un abismo, echando espuma. No se decidió. Le regresan a Roma, sin oír sus insultos.

Sobre el muro se asoma, otea con desesperación lo que tanto ansiaba. Pero no parece colmar sus expectativas. Lo imagino volviendo, decepcionado a su nave espacial, de retorno a su pequeño mundo. El límite del Cosmos para él, ya no vale la pena. Porque él no me vio, pero yo si a él. Y con eso basta.  

Escalera que sube K con nerviosismo: al final de ella por fin la respuesta a todos los porqués. Mira a la distancia, algunos descienden apresurados, como atraídos por algo. Otros se han quedado a vivir en determinados escalones, donde han improvisado pequeños refugios. Casi al llegar al final atisba una luz; allí se asoma Franz, que sonríe y empuja la escalera. K se precipita al vacío con un consuelo. Siempre lo supo.


Laberinto

  La luna se giró: vimos develada la pavorosa faz del dios, en la inmensa superficie de cristaL

Ave multicolor de tres cabezas, por seguirle, fueron devorados en la selvA

Berenice halló sus dientes en su último segundo colgada del baboaB

Excalibur unió para siempre a su amante con GweneverE

Rembrandt guardó el secreto: el sótano con el buey desollado no se volvió a abriR

Introduje despacio la estaca. Desperté. Dientes. Sangre. Tu rostro. Es lo que vI

Nunca más, nunca más, en mis manos dijo el cuervo decapitado en su cancióN

También tú Bruto, le dije al verdadero Cesar, que soltó el puñal y escapó con ella a la ciudad de TohT

Océanos de diamante, carrozas de luz en el firmamento, vuelo. Ofelia ya no despertó. Ya nO

 


Karla

 K ilómetros pocos para el reencuentro, la última curva del camino abrevió la marcha, me recibiste con alas de cristal y luces, el recorrido ahora fue en ascenso, pero juntos.

 

A  menudo se preguntaba cual sería el sonido de la belleza, él, que nada podía oír. Luego cuando el mar se fundió con el sol: los silenciosos coros irradiaron. Y entonces escucho.

 

R ápidamente trepó la última cuesta: la cima era suya. Luego por sentir su triunfo miró hacia abajo. Y entonces la verdadera conquista le sonrío a lo lejos, en su sima.

 

L  os automóviles se fundían en  ríos de metal, los edificios estallaban en perlas de mercurio, en el cielo, el sol agónico era estertores de brillos: y yo…por ti, aún esperando.

 

A riadna sonríe. Teseo duerme. En sus sueños, en el laberinto, el Minotauro lo sofoca hasta la muerte. En su regazo. Sonríe.

 


K, el mar y los sueños

K aguardaba junto al mar deseando contemplar  lo más inmenso. Luego de mucho tiempo el paciente se fue difuminando por la espera, hasta que se perdió con la última luz del sol. K nunca se percató que las olas configuraban un muro gigantesco y Todo más allá de él quedó sin ser develado, para siempre.

***

Muchas veces la mar había soñado con aquél que pudiese contenerla por entero. Este anhelo susurrado en marinas brisas ansiosas,  y en insuficiente disimulo a través de mareas a destiempo, la tenían en  persistente agitación. Hasta que descubrió a K aguardando en la playa. Pronto quiso tenerlo con su abrazo de oleajes. Pero era tarde: la figura de arena se desbarató, y de aquél que esperaba sólo quedó un remolino de espumas risueñas. Y el vacío.

 ***

 Habiendo buscado a su amada Frieda infructuosamente, a K sólo le restaba el mar. Y allí la esperó durante mucho tiempo. Luego,  desesperado se arrojó a las olas.  (Cerca de allí, en un jubiloso salto, emerge la sirena Frieda).

 ***

 Naufrago de soledad, K decide encerrarse en una botella y aventurarse al capricho del mar. El mensajero anduvo errabundo hasta que fue depositado en las soleadas playas de Ítaca. Allí Penélope y Frieda lamentan a sus ausentes amados. Para suavizar la espera, Frieda descorcha una botella que las olas han dejado en la arena. La bebe entera. Alguien Llora. En el horizonte, las naves de Ulises.

 ***

 K. el único sobreviviente, le gana la partida a la Muerte, que indignada recoge sus piezas, su tablero y se marcha para siempre.

K entonces mira – solo- el mar.

¿Y ahora?


 El Nombre Secreto de la Bestia

D´Artagnan se internó en la catedral de Nuestra Señora. Los soldados del Cardenal le aguardaban. Pronto las altas y nobles penumbras del lugar se vieron rasgadas por los destellos de los espadines cruzados. El joven gazcón era un adversario formidable: muchos enemigos cayeron, y los restantes escaparon en busca de apoyo. El mosquetero tenía poco tiempo. Se aproximó a la figura de la Virgen. Buscó entre los cirios. En eso, desde las elevadas tinieblas se descolgó una figura torcida y simiesca. Atacó a D´Artagnan con furia. El joven se defendió lo mejor que pudo, pero pronto el monstruo lo desarmó y lo levantó en vilo sujetándolo del cuello. D´Artagnan fenecía. En eso tres disparos. El monstruo soltó a su presa y cayo abatido. D´Artagnan se recompuso con dificultad.

-Los aretes, ¡Vamos!

De la cabeza móvil de la Virgen, abierta con una llavecita oculta entre las velas, extrajo las joyas buscadas. Junto con Athos, Porthos y Aramis salió presuroso de la catedral D´Artagnan, a cumplir su encargo urgente.  

Viéndolos partir con la última esperanza que le restaba, derribado y vencido, pensando en esmeraldas que ya nunca ofrecería a su dama, expiró Cuasimodo.

*** 

-¡El arpón Charles! ¡Ahora!

La pequeña barca de emergencia se estremecía ante la fuerza de la furiosa tormenta. La descomunal ballena pugnaba por hacerles naufragar de la misma manera con furiosos impactos de su cola.

-¡Vamos mozalbete! ¡el arpón!

Entonces Charles le pasó al capitán Ahab el arma deseada.

El anciano capitán obsesionado, pronto se arrojó a los lomos de enloquecida ballena.

Pronto se perdían en las olas sombrías, trenzados en su colosal batalla.

Impresionado por la intensidad de los sucesos, Charles perdió el sentido. Cuando despertó ya había sido rescatado por una inesperada nave. Ante las preguntas de la tripulación sobre lo acontecido, Charles no dijo nada. Pero nunca olvidaría aquella dolorosa lección de fuerza y supervivencia.

Y así, sin haberlo planeado, se vio conducido a las Islas Galápagos, el joven Charles Darwin. 

 ***

 -Este es el lugar Watson. Aquí derroté a mi más grande enemigo, el Doctor Moriarty.

 -Así es Holmes, pensamos que ambos habían muerto al caer a las cataratas. Pero felizmente hoy todos han olvidado la nefasta figura de Moriarty, aquel astuto criminal, que sólo usted miró sin máscara.

 Entonces Holmes aferró a Watson de las ropas y lo arrojó por arriba del barandal hacia las aguas letales.

 Holmes luego tiró la pipa y la capucha.

 -No mi amigo, yo no lo olvidé.

 Y Moriarty sonrió.


 El Infierno de Mictlán

 Mictlán, ciudad de demonios y seres oscuros. Una vida entera desperdiciada en su búsqueda. Siempre estuvo en mí. Nunca le hallé.

 

No todos los caminos conducen a Mictlán, pero Mictlán es paso obligado para todo extravío. Es el centro de ningún mundo y condición para cualquiera.

 

Ahora que estoy en Mictlán, veo que cada monstruo tiene su contraparte angelical en algún lugar remoto. Que cada malformación del alma, cada ruindad, le suma una virtud más a nuestro ser ideal, en la lejanía. Cuando los demás demonios pasan junto a mí, me alegro: nadie me supera en indignidad. Pero es que pienso en ti.

 

Ocasionalmente salimos de Mictlán, en hordas feroces de criaturas de la noche, para conquistar ciudades vecinas. A veces libramos grandes batallas. Pero la mayor parte de las veces ya nos aguardan rendidos, y tendidos los brazos.

 

La arquitectura de Mictlán es la de un intrincado laberinto, sin salida alguna. Pero es que el propósito de su ser no es sino proporcionar una pérdida total, un salir de sí y no volver jamás. Como la vida misma.

  

Varias veces, agazapado en mi trono de huesos, me he soñado fuera Mictlán. Pero en cada una de esas ocasiones me he imaginado distinto. Por eso creo que el lado oscuro del alma es el que más nos conviene. No cambia nunca y nos acompaña siempre. Lo demás son quimeras, que se difuminan con el tiempo.

  

Al contemplar la variopinta diversidad de demonios y condenados que habitan tras las murallas de Mictlán, en donde cada pecado esta expresado en una singularidad específica: alas membranosas, cuerpos agusanados, piel llagada, garras y colmillos;

no puedo sino comprender que quien arribe aquí ya nunca parta. Y es que luego de esto, todo lo demás parece incoloro, sin sabor alguno. Nada.

 

Cierta vez, todos los engendros de Mictlán nos decidimos a purificar a la humanidad. Así que organizamos nuestras huestes y fuimos a combatir a todos los asesinos y delincuentes que pululan en las ciudades. Hoy, que vencidos por completo hemos de contemplar nuestra ciudad arrebatada, me identifico con el terror de los hombres: nunca el temor procedente de sombras y silencios nocturnos, equivaldrá al luminoso y ciego de la cotidianidad.

 

En este instante, cuando estoy trepado en una torreta siniestra y me elevo sobre las avenidas de criptas y las plazas rodeadas de lúgubres mausoleos, bajo la luna triste, me percato de que todo está vacío.  Los demás espíritus, redimidos, se han ido. En Mictlán ya no hay nadie. Sonrío. Ahora es cuando inicia, mi verdadero Infierno.

 


El Cuervo en llamas soñando abismos

Y aun el Cuervo inmóvil, calla: Quieto se halla, mudo se halla en su busto, Oh Palas pálida que en mi puerta fija estás: y en sus ojos, torvo abismo, sueña, sueña el Diablo mismo, y mi Lumbre arroja al suelo su ancha sombra que allí tiembla pertinaz, no ha de alzarse ¡Nunca más!

                                                                                               Edgar Allan Poe, El Cuervo

 

¡Nunca Cuervo, más! Sueña la sombra que sueña Palas temblando. El Diablo arroja lumbre de su alma abismo. Quietos, fijos, ojos, callan. Sueña la sombra: nunca puerta, nunca sueño más.

 

El inmóvil mudo sueña: torvas sombras quietas en sus ojos. Palas con el Diablo pertinaz en su busto. Lumbre que pálida tiembla. “¡Nunca más! El abismo ha de callar en mi puerta”.

 

El Cuervo se halla en el Diablo mismo. Sueñan a Palas temblando en su puerta. Lumbre, abismo, sombra. Pertinaces temblores. Inmóviles. Pálidos. Nunca sus ojos.

Nunca su busto... alzarse más.

 

Calla. Mudos hallazgos  de Diablos. Bustos en llamas. Palas temblando. Pálidos cuervos.  Más Sombras, abismos alzándose. Calla. ¡Soñar más nuncas!

 

El Cuervo hizo abismos en los ojos de la pálida Palas., que arroja lumbres y Diablos por la puerta abierta en ella: nunca más su busto ancho. Nunca más sombras inmóviles en sus arrojos. Enmudece, ¡calla sueño!  y… tiembla.   


 Secuencial

María.... Cerró los ojos. Negrura sangre. Un estruendo. Insertó el cañón del arma en su boca. Chinga tu madre. Le deformó a patadas el rostro. No tengo más. Con la culata le golpeó la cabeza. Aquí está. Órale puto, tú. ¡Esto es un asalto, saquen todo el dinero hijos de la chingada! Un sujeto lleno de tatuajes abordó el autobús. Le pareció ver en ese paisaje un símbolo de la ilusión que lo embargaba, de su amor. Un campo de flores hermoso, colorido, como gemas esparcidas en la hierba. Subió al autobús. Añorando sus carnosos labios rojos, se aproximó al paradero de autobuses. El cielo era un mar turquesa. Salió silbando de su casa. Se arregló meticulosamente. Hay momentos tan preciosos, de una intensidad sublime, que justifican el resto de la vida. Un jilguero trinaba justo en su ventana, bajo la lluvia de alegre luz matinal. Sonrió. Éste sería un día inolvidable. Abrió los ojos. María...

 

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Escritor mexicano


Jesús Ademir Morales Rojas nació en la Ciudad de México en 1973. Cursó estudios de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, es diplomado en Historia del Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Museología (mención honorífica) por parte del Museo del Carmen, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ha colaborado en diversas publicaciones literarias virtuales como Crítica, Destiempos, AXXÓN y Literatura Virtual.

Ha participado en varias redes de blogs orientadas a la cultura y la educación. Actualmente forma parte del equipo de redactores de la red Hoyreka!" y del proyecto de creación de contenidos Coguan, cuyo fundador y Director General es el Dr. Carlos Bravo.

Jesús Ademir es administrador de redes sociales y gestiona cuentas de los blogs Hoyreka y es el responsable del área de social media en la firma TratoHecho.com

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Otras colaboraciones suyas incluyen la redacción de artículos para la productora argentina especializada en contenidos online Bee!


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Ademir convoca imágenes reflejadas en espejos infinitos en la serie de narraciones reunidas bajo el título Hipnerotomaqia. Surgen ahí personajes, fantasmas y monstruos cotidianos para protagonizar sueños interminables donde cambian de aspecto, tanto como las palabras del narrador que las retuerce hasta sacar nuevos significados de los signos convencionales.

Todos los que han soñado saben que la percepción se altera para mostrar realidades imposibles. Los tiempos se confunden y el futuro deja de ser consecuencia del pasado. Hay un orden propuesto por el autor, para adentrarse en estas ocho lecturas, aunque bien sepa que es imposible establecer normas que precisen una estrategia de lectura.

Así que invito al amable lector a conocer cualquiera de las partes que integran esta obra.

 José Luis Velarde

Hipnerotomaquia




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